La vida está en otra parte

carlos Felice

La vida está en otra parte

Por Carlos Felice
El método de retroalimentación de San Ignacio de Loyola nunca terminó de convencerme porque, claro, San Ignacio no era argentino. Su ciclo de proposición de metas y posterior revisión respecto a cumplimientos, no conoció la dinámica compleja de la sociología nacional.

Yo creo más bien en la futilidad del lenguaje porque creo que las que realmente producen los cambios son las experiencias, que nos sacuden emocionalmente e influyen sobre nuestra manera de pensar.

Sin embargo, confieso que atraer al otro al laberinto de discusión de ideas me seduce y divierte, aunque esa conexión (que yo llamo “unir los puntos mediante detalle y subtexto”) no es cháchara autoindulgente, sino ironía y sarcasmo, conjuntamente con la comunicación de lo que se quiere expresar o advertir. Como decía el amigo Nietzsche, me evita convertirme en el perro que ha aprendido a reír, pero ha olvidado morder.

Algo también interesante es el concepto de sombras dentro de sombras, el cual no es oriental ni samurái, sino una de las seis formas principales de engaño militar. Se trata de confeccionar algo ambiguo y difícil de interpretar, en oposición a un engaño evidente que no puede descubrirse. Respecto a la razón y en relación el beneficio que da el triunfo, explicito que vencer no es nada.

El tema de la autoridad moral es todo un tema ¿no? Mucha de la info mediática –el contenido televisivo mainstream hoy en día- expresa una ignorancias sobre los dramas personales que, en definitiva, son sociales. Contra esta clase de autoridad moral mediática, decía Hobbes algo así: la maldad exitosa obtiene el nombre de virtud cuando es en beneficio del Reino (del pueblo). La paciencia de la gente nos da el termostato social.

La mediocridad preocupa, es una mezcla explosiva. Algunos tienen el cargo, pero no la autoridad y en su ignorancia obran como dirigentes, por eso la figura de César y el puñal: después de que te matan se dan cuenta de que no tienen que seguir sin vos, pero ¡te mataron! Ahí está el problema verdadero. Demasiados intereses propios sin honor, sin sustento. Una fragilidad peligrosa. Como la de Melina Romero.

Rescato la experiencia que impacta en la producción del conocimiento y en la que se inscriben los muchos que suman, construyen y edifican puentes, los que –lejos de toda soberbia- valen y de verdad permiten renovar la esperanza todos los días.