Thatcher soñó unas Malvinas independientes

Thatcher soñó unas Malvinas independientes

En busca de poner fin al conflicto desatado por la ocupación argentina de Malvinas el 2 de abril de 1982, la primera ministra Margaret Thatcher contempló, primero, la posibilidad de dejar las islas en manos de las Naciones Unidas y, más tarde, en otorgarles la independencia.
El 6 de mayo, uno de sus secretarios privados, John Cole, envió un mensaje a su par en el Foreign Office, John Holmes, para decirle: “La primera ministra ha recientemente expresado interés en un fideicomiso [trusteeship] de las Naciones Unidas como una posible solución para el problema de las islas Falklands”.
La idea había sido presentada por su asesor especial en temas del Atlántico Sur, sir Michael Palliser, y Thatcher quería que fuera “detalladamente examinada”. En especial, ella buscaba saber si había precedentes para este tipo de arreglo, qué oposición podría presentarse en el seno de la ONU y si, tras establecido, la continuidad del fideicomiso dependería del alguna votación regular por parte de los miembros de la organización.
Durante una interpelación parlamentaria, Thatcher mencionó su interés en esta alternativa. El 10 de mayo el Foreign Office recibió un telegrama de su representante ante la ONU, sir Anthony Parsons, en el que advertía que el secretario del organismo, Pérez de Cuellar, acababa de recibir una queja del embajador argentino Enrique Ros porque en Buenos Aires creían que la idea del fideicomiso tenía por fin embarrar las negociaciones existentes entonces en el seno del organismo internacional.
“Le dije a Pérez de Cuellar que podía darle absoluto reaseguro de que no estábamos contemplando inyectar al fideicomiso dentro de las presentes negociaciones”, sostuvo Parsons. Poco después, la idea fue abandonada.
La acusación de estar defendiendo viejos modelos colonialistas irritaba agudamente a Margaret Thatcher. Así lo dejó en claro durante una charla con el secretario de Estado del Vaticano, cardenal Agostino Casaroli, durante el primer día de la visita del papa Juan Pablo II a Londres, entre el 28 de mayo y el 2 de junio.
Las minutas de ese encuentro revelan que el Vaticano temía que una rendición humillante de la junta militar dejara, no sólo a la Argentina sino a toda América latina, en manos de Moscú. Casaroli dijo que el “Santo Padre estaba profundamente consternado” por la posibilidad de que la crisis resultara en “la separación psicológica, política y militar de toda América latina del mundo occidental”. Y él consideraba a Occidente “no sólo como a una entidad política, sino más bien una ideológica”. Por ello, temía que la Unión Soviética “tomara ventaja de la situación para crear una brecha entre América latina y Occidente”.

INTERVENCIÓN PAPAL
El Papa comprendía la posición en la que se encontraba Gran Bretaña y aceptaba que “el honor del país, la seguridad de los isleños y el respeto de las leyes internacionales eran todos principios valiosos”, pero se preguntaba si no había otros principios envueltos. Él había escuchado que las islas eran estratégicamente importantes porque aseguraban el pasaje entre los océanos Atlántico y Pacífico. Seguramente, dijo el representante papal, era mejor tener una buena relación con la Argentina y mantener a América latina dentro del mundo libre que depender de la posición estratégica de las islas Malvinas.
Thatcher tomó la sugerencia casi como un insulto. Ciudadanos británicos habían sido víctimas de una agresión, y ella no tenía otra opción que ir en su ayuda. Si no, no sólo les habría fallado a los isleños, sino también a otros pueblos, como Guyana y Belice, que también querían seguir siendo británicos. “El Reino Unido no es una potencia colonial. Ningún país ha concedido la independencia a tantas colonias. Y querríamos llevar a las islas Falklands [Malvinas] a esa situación de independencia también”, sostuvo la primer ministra.
Esto significaba que “ni el Reino Unido ni la Argentina tendrían la soberanía”, algo que ella consideraba acorde con el artículo 73 de la Carta de la ONU que promueve la autorregulación de territorios dependientes. Garantías internacionales de seguridad para las islas iban a ser necesarias y era allí donde ella veía un papel para Londres, ayudado por Washington y, quizá, también por Brasilia.
“La guerra es algo terrible, pero hay cosas peores, incluyendo la extinción de todo lo que uno cree. No podemos negociar la libertad, la justicia y la democracia que los isleños han disfrutado con los argentinos para quienes esto es algo desconocido”, subrayó. La “Dama de Hierro” sostuvo que no podía haber compromiso en estos temas, pero al mismo tiempo afirmó: “No estamos peleando a los argentinos en la Argentina. Todo lo que les decimos es «Por favor váyanse a casa y dejen a la gente de la reina y al territorio de la reina»”. El diálogo terminó con el acuerdo de decirle a la prensa que había sido de carácter estrictamente “privado”.
LA NACION