Gustavo Santaolalla: “Busco una música que sea atemporal”

Gustavo Santaolalla: “Busco una música que sea atemporal”

Por Gabriel Plaza
Su padre quería que fuera cura o médico. Su padre no lo vio como el productor de música más importante de América latina. Su padre no lo vio ganando dos Oscar. Su padre no pudo ver esta foto que ahora Santaolalla muestra con orgullo en su teléfono: el Dalai Lama, el líder espiritual del Tibet, está tocando su frente con la frente del músico en un gesto de infinita ternura. Primero se ríe por la escena. “Parecen dos tipos que se van a tomar una birra”. Después la santifica: “Es una forma de conexión que tienen entre los monjes budistas. El tipo es un groso de verdad. No es un santulón, es una persona especial”. Después le sobreviene un flashback emotivo y personal. “Mi papá tenía el mismo gesto conmigo. Nos acercábamos y poníamos las cabezas juntas”. Santaolalla ofrece una media sonrisa diáfana, como la de un monje tibetano, como la que tiene el Dalai Lama en la foto. En ese viaje a la India la máxima autoridad del budismo en el mundo le regaló un rosario que ahora lleva colgado del cuello. Debajo del sombrero negro asoma su cabeza rapada. “Desde muy chico quería pelarme. Tiene que ver con el budismo y con otras cosas Me encantaba esa combinación de astronauta, enfermo mental y monje.”
Internamente parece que es una fase nueva en su vida, aunque su ritmo de trabajo no ha bajado. “Siempre fui un obrero de la música. Creo mucho en el trabajo, en el pico y la pala.” Unas semanas atrás lanzó Camino, su segundo disco solista instrumental, con el protagonismo del ronroco. Aquí en Medellín está inspirando a otros músicos: dirigió una orquesta juvenil de 300 chicos en el Festival Medellín Vive la Música. Una semana después estará paseándose por las alfombras rojas de diferentes países por el estreno mundial de El libro de la vida, la nueva película animada producida por el mexicano Guillermo del Toro, en la que tuvo a su cargo la banda de sonido. En el medio está tocando con su banda, Bajofondo, y disfruta del efecto popular que tuvo Relatos salvajes, cuya participación en la música es un buen signo en el camino hacia el Oscar.
Santaolalla no fue cura ni médico. Su padre seguramente se sorprendería del reconocimiento mundial que tuvo su hijo con la música, a pesar de que se crispó cuando Gustavo decidió abandonar el hogar natal y renegar de la fe católica para empezar a vivir en comunidad con el resto de los integrantes de Arco Iris y con Dana, una suerte de guía espiritual. “Tuve la suerte de que a pesar de que mi viejo falleció cuando yo tenía 19 años llegó a ver los teatros Coliseos llenos con Arco Iris. Pudo ver que me iba bien con la música.” En cambio, su madre de 94 años, que sigue viviendo en la zona de El Palomar, donde Santaolalla nació, creció, escuchó sus primeros discos de Elvis Presley y practicó con la primera guitarra, sigue disfrutando de la trayectoria de su hijo.

-Si tu viejo quería que fueras cura o médico ¿cómo se llevó con tu profesión de músico?
-Mis viejos siempre me apoyaron muchísimo. Eran ávidos consumidores de música. Compraban muchos discos. Cuando crecí y me metí en el tema recién me di cuenta de que los demás padres no compraban la clase de discos que tenían ellos. Recuerdo que escuchaban Música en el aire, un programa de radio que pasaba discos importados. Tenían una gran colección de discos. Crecí escuchando de todo: tango, folklore, música de Estados Unidos, música europea, clásica y música brasileña. Eso de alguna manera marcó un eclecticismo que es parte de mi formación musical.

-¿ Cuál fue el primer disco que compraste?
-Los primeros discos que yo compré eran de Elvis Presley, G.I: Blues (1960) y el primer disco de Los Teen Tops que hacían rock en español, antes de que se acuñara ese término. Yo nací en el 51. Recién después aparecen Los Beatles y ahí dije: «Se acabó, esto es lo que quiero hacer». Armé mi banda y firmé mi primer contrato a los 16 años con RCA Victor como artista y como productor. Iba al colegio secundario y escuchaba Modart en la noche, a ver si pasaban mis discos. Mis viejos me apoyaban en la música hasta el momento que dije que me quería dedicar a esto. No hubo mucho quórum en mi casa. Ahí fue cuando conocimos a Dana, salió el primer álbum de Arco Iris y me fui a vivir en comunidad.

-Se están cumpliendo 45 años del primer disco de Arco Iris, aquel de la tapa rosa, ¿creés que dejó un legado es folk rock místico de ustedes?
-Muchas de las bandas que se escuchan hoy tienen el sonido Arco Iris. Hay conexiones directas y musicales con aquel grupo. A nivel conceptual era hacer una música con identidad, lo que implicó para mí tomar decisiones como meter ritmos de chacareras o hacer temas como “Zamba” que fue el single de Arco Iris. En aquel momento, a la intelligentzia del rock no le gustaba. Había muy pocos tipos dentro del rock como Charly que nos venían a ver y les encantaba. Pero lo que hacíamos nosotros no era muy bien visto. Encima vivíamos en comunidad y no éramos parte del resto de la comunidad rockera.

