Verano eterno y playas de postal en la pequeña Alagoas

Verano eterno y playas de postal en la pequeña Alagoas

Por Aníbal Mendoza
Como las múltiples acepciones del blanco que le adjudican a los esquimales, nordeste, en Brasil, quiere decir muchas cosas. Al menos a la hora de establecer los cánones de la tarjeta postal.
Hacia arriba remite a Pernambuco, paso de conquista de holandeses y portugueses en tierra arrebatada a los indios y labrada por negros, mestizos y mulatos. Todos mezclados por la historia y pasados por la coctelera para establecer el metro patrón del swing de la región: el forró y atravesar marcas olímpicas en el Carnaval, el bloco del millón.
Hacia abajo suena a Bahía, la primera estación de Brasil, promotora de la reivindicación de la negritud, de sus legados y de sus derechos, reclamados en clave de axé para adoptar la forma de tríos eléctricos por las calles de Salvador en cada febrero del calendario.
Cuando se difuminan los ecos de la batucada, a mitad de camino entre los dos gigantes que hegemonizan culturalmente esta parte del mapa, nordeste significa Alagoas y su capital, Maceió.
En todos los casos, el mínimo común denominador es el paisaje dominado por el sol durante las cuatro estaciones, que son una sola. Es en este rubro donde Alagoas muestra las credenciales: 17 lagunas, ríos y lagos que se comunican entre sí, además de un litoral de 230 kilómetros de playas de aguas calientes a voluntad gracias a la vecina línea del Ecuador. Exuberantes de arrecifes delinean una silueta tropical en frasco chico. Se trata del segundo estado, después de Sergipe, más pequeño de Brasil.

OTRA HISTORIA
El idilio de la naturaleza no entraña una declaración de desapego al mundo real. La historia deja su estela río arriba. El San Francisco fue el primero en ser surcado por los portugueses en el siglo XVI. Su curso también fue franqueado por los esclavos que desembocaron en la União de Palmares. Allí se ubica la Sierra de la Barriga, que cobijó el último quilombo de los esclavos escapados de los ingenios de azúcar y que el imperio destruyó con balas de cañón. Un siglo de resistencia legó el nombre propio de su líder Zumbi, guerrero africano reconocido como emblema de la lucha de todas las razas -como reza en su tumba-, y cuya prédica fue homenajeada por Jorge Ben, Caetano Veloso y Chico Science, que llamó a su banda como Nação Zumbi. El Parque Memorial Quilombo de Palmares recrea las construcciones y oficia de tributo al investido héroe nacional, y cada noviembre se festeja el Mes de la Conciencia Negra.
Un siglo antes, a sólo 90 kilómetros de Maceió, en Portal do Couripe, los indios caetés, de tradición caníbal, se devoraron al obispo portugués Dom Pedro Fernandes Sardinha, una escena que el poeta modernista Oswald de Andrade, en su manifiesto antropófago de 1928, inscribe como el puntapié inicial de la historia de Brasil. De la lengua de esta etnia local surge la denominación maceió: lo que tapó lo anegado.
Alagoas también produjo otro personaje de folklore, esmerilado entre la ficción y la realidad, como Lampiao, el justiciero por mano propia que robaba en las grandes haciendas en nombre de los pobres y desvalidos. Aún hoy es objeto de debate para los historiadores y mito revisitado por el cine de Glauber Rocha.
Tres siglos después reverbera la estela de los héroes en el páramo profundo del sertão, tierra adentro, fuera del foco. A diferencia de las metrópolis como Río o San Pablo, el nordeste mantiene aún cuentas pendientes en su paso a la modernidad.
De todas maneras, de cara al Atlántico, la ciudad de Maceió imprime la viñeta que todo turista demanda de unas vacaciones: hay arena, cocoteros y olas como en los dibujitos animados y las camisetas de oferta. Su litoral cobija, según se jactan pobladores y operadores turísticos, dos de las diez mejores playas de Brasil, Gunga y Playa del Francés. También destella Maragogi, famosa por sus piscinas naturales formadas por las mareas.

