Jaime Bayly: “me siento un escritor menor, pero no voy a tirar la toalla”

Jaime Bayly: “me siento un escritor menor, pero no voy a tirar la toalla”

Por Martín Lojo
Después de haber apelado a todas las formas de la provocación, de confesar sus apetencias sexuales y sus vicios, de reírse de sí mismo y de los demás, Jaime Bayly (Lima, 1965) continúa en su afán de superar los límites de la corrección política allí donde se encuentren. A falta ya de sutilezas a las que recurrir, en su novela decide liquidar -literariamente, claro- a cada uno de los enemigos que se encontró en su derrotero por la literatura, el periodismo y el espectáculo. A esa tarea se aboca su álter ego, Javier Garcés, el protagonista de Morirás mañana , una trilogía de novelas reunidas en un solo volumen recientemente publicado en la Argentina. Diagnosticado con una enfermedad mortal, Garcés descubre que ya no le quedan reparos morales para llevar a cabo su más oscuro deseo: evitar que sus adversarios lo sobrevivan. Por esa razón se propone matar al crítico literario que destrozó cada una de sus tres novelas mediocres, al escritor consagrado que le negó un premio, al editor que le robó sus derechos de autor y a la amante que lo traicionó. La escritura corrosiva y ligera de Bayly deja en esta novela sus habituales recursos autobiográficos para tomar vuelo en una ficción disparatada, cruda y con altas dosis de violencia. De visita en Buenos Aires, Bayly contó a adncultura las inquietantes circunstancias que lo llevaron a escribirla.
-Empecé la novela en el año 2009, en Bogotá. Me había mudado allí y vivía en un hotel, cuando dos circunstancias diferentes me acercaron a la muerte. Unos médicos me dijeron que mi salud estaba muy venida a menos y, por otra parte, el jefe de la policía secreta me dijo que unos sicarios venezolanos iban a venir a matarme en nombre de Chávez.
-¿Por sus opiniones políticas?
-Sí, en ese momento estaba haciendo un programa político todas las noches, por NTN 24 desde Bogotá, que se veía mucho en Venezuela. Si lo que me habían dicho el policía y los médicos era verdad, la muerte estaba más o menos cerca. Entonces me planteé cómo quería seguir viviendo. No debía irme de Bogotá, no quería escapar y tampoco quería hacerme ningún trasplante de hígado como me sugerían los médicos. Me pareció que la forma de conjurar los peligros era escribir una novela impregnada de sangre, de muertes. Javier Garcés, el protagonista, es un hombre que sabe que le queda poca vida, igual que yo en ese entonces. Me resultó muy estimulante y me hizo bien a la salud anímica y física aferrarme al vicio de escribir. Imaginar que volvía a Lima y me inauguraba en el oficio de asesino. La novela surgió así, matando imaginariamente a un crítico literario, a un escritor veterano y al director de un diario. Sentí que, en efecto, escribirla me instalaba muy crudamente en la realidad de la vida. Por eso la prolongué con más enemigos a los que ajusticiar. Lo que originalmente tramé como una novela ambientada en el Perú, con cuatro o cinco crímenes, luego se desbordó a Chile y la Argentina.
-¿Cómo se resolvieron las situaciones de peligro en las que se encontraba?
-Los médicos peruanos que sugerían hacerme un trasplante de hígado urgente exageraron. Aquí estoy, tres años después. En cuanto a la advertencia del policía que trabajaba para el gobierno de Uribe, no pasó nada. A veces yo burlaba mi custodia y me escapaba de madrugada. Pasan muchas motos por Bogotá, sentía el zumbido de alguna y pasaba gallardamente junto a ella. La ciudad, con calles de atmósfera muy pesada, me pareció un lugar curioso para contagiarme de esa locura por la violencia y la muerte.
-¿Cómo se tradujo el miedo a la muerte en el deseo de matar de su personaje? Javier Garcés elige a sus víctimas entre escritores, críticos y periodistas, todos los ámbitos en los que usted ha trabajado.
