12 Nov El derrumbe del ego
Por Diego Batlle
Pemiada en el último Festival de Cannes, nominada a mejor largometraje y dirección en los European Film Awards que se entregarán en diciembre próximo y enviada por Suecia a la carrera por el Oscar extranjero (figura como una de las principales favoritas a obtener el lauro). Si de distinciones se trata, pocas películas consiguieron este año más reconocimientos que Force Majeure: La traición del instinto, nueva película del notable realizador Ruben Östlund que se estrenará pasado mañana en los cines argentinos.
La llegada de Östlund al circuito comercial será un acto de justicia para uno de los directores europeos más inteligentes, talentosos y provocativos, ya que sus tres películas anteriores -The Guitar Mongoloid (2004), Involuntario (2008) y la magistral exploración del bullying y el racismo en Play (2011)- se vieron aquí sólo en el ámbito reducido de festivales como Mar del Plata o el Bafici.
Incluso, en un hecho infrecuente para un cineasta ya consagrado, Östlund regresó en 2010 al cortometraje con Incident by a Bank, que terminó ganando nada menos que el Oso de Oro en el Festival de Berlín.
Force Majeure arranca con una encantadora familia sacándose fotos en un paradisíaco resort de esquí en los Alpes franceses.
Lo que en principio son unas idílicas vacaciones de turistas privilegiados deriva -como siempre en el cine de Östlund- hacia una zona más oscura e inquietante: mientras los cuatro desayunan en una terraza, se aproxima una gigantesca avalancha de nieve que genera un caos, un pánico y un desbande generalizado. La madre se queda protegiendo a los dos pequeños hijos; el padre, en cambio, agarra su iPhone y huye del lugar. Todos salen ilesos tras el fenómeno natural, pero algo en el interior de la pareja empezará a resquebrajarse.
“La idea era exponer la negación de la cobardía, que luego devienen en humillación y colapso emocional. El superhéroe masculino, el macho en el género de acción, es el estereotipo más reproducido en el cine y contra ese mandato social quería ir en Force Majeure, una película que cuestiona el ego masculino y lo enfrenta a la vergüenza ante la posterior censura social”, sostuvo Östlund, que acaba de cumplir 40 años, en su presentación del film ante la prensa internacional acreditada en el último festival de Cannes.
“Me interesa también trabajar la idea de que la supervivencia depende de la habilidad de actuar de manera impulsiva. Eso de ser el capitán y hundirse con el barco es algo romántico que funciona en Titanic, pero que no se ajusta a la realidad de la inmensa mayoría de la gente”.
Maestro en el arte de incomodar al espectador con su humor negro y corrosivo que muchas veces va contra los dictados de la corrección política, Östlund se propuso con esta película varias metas: “Mostrar el personajes masculino más patético que se haya visto en pantalla, incrementar la tasa de divorcios y crear la escena de avalancha más espectacular de la historia del cine”, dice un poco en broma, pero también bastante en serio. En el tercero de los casos, al menos, su afirmación no resulta para nada exagerada ya que se trata de una secuencia descomunal.
“Esquié en los Alpes franceses en varias ocasiones y de hecho comencé a los 20 años como director de películas sobre deportes extremos invernales, tanto en Europa como en los Estados Unidos; por eso, siempre quise rodar una película que se desarrollara en una estación de esquí, con su mundo kitsch de luces de neón, colores chillones, derroche de dinero y que además contuviera una escena de semejantes proporciones e implicancias psicológicas, similar a una que había visto registrada en un video de YouTube y que de alguna manera desencadenó la posterior escritura del guión”, explica.
Sobre por qué denominó a la película Force Majeure (el título internacional es el mucho más simple Turist), Östlund dice que el término de origen francés y de habitual aplicación legal “tiene que ver con situaciones que son imposibles de manejar, con hechos excepcionales que se escapan a la regla. Si bien se usa mucho en reclamos sobre seguros, yo lo conecté con el matrimonio, que es también un acuerdo sobre cómo uno debería comportarse y manejarse”.
Comparado en no pocas ocasiones con directores como Ingmar Bergman y Michael Haneke por su austeridad, su rigor, su frialdad y su ácida -por momentos despiadada- mirada a la burguesía, Östlund reconoce muy distintas influencias: “La primera película que me impactó fue Gummo, de Harmony Korine; y, más recientemente, me fascinaron Laurence Anyways, de Xavier Dolan; y Holy Motors, de Léos Carax. Sin embargo, como me formé en Suecia durante los años 80, la filmografía de ese brillante satirista que es mi compatriota Roy Andersson me marcó más que cualquier otro artista, aunque tengamos estilos opuestos. Con poder conseguir un poco de la creatividad de ese maestro, esa capacidad para encontrar humor hasta en las situaciones más trágicas, ya me sentiría más que satisfecho”, afirma.
LA NACION