Fiesta de disfraces

Fiesta de disfraces

Por Néstr Fenoglio
Justina cuenta esta anécdota: convocada la fiesta de disfraces para cierta especial ocasión, ella acudió con un original, artesanal e inquietante disfraz de “batichica”. Le pasaron dos cosas, dijo: las princesas -la mayoría de sus compañeritas- dialogaban entre ellas y, dos, nadie entendía de qué estaba disfrazada.
Los carnavales, la antes inexistente y ahora súper presente halloween (en unos pocos días más, el 31 de este mes), un baile retro (yo por ejemplo, vi a cuatro veteranas en fila y cuando pregunté me dijeron a coro: ¡Las Primas! y entonces me acordé que me olvidé que las primas eran, fueron, uno -uno más- de esos efímeros conjuntos que pegan un tema y después desaparecen) o el más pedestre y simple cumpleañitos de tu nena, pueden ser excusas para disfrazarte.
Antes, los disfraces requerían organización, logística, anticipación, originalidad, creatividad, coraje. Hoy con ir a cualquier juguetería o cotillón o sala de alquiler de trajes, salís con el disfraz completo de lo que quieras, incluyendo “las primas”.
La otra cosa notoria es que ahora los disfraces están condicionados y acondicionados por la omnipresente televisión o por el cine, cuyo aparato publicitario impone personajes, recicla otros, mantiene algunos y defenestra otros con la misma rapidez y contundencia de la nueva película…
Así, las chicas, en general, quieren ser princesas. Aurora, Bella, Blancanieves, Cenicienta o las raspunceles de turno tienen en común esos vestidos largos, “de palacio” y entonces las niñas asumen el rol convencidas, contentas y “en personaje”. En la escuela, pasa lo mismo. La fiesta del 25 de Mayo no es un baile de disfraces, pero cada vez cuesta más convencer a tu criatura de que asuma el rol de vendedora de empanadas o mazamorrera: todas quieren ser damas antiguas, con lo cual las maestras se ven en figurillas para darle un toque realista y no (sólo) elitista a la sociedad de entonces. Y vendé empanadas o mazamorra vos, si querés.
Los pibes vienen de Hombre Araña, de Power Ranger, de Capitán América o de Batman, pero sostenidos por la misma lógica impuesta por el poderoso merchandising que acompaña cada película que se lanza al mercado.
Igual, a la hora de los bifes, cuando el baile o la actuación se normalizan (se hace caótica: es decir que se normaliza), pasan cosas interesantes, a saber: Cenicienta anda sin los dos zapatos; Elsa, la de Frozen, se sacó definitivamente la peluca blanca (le picaba); Raspunzel llora porque el Hombre Araña la persigue para pisarle el pelo; a la brujita se le corrió el maquillaje negro y ahora sí impone cierto respeto, entre otras cuestiones.
También hay adaptaciones de última: un palaciego vestido de alta noche no tiene por qué deslucir con las zapatillas de Barbie con luces; y el pirata bien puede tener una remera canchera de Unión o Colón.
Finalmente, en algún punto se cumple esa mixtura y alquimia en que uno es uno mismo y otro al mismo tiempo. Y en que la alegría aflora por debajo de cualquier personaje y se instala en la fiesta. Y en cuanto a Justina, paciencia y perseverancia: las batichicas suelen actuar solas.
EL LITORAL
DIBUJO: LUIS DLUGOSZEWSKI