-Evidentemente estoy agazapado detrás de Garcés, sus enemigos son los míos. Son personajes ficticios pero basados en personas reales que yo he conocido y con las que ha surgido alguna animosidad. Garcés no es una persona religiosa, sabe que le queda muy poca vida y le parece insoportable la idea de que sus propios enemigos lo sobrevivan. Cree que es un acto de justicia exorcizar sus rencores y a la vez ajustar cuentas con ellos. Descubre que es una mala persona y que sólo tramando crímenes y ejecutándolos se siente mejor, es una terapia. Le parece que incluso sus pequeñas novelas mediocres fueron una preparación para ese momento.
-Garcés comienza con crímenes literarios. ¿Cuáles son sus propios rencores con la crítica, los editores y los demás escritores?
-Yo lo entiendo a Garcés. Mata a un crítico que ha sido su enemigo sistemático, un odiador profesional. Cada vez que publicaba una de sus novelas menores, el crítico se ensañaba de una manera feroz con él. A mí me ha ocurrido. Difícilmente se olvidan las críticas más ponzoñosas, y menos aún se olvida a un crítico que ha hecho carrera escribiendo libelos en contra de uno. El crítico que me sirvió de modelo para Hipólito Luna, relativamente conocido en Perú, fue muy venenoso con mis novelas. Creo que los escritores somos muy envanecidos y muy sensibles al agravio del crítico. En cuanto a los escritores, Garcés no los ve como colegas. Son enemigos. No recuerda una reunión o congreso de literatura que no estuviera envenenado por las intrigas, la mezquindad, la chismografía, el intento de rebajar al otro. Se propone, entonces, matar a un escritor que, él supone, le robó un premio. En ambos crímenes, incluso en el crimen del director del periódico que echa a Garcés, he querido retratar la vanidad herida e inflamada de los escritores.
-Los periodistas también son criticados en la novela, los que no son corruptos mienten descaradamente para vender sus noticias.
-Yo soy periodista desde los 15 años. Tengo un conocimiento de algunas décadas sobre las pequeñas corruptelas, las picardías y los embustes de los periodistas. En la novela hay una visión humorística del oficio. Los diarios retratan los crímenes como verdaderas fábricas de ficción. Uno ve un lío de faldas donde el otro ve un caso de espionaje de la CIA, porque el modo de presentar la noticia está cargado de la intención editorial de cada periódico o de sus pequeños negociados. Mi impresión es que muchos de los escritores de redacciones, sobre todo los de notas policiales, son novelistas encubiertos, que toman un dato de la realidad y luego fabulan la noticia desde la ficción.
-Alma Rossi, la amante de Garcés que lo traiciona para irse con su editor millonario, poco a poco toma protagonismo en la novela hasta ser casi más interesante que el propio asesino. ¿Cómo desarrolló ese personaje?
-La Rossi es el personaje capital, una mujer fascinante. Garcés está enamorado hasta los huesos de ella, pero ella es muy ensimismada y no se rebaja a ciertas vulgaridades del amor. Tenía algunas imágenes de Rossi, como un álbum incompleto de fotografías rasgadas, en blanco y negro. Sobre todo una escena en la que ella, siendo adolescente, recoge las páginas de los libros que su padre, un lector voraz, arranca y tira al suelo a medida que va leyendo. Ésa era la primera imagen, la influencia tremenda del padre sobre su vida, manifestada en la lectura. El personaje es principalmente una mujer chilena con la que tuve una relación muy íntima. He vampirizado muchas de las cosas que ella me relató a lo largo de los años. Rossi es un personaje herido, no está dispuesta a transar en el amor y sólo acepta relacionarse sexualmente con Garcés si él se adapta a sus reglas. En la mitad de la novela, cuando Garcés decide no matarla, Alma Rossi se convierte en el gran personaje y la dirección del relato cambia.
