Sin límites para los desafíos

Sin límites para los desafíos

Por Julieta Puente
Año 1997. Día de la Madre. El sol de octubre asomaba por la ventana de la habitación, mientras Alexis Padovani se vestía para ir a ver un partido de rugby a la cancha de Racing. El joven -oriundo de Madrid- practicaba este deporte desde los 6 años en el Club Atlético de San Isidro (CASI) y estaba en la preselección de Buenos Aires de menores de 21. Minutos antes de salir a la calle recibió un llamado: había un partido a beneficio de los lesionados medulares de la Fundación Rugby Amistad y necesitaban completar el equipo. Su respuesta fue inmediata. “Como estaba por debutar en Primera, me venía bien para entrenar. Así que me cambié la ropa, preparé el bolso y me fui”, recuerda. Pero lo que no sabía este joven de apenas 20 años era que aquel llamado cambiaría el destino de su vida. Lejos quedaría la vida que llevaba aquel adolescente que pasaba sus días en el gimnasio, salía a correr, jugaba al fútbol y al squash. Ahora tendría que luchar contra su cuerpo -y su vida- por un largo tiempo.
El reloj marcaba las 2 de la tarde cuando se dio inicio al partido. Ya en el segundo tiempo, Alexis entró a jugar y poco después chocó contra el hombro del pilar derecho del equipo contrario. El dolor fue aumentando a medida que pasaban los segundos. A lo lejos escuchaba voces que gritaban “no pasa nada, solamente es un calambre”. El sabía, sin embargo, que era algo más que eso. “Sentí el ruido. Me di cuenta de que algo andaba mal”, agrega, hoy, muchos años después. Lo derivaron al consultorio del club y más tarde lo llevaron al hospital.
Ahora recuerda el sonido de las sirenas. El viaje en ambulancia le resulta todavía agobiante.
Cuando entró a la guardia, le hicieron una radiografía de columna y una resonancia magnética. Entre sus manos sostenía un rosario y una medalla de la virgen. Cerró los ojos, rezó y luego pensó: “O me paso la vida en una silla de ruedas o mañana me vuelvo caminando a mi casa”.
La respuesta fue inmediata: el técnico que le había hecho la resonancia le explicó que tenía una lesión cervical medular y que el informe mostraba que se trataba de una lesión seria, que podría dejarlo cuadripléjico.
El destino es así. Irónico, injusto, a veces irremediable: lesionarse la médula en un partido a beneficio de los lesionados medulares. “Pensaba que eso no podía estar pasando, hasta que entendí que de verdad estaba pasando y que me estaba pasando a mí” cuenta Alexis, mientras se desplaza por la sala en silla de ruedas, en busca de un café.
“¿Viste qué bien me desenvuelvo? -dice con una sonrisa- los médicos decían que iba a necesitar una persona al lado toda la vida y mira cómo estoy hoy: tengo mi departamento y vivo so¬lo”.
Alexis toma la taza con las manos, mira hacia abajo -pensante- y continúa: “Cuando el médico me dio el diagnóstico enseguida le pregunté si iba a volver a caminar y a tener relaciones sexuales. Alas dos cosas me dijo: “Tenés que tener paciencia”. Y desde ese momento -dice- comprendió que su vida ya no volvería a ser la misma. Que debería transitar por un camino de aceptación, entendimiento y descubrimiento para verla desde otro lugar, porque el hombre que era antes ya no existía más y era necesario tomar otra perspectiva para salir adelante.

Días interminables
Los días posteriores a la lesión fueron interminables para Alexis. Pasaban las horas, aunque para él no eran más que segundos. En su habitación había agua bendita de Francia, Lujan y San Nicolás. Cual santuario, no fal¬taban la virgen, las cartas y oraciones pegadas en las paredes. Mientras tan¬to, él se limitaba a escuchar, porque el halo de metal que tenía en el cráneo lo obligaba a mantenerse inmóvil.
Semanas después entró al quirófano y luego comenzó la rehabilitación en la Fleni. Aunque las mejoras eran no¬tables, asegura que cada vez le costaba más controlar la ansiedad y que superar la idea de no caminar nunca más le resultaba inaceptable. “Sentía que tenía un exceso de atención y que todo era muy fácil. Me limitaban a hacer cosas, porque no me dejaban hacer nada solo”, explica.
Y como dice el refrán: la esperanza es lo último que se pierde, por lo que un año y medio después de la lesión, Alexis decidió desafiarse a sí mismo: con la valija en mano, embarcó con destino a Bariloche, donde vivió con la ayuda de una asistente de la cual se fue alejando con el correr del tiempo. Se dio el gusto de tener un bar, hacer esquí adaptado, ir al gimnasio y recorrer los boliches. “De a poco entendí que o me moría en ese ex jugador de rugby que se había lesionado cuando estaba a punto de debutar en Primera o tomaba como parámetro el chico que se quedó cuadripléjico -cuenta-. Y, entonces, desde ese día, todo lo que me estaba ocurriendo empezó a ser ganancia”.
El mundo por segunda vez es el libro que cuenta la experiencia de Alexis en primera persona. Una historia sincera, narrada -a pesar de todo- con humor. Pasando por todos los estados, el joven comprendió que nunca volvería a ser el de antes y que era hora de dejar de lado los lamentos. En busca de nuevos horizontes se vio obligado a redescubrir su vida: aprender -una vez más- a comer, a vestirse y a manejarse por la calle fueron cuestiones un poco frustrantes para él.

La mirada del otro
“Tenía mucho miedo a la mirada ajena. Lo primero que hace una persona cuando está en una situación así es sentir que nadie te va a dar bola y que te vas a morir soltero. Había muchos fantasmas que no me dejaban ser, a los cuales fui matando con la misma experiencia”, confiesa. Y hablando del destino, en su vida no hay lugar para el arrepentimiento: “Creo que si no era ese accidente, me hubiera tocado otra cosa, porque la vida es así. Estuve por ir a Cromañón y a último momento me quedé durmiendo. Y después vino la lesión. ¿Me entendés? Además, hoy no hubiera sido rockero”, agrega. Como signo de ese destino, aquel ex jugador de rugby hoy es el cantante de la banda Mami Resanta.
Los límites no se los impone una silla de ruedas. Los desafíos los impone él. Ahora se prepara para realizar -en marzo- el cruce de Mendoza a Chile en una bicileta adaptada. A pesar de sus dificultades, se atreverá a vivir esta inolvidable aventura que consta de siete di as, de los cuales cuatro son de subida y dos de bajada. Lo hará con una logística y un equipo al mando. Algunos dicen que las batallas más duras son para los más fuertes. La historia de Alexis es mucho más que eso: un ejemplo de vida, esfuerzo y voluntad.
REVISTA VIVA