ANTE TODO MUCHA CALMA
Las playas urbanas, como Jatiuca o Ponta Verde, revelan un tempo lento, moroso o, como se suele traducir en las urbes del centro del país, nordestino.
Todas pasan rápido. Cuando se menciona una, el turista ya despunta la siguiente.
Las jangadas de los pescadores, balsas de madera típicas de la región, conviven con los vendedores de carangueijo y castañas de Cajú. Hay una pescadería en primera línea de mar, lanchonetes y quioscos que sólo explotarán durante un tramo de la noche. Algunos venden tapiocas (panqueques de harina de mandioca), otros vitaminas (licuados) y sus dependientes suelen transitar su faena en modo duermevela.
En la frontera con la playa Pajuçara luce la barraca Lopana, un local que trasciende el estatus de chiringuito y se transformó en la referencia nocturna de Maceió. Allí se puede degustar el plato típico de Alagoas, que es el caldo de sururú, un berberecho salteado en leche de coco con fama de afrodisíaco. “Ojo que más de tres cucharadas directamente te dan sueño”, advierte el guía local Ricardo Fiori.
Los que no estén por la labor pueden elegir otros manjares, como el arroz con frutos de mar, casquinha de siri y otros derivados del océano, con música en vivo de fondo. También funciona un club de whisky, como para que nadie se quede afuera del banquete.
Hacia las afueras, muchas de las playas de Alagoas se ofrecen, por exceso de amor propio o triquiñuelas de marketing, como paraísos. Puede que lo sean o no, según los objetivos de cada viajero.
A 24 kilómetros de Maceió se ubica la renombrada Playa del Francés, reconocida por las paredes de corales que la cercan y por las grandes olas que atraen a los surferos. La playa fue bautizada así por los contrabandistas de pau brasil que depredaron la zona en los años posteriores a la independencia.
Quien procure animación e infraestructura turística, acá la va a encontrar de sobra. Tanto para la visita del día como para hacer rancho aparte de la capital. La villa está cerca del municipio de Marechal Deodoro, reducto colonial de 1611. Para completar el circuito se puede visitar el barrio Pontal da Barra, donde una calle se viste de feria de artesanía para ofrecer prendas elaboradas con el punto filé, una técnica inspirada en las redes de pesca y que es denominación de origen de Alagoas.
Gunga viene precedida por todos los piropos y reviste la condición del Cristo Redentor de Alagoas. Para acceder a ella hay que atravesar una hacienda privada que además está recubierta por una plantación de 80.000 palmeras, todas numeradas. Cada una produce 300 cocos al año, que su dueño venderá para hacer hilo, remedios, dulces o rellenar asientos de coches.
Los coches privados pagan 20 reales por el peaje. Pero la mayoría recurre a una embarcación en la isla Santa Rita, que navega por los estuarios del Roteiro, otea los mangues y divisa la tierra aclamada.

MAIS UMA
De la playa se ofrecen paseos en Buggy de una hora hasta los acantilados, que brillan con sus capas superpuestas en quince tonalidades según los millones de años de erosión. Detrás se erige la mata atlántica.
A la vuelta, el sentido común se dirige al chapuzón de rigor y al refresco en alguno de los paradores, cuyos parlantes sostienen un popurrí incombustible de clásicos de la región: Xote dos Milagres, Banda Falamansa; Xote das Meninas y Asa branca, de Luis Gonzaga; Eu so quero un xodó, de Dominguinhos; Morena Tropicana, de Alçeu Valença; Coco do Norte, Jackson do Pandeiro; Forro pesado, Trio Nordestino.
El litoral norte, por su parte, se reserva el derecho de admisión. Los obstáculos naturales del camino y una estrategia de mercado mantienen a rajatabla la condición de privacidad. Camino a Pernambuco, las rutas serpentean las plantaciones de cañas y los pueblos de pescadores. Ninguna vía corre en paralelo al litoral, por lo que los tiempos previstos de los trayectos distan de tener una relación con los kilómetros recorridos. A la par, algunas de las playas tienen cupos limitados a la provisión directa de las agencias de viajes.
Unos cocoteros preludian la llegada a la playa Paripueira (en tupi, río de aguas mansas). Desde allí, una jardineira conduce a los viajeros hasta la vera del río San Antonio, donde un catamarán los depositará en Carro Quebrado. Una playa perdida entre acantilados que resume el espíritu de la zona. La infraestructura se reduce a un Buggy de alquiler y un puestito de gaseosas. Como para despuntar la suerte del retiro por un rato, a sabiendas del regreso a la vida civil 40 minutos después.
El hit del norte es Maragogi, la cara pública de Alagoas en el aeropuerto. La playa forma parte de la llamada Costa dos Corais, la segunda mayor barrera de arrecifes del mundo, de 125 kilómetros. De esa formación se desprenden unas piscinas naturales sólo disponibles según el capricho de la luna y sus mareas.
El que se quede afuera puede tomar las mismas embarcaciones para una excursión a Coroa da Bruna, su versión proletaria: un banco de arena con agua cristalina por la cintura con clases de aerobic impartidas por el timonel.
Por lo demás, los resorts copan la parada con paquetes all inclusive. Fuera de los servicios de gestión de ocio, el viajero encontrará un ambiente intimista para entonar el pregón de la pachorra. Con los víveres a disposición y todo el tiempo del mundo.
LA NACION

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