El tiempo en la mano

El tiempo en la mano

Por Carlos Ilardo
Hasta la primera mitad del siglo XIX, el ajedrez era un juego con ciertas reglas universales que basaba su espíritu competitivo a un tácito pacto entre caballeros; ante la ausencia de métodos de medición del tiempo de reflexión, la demora para efectuar cada jugada tenía por límites una implícita cuestión de honor; un ida y vuelta de tolerancia y respeto.
Sin embargo, en el torneo de Londres, en 1851, el inglés Howard Staunton, el mejor jugador de la época y cuyas ideas ajedrecísticas fueron admiradas un siglo después por el genial Bobby Fischer, decidió patear el tablero, y en plena competencia se le disparó la lengua. “No admito la lentitud de la mediocridad”, le espetó en el rostro a su compatriota Elijah Williams, mientras abandonaba la partida luego de algo más de dos horas de paciente espera de una respuesta. El juego silencioso pedía a gritos un cambio.
Fue así como nació el reloj de ajedrez, dotándolo de mayor suspenso a su definición; ya no bastaba con superar en número de ejércitos al adversario, ahora la batalla debía definirse en un plazo estipulado. El protagonismo del tiempo en el juego resultó tan vital como más tarde sucedería en varios deportes, entre ellos el fútbol o el básquetbol.
En el mundo de los escaques y los trebejos, los avances de las ciencias acompañaron las innovaciones a lo largo de los más de 160 años del recuerdo; entre 1840 y 2012 al ajedrez se jugó con cronómetros, relojes de arena y mecánicos -los hubo con péndulos reemplazados por botones interruptores que detenían la marcha del tiempo propio y encendían la del rival-, y recién a fines del siglo XX surgieron los primeros relojes digitales, poniéndoles fin al uso de la agujas.
Si bien la tecnología enriqueció el ajedrez de alta competencia, lo cierto es que el costo oneroso del reloj digital, más la incomodidad de trasladarse permanentemente con un ingenio bajo el brazo, provocó que muchos aficionados desistieran de su uso en partidas informales disputadas en una plaza, oficina, playa o en la paz del hogar.
Acaso por ello, un ingeniero industrial argentino, Leopoldo Zambrelli, director de Applestairs.net, de 43 años, casado y con tres hijos, y aficionado al milenario juego, en mayo último ideó una aplicación para la firma Apple: el ZchessClock. A través de ella, cualquier usuario de iPhone, iPad o iPod touch puede bajar gratuitamente este programa desde Internet, y convertir a su celular o t ablet en un reloj de ajedrez. “El ajedrez sin reloj no es un juego, porque se pierde una parte clave de su belleza; el estrés del tiempo te lleva a cometer errores y entonces surge el azar”, dice Zambrelli, que es profesor en el Máster de la Administración de Negocios de la Universidad de Palermo.
Y agregó: “El 1° de agosto subí la versión Lite a la tienda de Apple; al comienzo, era algo para disfrutar con la familia. Más tarde, nos dimos cuenta de la utilidad que se le estaba dando a nivel mundial, y ahora ya son más de 1200 personas que han bajado el aplicativo, y un millón en el mundo que la conocen. Estamos entusiasmados y acabamos de crear la versión Pro, para los ajedrecistas profesionales. El modelo contribuye para que el ajedrez llegue, sobre todo, a los lugares más remotos”. De todos modos, no se prevé que en el corto plazo esta aplicación tenga un uso en los torneos oficiales.
Ya se sabe que el tiempo, capaz de devorarlo todo, ha puesto muchas veces remedio sobre aquello que no ha podido la razón. El ajedrez como actividad ligada al intelecto y con más de 15 siglos de historia documentada ha acompañado y adoptado parte de los inventos de la humanidad; incluso los adaptó a su reino. Porque todos los días son iguales para un reloj, pero no para un ajedrecista. Una jugada del tiempo para poner en mate al olvido