El hip-hop después del hip-hop

El hip-hop después del hip-hop

Por Alejandro Cruz
Bruno Beltrão es coreógrafo. También fue bailarín, pero apenas hasta las 18 años. Ahora tiene 32. La crítica alguna vez ha dicho de su propuesta que es como el hip-hopdespués del hip-hop. De él han dicho que es el señor que deconstruye el hip-hop. Venerado (y también criticado) es el que presentó sus trabajos en los escenarios más importantes del mundo. La célebre Pina Bauch lo recibió con los brazos abiertos, mientras que la escena de la danza contemporánea lo convirtió en una de sus figuras. Hace 16 años, fundó la compañía Grupo da Rua, con el cual la danza callejera alcanzó otra poética. En el grupo, con sede en Niterói, trabajan chicos de todo Brasil que podrían ser los b-boy de cualquier video clip de Christina Aguilera (como él mismo ironiza), pero no. Es que así como ama al hip-hop, lo critica.
Bruno Beltrão es quien hoy, por única vez, presentará en el Teatro San Martín H3 , su sexta coreografía. Son 50 minutos de los cuales, más de la mitad, transcurren sin música. La vez que H3 se ofreció en Nueva York, The New York Times dijo: “Si hay un paraíso para los b-boys , debe de ser algo como el de Bruno Beltrão en H3. La revista internacional Balletanz sostuvo: “Puede ser un hito en la historia de la danza callejera o una señal de la aparición de algo totalmente nuevo; cualquiera que sea el caso, vale la pena no perdérselo”.
H3 forma parte de la programación del ciclo Panorama Sur que se inicia hoy (ver recuadro). Recién llegado y mientras sus b-boy le dan duro a Facebook, repasa su recorrido. De adolescente miraba el baile como algo lejano. “Ahora es distinto porque el hip-hop tiene como un protocolo, pero de jovencito observaba a toda esa gente bailando en la calle y me parecía como algo enredado, ajeno”, explica a horas de pisar por segunda vez Buenos Aires. Claro que, con el tiempo, comenzó a ir a las discos con un objetivo claro: “Conocer mininas”.
– ¿Funcionó?
-Sí, claro que funcionó.
Y se ríe con una sonrisa franca, que, al parecer, lo pinta de cuerpo entero. Viene de una familia de clase media. Ni sus amigos ni él sabían bailar, pero fueron a la disco y, quizá sin saberlo, fue aprendiendo su propio protocolo. Conoció un grupo, Power Dance, cuyos integrantes se preparaban toda la semana para ir a bailar a la discoteca. ¿Fiebre de sábado por la noche versión brasileña? Pongamos que sí. Entonces, decidió que lo suyo era bailar. Se anotó en la Facultad de Danza de San Pablo. Son cuatro años de estudio. El largó a los tres. Es que a medida que pasaba el tiempo se daba cuenta de que le interesaba mucho más la parte teórica de la carrera que la práctica (todo una extrañeza). Simultáneamente, descubrió que le producía más placer coreografiar que bailar (segunda extrañeza). Mientras esto le rondaba por su cabeza, trabajaba en un espectáculo de nuevo circo. Iba todo bien, tampoco. “Un día decidí que no iba a bailar más en el espectáculo -cuenta-. Desde esa vez, nunca más lo hice.”
– ¿Qué edad tenías?
-Dieciocho.
En ese proceso interno, una vez vio una performance de Jérôme Bel, que le sirvió para entender que había otras posibles lecturas sobre el mundo pop. En otro momento, un profesor le dijo algo que ahora recuerda como si estuviera sucediendo: “No hace falta bailar para hacer una coreografía”. Eso le pegó. Bruno reconoce que para marcar movimientos se mueve muy poco. “Me siento y hablo. Propongo cosas, pero no las muestro. A los bailarines mucho no les gusta, preferirían que alguien les muestre lo que tienen que hacer; yo decidí tomar otro rumbo -reflexiona-. En otros espectáculos, por ejemplo, investigué la espacialidad. Ahora, en mi nuevo espectáculo, decidí encarar el tema de la autoría. En la actualidad, es todo muy intrincado, son tiempos de muchas influencias en los cuales es complejo definir dónde y cómo se genera un hecho creativo. Por eso, estoy metido con el tema de la autoría y comencé a llevar eso al grupo.”

COPIA CERTIFICADA
En ese tren, dejó de “crear” para “copiar”. Claro, todo absolutamente entrecomillado para no entrar en discusiones sobre los (¿supuestos?) límites entre la creación y la copia. En el inicio del proceso, les pidió a sus bailarines que buscaran videos en Internet para trabajarlos. A partir de esas pequeñas unidades, busca el gesto por definir.
Volvamos a la facultad. “Lo primordial que aprendí, y que me sirve hasta el día de hoy, es que la escena del hip-hop está montada sobre la lógica del entretenimiento con música muy fuerte y mucho despliegue físico, que apunta al impacto; ése no era mi camino. La facultad me posibilitó reflexionar sobre aquello y verlo desde otra perspectiva. El resto de todo eso no me interesa. Y no es que quiera levantar alguna bandera de lo que hago porque no es lo mío. A lo sumo, siempre fui crítico hacia esta tendencia coreográfica del hip-hop que considero que está muerta porque siempre repite una fórmula.”
El dice no levantar banderas, pero cuando su grupo se presentó en Madrid, la información de prensa decía sobre H2, su anterior trabajo: “[en una escena] los 12 chicos, cuyas edades andarán entre los 18 y 21 años, se dirigen al centro del escenario, miran al público y, por parejas, se besan ardientemente. Un beso prolongado, apasionado, muy bello”. Concluye al largo (y bello) párrafo, así: “Sinceramente, creo que allí, en aquel escenario, se ha hecho más contra la homofobia que en miles de charlas, encuentros y manifestaciones sobre el asunto”. Le recuerdo el texto. Rápido, apunta: “¡Cierto, esa bandera sí la levanto! En ese momento, era importante tomar esa postura. Era un mensaje hacia el universo del hip-hop, que es una danza muy machista llena de prejuicios”.
– ¿Cómo trabajaste esa escena con bailarines que manejan el código de la calle?
-Para algunos fue un poco shockeante . No creían que fuera necesario, como tampoco consideraban necesario bailar sin música. Pero yo siempre supe que no quería una danza espectacular, creo que la gente ya está cansada de eso.
En la búsqueda de Bruno Beltrão y de su compañía, colectivo que guarda varias similitudes con la del grupo Km 29, del coreógrafo local Juan Onofri Barbato, nunca intentaron convocar a bailarines con formación en danza contemporánea. “Es un punto importante -reconoce-, pero yo quiero trabajar con gente que domine el hip-hop. Si otras compañías tienen como base el clásico, yo apuesto a un hip-hoptrabajado desde una forma de lo sensible.”
¿El resultado? H3 , título que no significa nada (aunque, quizá, sí).
LA NACION