-En todos sus libros utiliza su propia biografía, pero en éste hay un viraje más fuerte hacia la ficción y el humor paródico. ¿Cómo trabajó con esa deformación de la propia experiencia?
-Aunque esta novela también ha partido de un registro autobiográfico, creo que me he permitido mentir y fabular impunemente. Fue estimulante dejar de lado mis recuerdos. A lo sumo tomé unas afrentas, unas heridas. La memoria tiene esa cualidad perversa, que registra más la infelicidad. Veía con claridad a los personajes: al crítico, al escritor, al editor, a la mujer traidora de la que uno sigue enamorado; pero lo que Garcés se propone hacer con ellos fue mi salida imaginaria, un sueño afiebrado. Todo eso me ha permitido disfrutar de esta novela mucho más que de las anteriores.
-Garcés critica duramente a los peruanos y a los chilenos pero celebra a los argentinos hasta por sus defectos, ¿por qué?
-Tiene una pasión irracional e incomprensible por lo argentino. Tal vez se explica por su devoción por Borges. Le parece que Buenos Aires es una ciudad extraordinariamente literaria, poblada de personajes que construyen de nuevo la realidad cada vez que hablan, exageran y dividen el mundo en riñas. Hay que tener en cuenta también que Garcés elige Buenos Aires para morir. Es una ciudad asociada con la desmesura, algo que encuentra estimable. Por eso aquí, en la Argentina, comienzan los asesinatos menos justificados. Por razones arbitrarias, matará a un periodista truculento de la televisión, a la dependienta de una librería, a un actor cocainómano de un talento portentoso y al dueño de un restaurante, un dandi muy frívolo. Hay que entender que Garcés está bastante loco, es excesivo y atrabiliario.
-En sus novelas hay siempre una exposición muy cruda de los personajes, y en ésta se suman también buenas cuotas de sexo, violencia y drogas. ¿Qué lo seduce de los temas sórdidos?
-Sí, vuelvo mucho sobre eso. Tengo la impresión de que allí, en esos ámbitos privados celosamente custodiados, muchas veces relacionados con las preferencias sexuales o los vicios, están las claves, las cifras más reveladoras de la identidad de una persona. Eso es lo que más exactamente define a un individuo, su humanidad, sus miserias y grandezas. Creo que la misión de un escritor es abrir esa caja fuerte y saquear el botín. Ver lo que los demás esconden y, sobre todo, lo que uno mismo esconde a los demás.
-¿Por qué vuelve siempre a la estrategia de identificarse con sus protagonistas?
-Desde el Joaquín Camino, de No se lo digas a nadie , hasta Javier Garcés, en todas las novelas tengo un álter ego. Tal vez porque soy un escritor muy visceral. No he podido ser un escritor de la escuela borgeana; me hubiera encantado, pero soy más sucio y realista. Me azuzan las bajas pasiones: me interesa el sexo y modificar mi estado de ánimo al extremo; me interesa el poder, el mundo del periodismo y de la literatura. Mi premisa literaria es escribir sobre lo que conozco, lo que he vivido y me ha dolido.
-Hacia el final de Morirás mañana , Javier decide suicidarse y se da cuenta de que una de las razones que lo motivan es que su obra literaria, apenas tres novelas, no lo satisface. Usted ha escrito catorce novelas, un libro de poesía y textos periodísticos. ¿Cómo valora su obra hasta el momento?
-Tampoco estoy conforme. Me siento un escritor menor, chapucero. Cuando releo mis primeras novelas, me quedo espantado. Pero no estoy dispuesto a tirar la toalla. Ahora estoy escribiendo una novela sobre el poder, la política y su relación con la televisión, mundos que he visitado. Quiero creer que esta novela me va a salvar de mis fracasos anteriores. En cualquier caso, carezco del coraje para suicidarme por ser un escritor menor; en eso admiro a Garcés, yo no tengo esos cojones..
LA NACION

Tags: