Puerta abierta a la escuela del futuro

Puerta abierta a la escuela del futuro

Por Leonardo Tarifeño
Resulta por lo menos curioso que la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), el evento más importante de la cultura del libro en lengua española, no haya entregado el premio al mejor stand de su última edición a una editorial. Sin embargo, la elección deja de parecer extraña si se tiene en cuenta que el espacio galardonado corresponde a una auténtica usina de conocimiento que deja entrever parte del rumbo de la educación futura.
La FIL no tuvo reparos ni prejuicios en apuntar al stand de la empresa Cengage Learning como aquel al que nadie podía dejar de visitar. Una vez allí, lo que el amante de los libros podía encontrar entre esos muros era una extraordinaria puesta en escena de la pedagogía en tiempos de desafíos cibernéticos, representada por salas 3D, aulas con clases a distancia y pruebas de aplicaciones para profesores y alumnos. En una época en la que los nativos digitales manipulan los gadgets tecnológicos (smartphones, tabletas, reproductores musicales portátiles) mucho antes que un libro, la educación ya tiene en cuenta que esa familiaridad modifica los patrones de conocimiento. Y es por esa nueva lógica que, como advertían los mensajes del stand de Cengage Learning, el modelo de aprendizaje actual ha pasado del “transaccional” (con el profesor al frente, dispuesto a transmitir su bagaje) al “experiencial” (donde el alumno “vive” aquello que debe aprender), transición en la que las posibilidades de la tecnología parecen instalarse con autonomía y sin pedirles autorización a los valores del humanismo clásico.
¿Qué gana y qué pierde la cultura con el modelo de enseñanza que llega a través de empresas de avanzada como Cengage Learning? Por un lado, gana adaptación a un mundo en el que los niños y adolescentes han demostrado que su umbral de atención se ha reducido drásticamente en comparación con el de las generaciones anteriores. El modelo “experiencial” de la educación que se viene no desdeña el entretenimiento, y por eso incluye salas 3D donde el alumno aprende cualquier materia en un cuarto cuyas paredes y suelo dibujan una escenografía acorde al tema de la clase. Si el tema es el cuerpo humano, el aula se convierte en un río de venas, arterias y vísceras que laten al mismo tiempo que el corazón del alumno; si, en cambio, la clase corresponde a Historia, la Roma de Julio César revive entre esas cuatro paredes que tanto evocan el cuento “La pradera”, donde Ray Bradbury imaginaba un cuarto de juegos a la medida de las ilusiones (y los miedos) de quienes entraban en él. Hoy, el estudiante deja de estar sentado en un pupitre a la espera de lo que el profesor diga acerca de algo que ninguno de los presentes ha visto, y se incorpora a un parque temático del conocimiento a mitad de camino entre el videojuego y el cine tridimensional.
Al mismo tiempo, el brillo tecnológico no oculta que los encargados de pensar la educación del futuro apuestan a un cambio en la orientación de los contenidos educativos. El hiperdesarrollo de la cibernética convive con la crisis económica global, y la urgente formación para el trabajo se ha convertido en una prioridad que arrincona a las Humanidades. Por ejemplo, las evaluaciones a los alumnos en las aplicaciones de Cengage Learning adoptan el formato quiz y evitan las largas parrafadas de los desarrollos escritos que estimulan la expresión de acuerdo a la cultura letrada. En no pocas opciones de respuesta ante los interrogantes de las pruebas basta con dar “sí” o “no” a golpe de clic. Esa visión pragmática de la enseñanza tiende a agilizar los contenidos para poner el foco en el tipo de respuesta (digitalizada, veloz, sin ambigüedades) que los jóvenes necesitan para incorporarse al mercado laboral. Las que alguna vez se consideraron “ciencias del espíritu” tienen limitado su campo de acción educativo, y quizás habría que buscar en ese déficit las razones de los problemas de comprensión lectora entre los alumnos de hasta 16 años en todos los países de habla hispana. El cliqueo del alumno sobre las distintas opciones que ofrece una pantalla supone un menú tecnológico perfecto para aprender economía, finanzas, biología o contabilidad, pero no tanto si la materia es filosofía, literatura, lengua o historia.
La tecnología aterriza en el mundo de la educación con infinitos estímulos pedagógicos, pero lo hace justo cuando las políticas educativas globales se encuentran en un momento de compleja redefinición. En esa línea, el caso más emblemático resulta el de España, donde el actual ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, ha puesto en marcha una amplia reforma educativa que pretende transformarse en la punta de lanza para la reducción de la tasa de desempleo. En el Bachillerato, la reforma de Wert incluye “Iniciación a la Actividad Emprendedora y Empresarial”, reduce la importancia de la filosofía y de la historia y reordena el programa general de enseñanza alrededor de matemática, lengua e inglés. “Lo que nos estamos jugando no es un problema de que los jóvenes salgan de la escuela más o menos eruditos, sino que salgan personas más libres”, criticó la semana pasada Víctor García de la Concha, director del Instituto Cervantes. La sociedad, el rumbo económico del país y los miedos de los padres se han instalado en la educación global. A la salida del stand de Cengage Learning, en la FIL, los maestros virtuales recordaban, a manera de consuelo para humanistas, que “cada aplicación incluye un libro, electrónico o no, que apoya el proceso educativo del alumno”. Dados los desafíos que afronta la educación global, cuesta imaginar cuál es el nuevo rol que se espera del libro.
LA NACION