Woody Allen: “No tengo la dedicación necesaria para ser un gran artista”

Woody Allen: “No tengo la dedicación necesaria para ser un gran artista”

Por Nathalie Kantt
No hay gente de prensa a su alrededor durante la entrevista. Nadie pide, como suele suceder con otras estrellas, que no se hable de ciertos temas. Woody Allen (Brooklyn, 1935) recibe a LA NACIONen una habitación del hotel Le Bristol, de la capital francesa, para presentar su última película, Magia a la luz de la luna, con Emma Stone y Colin Firth , que fue filmada en la Provenza francesa, y llegará a las salas locales el próximo jueves.
Allen está vestido con su ya clásica combinación de pantalón y camisa color kaki que hace que se confunda con el sillón beige en el que está sentado a la manera de Zelig, el personaje camaleónico de su película de 1983. A los 78 años, tras dirigir 47 películas, recibir 27 nominaciones al Oscar, ganar 5 y continuar con su metódico récord de estrenar una película por año, está aceitado en esto de las entrevistas. Responde con facilidad y sin interrupciones en un tono de voz monocorde. Sus expresiones no se alteran en ningún momento durante el encuentro. Es difícil imaginarlo gritando o enojado.
Escribió chistes para otros en diarios y revistas, así como monólogos y talk shows; dirigió películas humorísticas -y “más triviales” según él mismo las califica-, se interesó por la condición humana y eternizó reflexiones brillantes. Manhattan tuvo un rol excluyente en sus films, a la que mostró en todos sus aspectos, hasta que aparecieron Londres, Barcelona, París, Roma, San Francisco y, próximamente, Rhode Island. En estos últimos años, para algunos se reinventó, para otros comenzó a repetirse. Él prefiere pensar que, si sigue filmando, en algún momento saldrá una buena película.

-¿Qué sabe sobre la Argentina?
-Sé que allí vivió Jorge Luis Borges, porque yo era miembro de la Borges Society. Sé que cuando aquí es verano, ustedes están en invierno; que una mujer dirige el país, que tienen grandes problemas económicos y financieros. Supuestamente tienen muy buena carne. No puedo imaginar que sea mejor que la de Nueva York, pero no lo sé. Y son famosos por tener gauchos. Sé también que tienen una gran población de psicoanalistas.

-¿Hace terapia?
-Vuelvo de vez en cuando para darles ánimo a mis labios.

-Sabe bastante sobre la Argentina, casi podría hacer una película..
-Estuve muy cerca de hacer una película en Buenos Aires. Lo hablamos muy seriamente. Mi hermana Letty Aronson, que es también una de mis productoras, junto a otro de mis productores fueron a Buenos Aires para ver las posibilidades. Busqué una idea que fuera buena para Buenos Aires, pero no la encontraba, y después las conversaciones se fueron apagando. Fue un poco mi culpa: si hubiera dicho “Sí, tengo esta idea, hagamos rápido los contratos”, podría haber sido distinto. Quizás algún día la haga, me dijeron que me va a gustar Buenos Aires, que es muy lindo, que es como París.

-En Magia a la luz de la luna, Colin Firth es un escéptico que no cree en el espiritismo ni en el ocultismo ¿Es quien mejor representa al Woody Allen actual?
-Sí, él habla por mí. Creo que lo que ves es lo que hay. No hay cosas súper especiales en ningún lado, no hay un Dios escondido, ni tampoco un lugar mágico. No hay una razón por encima de todo, no hay una explicación teológica. Pero en la película, Colin Firth dice que desearía estar equivocado, que le probaran que está equivocado. A mí también me gustaría despertarme una mañana y que me dijeran: “¿Escuchaste que ahora la gente puede predecir el futuro?”

-Sus últimas películas fueron filmadas en diferentes ciudades, ya no sólo en Manhattan, y parecen menos introspectivas, menos enfocadas en la exploración de la condición humana ¿Este giro refleja un cambio personal?
-No lo creo, pero desearía que así fuera. Me gustaría cambiar mi personalidad. No me gusta mucho. Creo que simplemente me vienen ideas. Una de ellas fue Blue Jasmine, luego vino Magia a la luz de la luna y, después, la que acabo de terminar de filmar en Newport, Rhode Island (nuevamente con Emma Stone, ahora acompañada por Joaquin Phoenix). Es sólo una cuestión de suerte, como el universo.

-¿Por qué no está contento con su personalidad?
-Desearía ser menos tímido y más feliz. Que mi actitud frente a la vida fuera más feliz. Mirar el lado luminoso, más místico, de las cosas cuando ocurren. Tener una comprensión más positiva de las cosas que observo y no siempre la visión negativa. Me veo con una pequeño atisbo de depresión. No es el tipo de depresión que no te permite salir de la cama: soy activo porque, si no, pienso, y cuando pienso me deprimo, así que de esa manera no pienso tanto. Pero siempre está ese pequeño atisbo de depresión.

-¿Pero hubo algún momento de su vida en que fue diferente?
-No. Hay momentos esporádicos en el día en los que me olvido de ello porque me distraigo, por ejemplo cuando voy a ver partidos de básquetbol, que son muy excitantes y hacen que todo parezca genial. Pero esos momentos se terminan. Cuando era chico solía ir a ver películas todo el tiempo. Dos, tres, cuatro y hasta cinco veces por semana. Veía a Humphrey Bogart y Katharine Hepburn y me olvidaba de todo, era genial. Pero cuando salía y veía brillar el sol, me chocaba de nuevo con el mundo real.

-Alguna vez dijo que no sentía haber hecho aún la “gran” película. ¿Hay en usted algo de esa “insatisfacción crónica” que evoca Penélope Cruz en Vicky Cristina Barcelona?
-No estoy satisfecho porque siempre estoy intentando hacer ese gran film. Lo voy a formular de esta manera: soy realista. No creo que mis películas sean malas. Creo que algunas, no todas, son buenas. Pero si se organizara un festival con películas como Rashomon, Ladrones de bicicletas y El ciudadano, y me llamaran a ver si tengo una película para sumar a ese festival, diría que no, no para ese festival. No hice una película de la que podría estar orgulloso como para que esté al lado de La gran ilusión o alguna de Buñuel. No odio mis films, pero no puedo señalar alguno de ellos y decir “¡Qué gran película!” Creo que soy correcto y objetivo. No me miento. No puedo.

-¿No se siente un gran artista?
-No tengo la concentración ni la dedicación necesarias para ser un gran artista. Esas personas hacen películas y viven en Nueva York o en California y de repente se van a África, se quedan un año, cada detalle es importante, gastan dinero. Yo no hago eso: me gusta filmar en Nueva York o en París, en lugares donde es agradable vivir, y no me gusta trabajar hasta las ocho de la noche. Me gusta volver a casa a las cinco o seis de la tarde, cenar, ir a la cama y mirar los partidos de béisbol. Las películas no son todo lo que hay en la vida. Me metí en el mundo del espectáculo para conocer mujeres. Conocí lindas mujeres en mi vida, y eso está bien. Hace años, cuando empecé, me encontré trabajando y trabajando sin parar. Me decían que no podía volver a casa a ver partidos de básquet porque estaba trabajando. Y recuerdo haber pensado: “¿Para qué trabajo en esto?” Trabajo en una película para tener el dinero para poder comprarme la entrada para ver un partido de básquet. ¡Algo está mal aquí! Esto no es el fin, esto es un medio para lograr un fin. Así que no me considero demasiado artísticamente. Creo que hago las mejores películas que puedo hacer, sobre y para la clase media.

-¿Le importa cómo el público reaccione frente a sus obras?
-Sí. Cuando hago una comedia y quiero que el público ría, me molesta si descubro que no produce gracia. Cuando les muestro a mis amigos una escena en la que deberían reír y no lo hacen, entonces la cambio, la recorto, la tiro a la basura [N. de la R.: alude a su manera habitual de trabajar sus guiones: escribe en una vieja máquina de escribir y recorta y pega literalmente los cambios sobre las páginas] y vuelvo a empezar. Si quiero que ellos rían, los tengo que hacer reír. Si no, es un desastre total.

-¿Cómo ve el cine de su país?
-Creo que hay algunas buenas películas cada año, pero no son muchas. La mayoría de las propuestas son lucrativas para los estudios pero una pérdida de tiempo para los espectadores. Es por eso que gran parte del público inteligente va a ver sólo esos buenos films en los cines y si no los encuentran ven televisión, donde hay propuestas más inteligentes que en el cine.

-¿Cómo le afectaron las últimas acusaciones sobre su vida privada? [N. de la R.: Su hija adoptiva Dylan Farrow, de 28 años, publicó una carta abierta en The New York Times en donde contó con detalles cómo su padre habría abusado sexualmente de ella en 1992, cuando tenía 7 años].
-Nada me afecta. Yo trabajo y nada más. Nunca leo las críticas de mis películas, nunca leo las entrevistas que me hacen, nunca miro mis películas después de realizadas. Hice Take the Money and Run en 1967 o 68 [Robó, huyó y lo pescaron, el primer film que dirigió en solitario, en 1969] y nunca más volví a verla. Sólo me concentro en hacer mis películas, nada más. Nada me afecta, y tampoco voy a recibir premios. No me importan.

-Pero va a festivales como el de Cannes…
-Sí, porque los distribuidores me piden ir, y no tengo problema en hacerlo si es para ayudar a publicitar mis películas.

-Jamás pensó que podría tener un éxito comercial como Medianoche en París, pero sucedió. ¿Cambió en algo su manera de concebir las siguientes películas?
-No. Medianoche en París fue muy exitosa comercialmente, pero ni un solo estudio me llamó diciéndome que les gustaría financiar mi próxima película. No hizo ninguna diferencia. Fue como si nadie hubiera ido a verla. Como si las luces de la proyección se hubieran prendido y no hubiera nadie en la sala.
LA NACION