-Pero con el tiempo se terminó de entender esa vida de comunidad que tenían en Arco Iris.
-Yo creo que no. Viendo a la distancia ese proceso hay cosas que me son útiles hasta el día de hoy y otras que deseché. Siempre tuve una conexión espiritual con la música y en Arco Iris había un interés profundo por el mundo místico. Hacíamos estudios comparativos de las religiones y se trabajaba en función de una búsqueda espiritual. Había cosas con las que, incluso estando en la comunidad, yo no estaba de acuerdo, pero iba por un espíritu colectivo. Eso siempre me acompañó hasta el día de hoy en que soy agnóstico. No creo en las religiones, pero tengo mi forma de ver el universo y la vida.

-¿Cúal es esa forma de ver la vida?
-Soy darwiniano, creo en la evolución del hombre, no que fue creado por un Dios. Las religiones dividen. Respeto totalmente a la gente y sus religiones, pero no me gusta que se maten por la religión. No me cierra ese concepto. Se cometieron atrocidades en nombre de las religiones. Sí creo que existe algo que es superior, una fuerza o energía que me supera. Yo me reverencio frente a esa fuerza y energía que me supera y me es incomprensible. Pero no tengo una posición religiosa, como la del catolicismo con el que crecí. En los tiempos de Arco Iris me interesé por Krishnamurti, que decía: «No estoy hablando yo sino que estamos pensando juntos. No te estoy enseñando nada». Y después de eso, leí budismo zen y encontré la conexión con esa energía que produce instancias mágicas todo el tiempo. Es mi mundo espiritual que es muy peculiar y muy mío, pero que no tiene la estructura ni la arquitectura de la mente religiosa que tiene el resto de la gente.
La identidad, lo espiritual y la música están ligados en el largo viaje de la vida musical de Gustavo Santaolla. En esa vida trashumante ligada a los sonidos de América latina aparece siempre el sello de la identidad. Es su marca. Es su capital más preciado. Dirigiendo una orquesta de 80 músicos para la música de El libro de la vida o utilizando el ronroco como instrumento central de su nuevo disco, Camino, la identidad regional es el signo de su obra.
“Siento que en todos los discos con los que trabajé estábamos haciendo una música que traía algo diverso a la mesa. Ahora hablo de la identidad, pero cuando era chico sabía que quería hacer una música que hablara de nosotros, pero no lo podía conceptualizar. Creo que esa identidad es lo que le da a mucho de los discos en los que he trabajado esa sensación de atemporalidad. Creo que podés escuchar discos como el de Cristobal Repetto, Tinto de Orozco-Barrientos, La era de la boludez de Divididos o Re, de Café Tacuba, y son atemporales. Hay una búsqueda de eso.”

-Un ejemplo de atemporalidad es el disco Re, de Café Tacuba, que está por cumplir 20 años.
-Es una cosa que hasta el día de hoy es maravillosa y es que en ese disco está todo lo que uno puede escuchar de Café Tacuba hasta hoy: la diversidad musical y la locura creativa. Si bien ellos siempre han tenido la capacidad de reinventarse, siempre pueden hacer algo distinto y sonar a Tacuba, como pasaba con Los Beatles. Re es un álbum de esos pilares de la música. Es global, es supermexicano y latinoamericano.

-En tu último disco solista, Camino, el ronroco es el protagonista. ¿Cómo te animaste a sacar un disco así en el contexto de la industria actual?
-Mucho de lo que hice en mi vida musical va a contramano de la industria. Siempre me pasó así. Alguien tiene que hacer eso. Por ejemplo el disco anterior, llamado Ronroco (1998), no se editó en la Argentina, pero en el resto del mundo tiene sus grandes adeptos. De hecho este instrumento y ese disco fue lo que me metió en el cine: Michael Mann usó «Iguazú» para el film El informante, con Al Pacino y Russell Crowe. Después lo usaron en Babel de González Iñárritu. Ese álbum tiene un montón de canciones que se usaron en distintas películas. De Ushuaia a La Quiaca la eligió Walter Salles para Diarios de motocicleta en el final con imágenes de toda América latina. Desde el principio tuve una conexión muy fuerte con este instrumento y me abrió muchas puertas. Por eso quería hacer un disco como Camino, con temas cortos y pensado como un viaje, para escucharlo todo seguido. El ronroco te va llevando por ese camino. Es un disco introspectivo que busca ese estado de búsqueda interna.

-¿Qué hubiera pensado tu viejo de que al final no fuiste ni médico ni cura como él quería?
-Creo que le gustaría todo lo que hice. Hoy escucho el disco rosa de Arco Iris y ahí está toda mi carrera: la música de las películas, Café Tacuba, mis producciones, está todo en ese álbum. Ese Gustavito vive en mí y es una mezcla de todas las artes. De lo que sí me di cuenta con los años es que en mi tarea como músico y como productor, esas dos cosas con las que soñaba mi padre se combinaban: el trabajo espiritual que puede hacer un sacerdote y el factor de sanación y terapéutico que tiene la música. De alguna manera siento que cumplí con el deseo de mi viejo, sin ser médico ni cura.
LA NACION