Los cuentos de la puna y el relato de Cachisumpi

Los cuentos de la puna y el relato de Cachisumpi

Por Emilio Palermo
Cachisumpi es un pastor, un pastor colla, viejo y flaco, que tiene frente a sí una delicada misión: conducir a Don álvaro de Castro, Señor de Kori Mayu, hasta Abra Pampa, departamento de Cochinoca, Jujuy. Son catorce leguas de cerro, de rodar cuesta abajo por caminos angostos y empinados, junto a un hombre muy enfermo. Don álvaro es cano, menudo y esquivo. Su familia teme que su mal sea contagioso, de ahí el apuro para que la carreta salga cuanto antes. La vieja carreta hecha de árbol de queñua, tirada por dos ágiles y mansas mulas, una negra y la otra parda.
Para la misión, Cachisumpi se ha preparado convenientemente. Lleva coca en tres chuspas (bolsas) y en un frasco colocó alcohol para aliñar los acuyicos (o pequeños bolos de hoja de coca). El acuyico en la boca le servirá para no tener frío ni hambre, pues deberá caminar junto a la carreta y soportar la intemperie y la nieve.
María del Carmen, la hija mayor de Don álvaro, le advierte: “Mamá quiere que emprendan viaje antes de que salga el sol. Mi padre no puede más… Si dejamos pasar dos días, se nos quedará aquí. Ahora, apenas sí puede estar sentado”. E insiste: “Te lo encargamos a papá; si se quita las mantas, se las vuelves a poner como las llevaba; si se desespera ansiando respirar, le desprendes la ropa, le echas aire… ¡Pobre papá! Ahora hay que darle carne cruda… ¿Oyes? Tú se la darás como si a un hijo se la dieras… Aquí, con nosotros, ya no puede quedar. ¡Dios mío! ¿Y el contagio? Irá a Cosquín”. La responsabilidad es mucha, pero Cachisumpi, obediente, emprende la larga marcha en la que sólo verá “el trágico zumbido del viento bravío y largo de las cordilleras”. Un pensamiento lo aterra: “¿Y si cierra los ojos en mitad del camino?”
Sentado en su mecedora, arrebujado con puyos (ponchos) de vicuña, el Señor de Kori Mayu suda. Sus brazos y sus manos han quedado inmovilizados. Está helando. De pronto, una rueda choca con un trozo de peña. Don álvaro pide agua, pero la botella se ha quebrado en el choque. Cachisumpi corre y corre. Debajo de unas peñas obtiene agua de nieve, que recoge en el hueco de su sombrero pastoril, para que su amo pueda beberla sin dificultad. El enfermo pregunta obstinadamente por José Luis, su hijo, quien debía venir montado en una mula y por el camino de la Rinconada.
El pasajero va a morir sin remedio. “Don álvaro ve ahora la clara luz de un amanecer maravilloso; ve jardines ricos de toda suerte de flores, ríos de aguas diáfanas, arbolados montes, cielos profundos, azulosos; ve frutas amarillas, rojas. Se cree nuevamente joven; su mujer lo mima, acarícianle los hijos, se le sientan en las piernas, besan sus labios mozos, le enmarañan la cabeza. Y sonriendo, casi insensible ya, lentamente cierra los ojos áridos y se queda inmoble, sereno y frío”. Cachisumpi se apura en complacer su postrer pedido: “Le traeré agüita, señor. Ya pasará el viento bravo, señor”.
El relato Cachisumpi, del que hemos pretendido brindar un resumen, integra el libro Cuentos
de la Puna. Su autor, el tucumano Fausto Burgos (1888-1953), se ocupó especialmente del folklore del Norte. Su obra es abundante:
Aibe (cuentos), Huankaras (poemas), Kanchis Soruco (novela), Aventuras del Juancho El Zorro, etc. De sus páginas bien se ha dicho que son “una representación del alma de la tierra norteña, misteriosa y honda, simple y complicada a la vez”. Cachisumpi así lo corrobora.

LA NACION

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