Síndrome de Hikikomori: los jóvenes que viven aislados del mundo

Síndrome de Hikikomori: los jóvenes que viven aislados del mundo

Por Alejandro Gorenstein
Kazuo es un joven japonés de 20 años que ante las altas exigencias de la universidad y el acoso que sufrió por parte de sus compañeros de estudio, optó por ir aislándose paulatinamente del mundo externo. Primero decidió dejar de ir a la universidad, después dejó de ver a sus amigos, y por último terminó encerrado en su casa. Ese aislamiento fue creciendo y llegó a traspasar los límites de cualquier situación familiar normal. Ya no sólo no ve a nadie del mundo exterior, sino que también se apartó de sus hermanos y de su padre. No sale de su habitación ni permite que se la limpien. Puede estar sin bañarse meses enteros y si va al baño decide hacerlo rápidamente para no encontrarse con su familia en el pasillo. Este muchacho padece el síndrome de Hikikomori que caracteriza a aquellos jóvenes que deciden recluirse en su casa terminando por encerrarse en su habitación por largos periodos de tiempo, que pueden llegar a extenderse, hasta los dos años o más.
Si bien este es un fenómeno que tiene su origen en el país nipón (según las estadísticas afecta a más de 1.200.000 de jóvenes, en un rango de edad entre los 17 a 30 años) hace algunos años también comenzó a manifestarse en la Argentina.
“Hikikomori significa literalmente “apartarse, estar recluido”. Es un término japonés para referirse al fenómeno de gente apartada que ha escogido abandonar la vida social; a menudo buscando grados extremos de aislamiento y confinamiento, debido a varios factores personales y sociales en sus vidas. El término hikikomori se refiere al fenómeno sociológico, como también a las personas que pertenecen a este grupo social. En la terminología occidental, este grupo puede incluir individuos que sufren de fobia social o problemas de ansiedad social”, explica la licenciada Patricia Gubbay de Hanono,Directora de Hémera, Centro de estudios del estrés y la ansiedad.
La Dra. Mónica Cruppi, Psicoanalista y miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), explica que el origen de estos casos sucede en el seno de familias disfuncionales, con ausencia generalmente de la función paterna, déficit en relación a la contención emocional y en la comunicación desde la infancia, con violencia verbal y a veces física, y un alto nivel de exigencia dentro de los valores familiares.
“Es un proceso que comienza lentamente y durante la infancia se caracteriza por la tristeza, el desánimo, la disminución de la autoestima y la falta de interés en actividades usuales. Puede durar semanas o meses y limita el funcionamiento normal. Muchas veces, no muestran los signos típicos, sino que lo manifiestan en problemas en el comportamiento: irritabilidad, agresividad y problemas escolares. Luego, en la adolescencia la retracción (ensimismamiento) comienza de forma gradual (antes de que el hikikomori cierre con llave la puerta de su habitación). A menudo se encuentran tristes, pierden sus amigos, se vuelven inseguros, tímidos y hablan menos. Sienten mucho dolor psíquico y un terrible miedo al fracaso y a enfrentar al mundo que los rodea”, afirma Cruppi.
Los jóvenes que padecen esta patología, en general, son introvertidos por lo que suelen ser burlados por sus compañeros reforzando sus miedos e inseguridades. Se sientes presionados, acorralados. Creen que no pueden cubrir las expectativas familiares y sociales. Comienzan con comportamientos de aislamiento en forma gradual y con conductas evitativas.
“Las familias pasan por diferentes emociones: indiferencia (“ya se le va a pasar”), preocupación (“no sale, los amigos no lo llaman, está cada vez más horas encerrado”) y desesperación ya que no entienden lo que está pasando. Es una patología que no está muy difundida, por lo tanto, no saben qué hacer. Los padres no reconocen a su hijo en esa persona agresiva y amenazante en estado de abandono, sintiéndose en un callejón sin salida”, expresa Adriana Waisman, psicóloga especialista en conductas adictivas y trastornos de la ansiedad.
Hikikomori en la Argentina
En la Argentina comenzaron a registrase casos hace unos años, especialmente después de la crisis del 2001. Las estadísticas en el país no son claras y el diagnóstico suele confundirse con la fobia social o agorafobia. Los hikikomori argentinos son mayormente jóvenes de entre 13 y 20 años, varones en un 90% de los casos y primogénitos de familia de profesionales. Los especialistas los describen como jóvenes brillantes que un día se “hartaron” de hacer lo que los padres querían.
“Todos ellos comparten la misma conducta de encerrarse por largos períodos de tiempo. La habitación termina siendo como una cárcel, pero en este caso es autoimpuesta y no participan de las normas sociales establecidas. Estos jóvenes, en general, duermen durante el día y durante la noche ven televisión, miran películas, escuchan música, y juegan con video-juegos. En casos muy extremos, pueden quedarse durante horas mirando un punto fijo. En general, pierden interés por su apariencia e higiene personal. Acumulan, no tiran nada y sus habitaciones terminan llenas de basura”, sostiene Gubbay de Hanono.
La falta de contacto social prolongado tienen un efecto perturbador en estos jóvenes, también hay pérdida de memoria, de las habilidades sociales y distorsión de los valores morales. “El universo de la televisión o de los videojuegos se convierten en su marco de referencia. Su miedo a lo social los vuelve paranoides, se persiguen con la gente lo que puede llevarlos a un comportamiento violento o antisocial”; analiza Cruppi.
¿Cómo pueden salir adelante estos jóvenes? “Desde el punto de vista oriental los especialistas acuerdan en que se debe mantener el contacto con ellos sin obligarlos a salir del encierro. Piensan que a la larga solucionarán el problema y que luego, de manera progresiva, se irá integrando a la sociedad a la cual forma parte. En occidente tenemos la idea de que se debe evitar este tipo de comportamientos y en consecuencia se recurre rápidamente a la ayuda psicológica. Muchas veces se decide la hospitalización del paciente donde se lo medica con ansiolíticos y antidepresivos combinado con un tratamiento psicológico que lo ayude a hacerle frente a los problemas”, responde Gubbay de Hanono.
Para Waisman, es fundamental la asistencia a la familia donde se les explique los síntomas del síndrome, su pronóstico y tratamiento para crear conciencia sobre esta enfermedad. “La primera etapa del tratamiento tiene que ver con restablecer los vínculos familiares con el joven. Y a partir de ahí se trabaja en forma domiciliaria en terapia familiar e individual enseñándole al paciente técnicas de manejo del síntoma para lograr bajar su ansiedad, sus miedos. Es fundamental que los padres se conviertan en agentes de salud de sus hijos, que estén atentos a la cantidad de horas que pasan frente a la computadora y a qué cosas dejan de hacer por esto. Es fundamental que usemos nuestra creatividad para acercarnos, sin invadirlos, con una distancia emocional prudencial y acompañar sus proyectos, sus sueños y sus miedos aunque no siempre estemos de acuerdo”, cierra Waisman.
REVISTA VIVA