El colegio o el profesionalismo, la última jugada de Alan Pichot

El colegio o el profesionalismo, la última jugada de Alan Pichot

Por Carlos Ilardo
Hace diez años, los padres de Alan Pichot (Mariela y Daniel) fueron citados por las autoridades del colegio Jean Piaget porque su hijo, alumno de 1er grado, presentaba déficit de atención y de concentración en el aula. Semanas después, una serie de estudios cognitivos revelaron que ese niño de 6 años poseía un enorme talento, el resultado arrojó que tenía rasgos de súperdotado. Su coeficiente intelectual (131) era similar al del 5% de las personas más inteligentes del mundo. En el ajedrez, sólo Bobby Fischer, Garry Kasparov y Judit Polgar superan los 150. Acaso, las razones de esa asimetría hoy son indisimulables; el joven Alan Pichot, que acaba de consagrarse campeón mundial Sub 16 en el Festival Mundial de Ajedrez, en Durban (Sudáfrica), lo dice sin eufemismo: “Me aburre el colegio”.
-¿No te gusta el colegio?
-No sé si es que no me gusta; con mis compañeros y con los profesores me llevo bien, pero lo que estudio no me atrapa; no tengo ninguna materia que sea mi favorita. Tal vez la que más me interesa sea un poco la Historia Universal, pero nada más.
-Estás cursando el 3er año, ¿te cuesta estudiar?
-Este es el peor año, porque ante tanta competencia se me complicó el tema de las faltas; es cierto que el colegio me tiene mucha tolerancia pero casi no pude ir. La rectora Nora Jouanny, el profesor de geografía y Representante Legal de la escuela, Raúl Rodríguez y el anterior rector, Carlo Marque, siempre me estimulan; hasta la profe de matemática Carla, me tiene gran paciencia. Es que hasta ahora siempre pasé sin problemas y aprobando todas la materias. Pero estamos evaluando dar el año libre o aceptar una propuesta del Enard, de cursar el secundario en una escuela para deportistas de alto rendimiento.
Sin proponérselo, la vida rutinaria de Alan y su familia, mamá Mariela, su pareja Héctor, y su hermano Ian, se les disparó de las manos; tras el regreso triunfal del continente africano hace 96 horas que los teléfonos no cesan de sonar, las casillas de correos electrónicos rebalsan, y los mensajes de textos no dan tregua; llueven las invitaciones a redacciones; recibe cámaras de TV que se autoinvitan al living de su casa; políticos de diferentes partidos, ya sea del gobierno de la Ciudad o de la Nación, le transmiten que lo aguardan en su despacho.
Alan Pichot arribó anteanoche, a las 23.30 desde Sudáfrica, y ayer a las 12 fue recibido por el jefe de gabinete del gobierno porteño, Enrique Larreta; a las 13, por la Ministra de Cultura de la Nación, Teresa Parodi; a las 15, conversó con La Nacion en su escuela, William C. Morris, de Almagro, y en el club del barrio, el Círculo Torre Blanca, y entre las 17 y las 19, lo entrevistaron para la señal de cable de TN y C5N, respectivamente. Además la producción de dos programas de radio lo tenían agendado para salir al aire a las 21 y a las 23.
“Mientras Alan jugaba en Sudáfrica pensamos que sería bueno arreglar el departamento, estamos con pintores casi todo el día. Yo no me imaginé que Alan traería el título y ahora no hay lugar para recibir a la gente”, confiesa la mamá, que de a poco se va acostumbrando a las miradas de los vecinos mientras brinda reportajes en la vereda o mientras sube en el ascensor.
Al joven Pichot también le sucede. Cuando llega, al colegio un grupo de compañeros, Gonzalo, Lucio, Gerónimo, Sol, Mariquena, Micaela y Gabriela lo aguardan en secreto y lo sorprenden con un abrazo. “Te vi en la tapa del diario”, dice uno mientras otro agrega: “Y, yo en la tele”. “Sí, a las 7 de la mañana ya salía tu cara en los noticieros de la televisión.”
“Me parece demasiado todo esto, ¿no?”, dice Alan, representante de la Universidad 3 de Febrero en la Liga Nacional, con una mueca que le dibuja una media sonrisa que no oculta los síntomas de las cuatro horas de diferencia entre Durban y Buenos Aires. Y sin tiempo para la repregunta agrega: “Bueno, al menos espero que esta vez me brinden una ayuda en serio. A todos les digo lo mismo; me gusta el ajedrez, disfruto mucho de hacer esto, pero para progresar necesito competir con los mejores y los grandes jugadores están en Europa”.
En la edad de los primeros rubores y las inocentes ilusiones, Alan disfruta mucho de los momentos en familia y sin imaginárselo se ha convertido en una especie de súper héroe de su hermano Ian, de 8 años. “Él juega muy bien, casi como yo a su edad”, dijo Alan, quien prefiere minimizar que en 2006, cuando él cumplió los 8 años, se adjudicó el Magistralito Estrellita en el Miguel Najdorf por encima de 200 participantes.
-¿Cómo era tú vida antes de ser campeón mundial?
-Rutinaria, me levantaba a las 7 para ir al colegio; regresaba a casa a las 13, y mientras almorzaba iba preparando qué cosas repasar. Juego ajedrez todo el día. Desde las 14 hasta las 16 ó 17 práctico ejercicios de táctica y luego me distraigo viendo la tele; me gusta “Sin Codificar”, o si no me quedo escuchando música. A la noche quiero cenar temprano porque así me queda tiempo para seguir jugando por Internet. Lo hago por un club, el Internet Chess Club.
En el sitio ingresa un millón de jugadores al mes; Alan utiliza el seudónimo de Platyborg -un personaje animado- y su fuerza lo ubica entre los 20 mejores del planeta, junto a Hikaru Nakamura, Maxim Vachier Lagrave y Sergey Karjakin.
-¿Y tú vida social? ¿salís con chicas o con amigos?
-Poco, en verdad no tanto, prefiero estar con la familia. Mis mejores amigos son del ajedrez. El tema es que uno arma grupos con gente de la misma fuerza de Elo. Entonces, por mi puntaje, en mi grupo de amigos son mayores que yo. Ellos, por ahí, prefieren otro tipo de salidas. Yo me engancho cuando dicen de jugar al fútbol.
Acaso, tras la euforia triunfal, chico de Almagro e hincha de Boca, deberá discernir con atención para no confundir deseo con deserción. La sentencia de William Goethe aún tiene vigencia: “El talento es cosa de niños, el trabajo hace al hombre y el sacrificio al genio”. Alan Pichot ya no es un niño, empieza a sentirse hombre y el destino dirá si alcanza el genio.
LA NACION

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