Cáncer de mama: testimonios de vida para la detección precoz

Cáncer de mama: testimonios de vida para la detección precoz

Por Fabiola Czubaj
A Emilia le resultó extraño ver una mancha rosa en el bolsillo de la camisa de su esposo. Habitualmente, eran azules o negras por las lapiceras que Humberto acostumbra querer tener a mano. Recién cuando le preguntó qué podía ser, él le dijo que le supuraba el pezón. Hacía ya varios meses que tenía ese problema y ni se le cruzó por la cabeza que sería el segundo de su grupo de amigos en padecer cáncer de mama. Casi el 1% de los tumores mamarios ocurre en los hombres.
“No pensé que iba a ser algo malo. Por eso no le di mucha importancia”, cuenta Humberto Galelli, ya recuperado, a los 82 años. Jubilado, ex industrial, todos los años saca turno con Emilia (78) para hacerse un control mamario. Después de una cirugía para extirparle el tumor y cinco años de tratamiento con tamoxifeno, recibió el alta. Sus dos hijos, una mujer y un varón, también comenzaron con los controles por consejo médico. Con la edad y el sexo, los antecedentes familiares son los tres factores de riesgo no modificables de la enfemrmedad.
Adriana Raffaele es ama de casa y cumplirá 54 años este 19 de octubre, cuando el mundo se vista de rosa para conmemorar el Día Internacional de la Lucha contra el Cáncer de Mama. Convencida, cumple todas las recomendaciones para cuidar la salud, excepto fumar. Intentó varias veces abandonar el cigarrillo, pero aún no pudo.
“En mi familia siempre le tuvieron pánico a ir al médico, a los chequeos. Por eso, siempre traté de ser consiente sobre el cuidado de la salud e inculcarle lo mismo a mi familia -cuenta-. Por suerte, lo que me han detectado siempre fue benigno. Por eso le digo a mi hija que vaya al médico. Cuando era adolescente la llevé a una especialista para quedarme tranquila de que estuviera controlada y hoy, a los 25, sabe que tiene que hacerse los chequeos.” Para no olvidarse de sus controles, utiliza el día de su cumpleaños como referencia.
Estas historias son ejemplos en carne y hueso de los beneficios de recomendaciones como no desestimar las señales de alerta o cumplir con los controles clínicos para hallar a tiempo una enfermedad que se puede tratar con éxito si se detecta temprano, es decir, cuando el tumor es pequeño, imperceptible al tacto, no causa síntomas y está confinado a la mama.
“Hoy, el control mamográfico es una diferencia entre la vida y la muerte. Así de simple”, asegura María Graziella Donnet, que preside la Liga Argentina de Lucha Contra el Cáncer (Lalcec). El mamógrafo móvil que su organización comparte con la Fundación Avón ya realizaron más de 123.000 mamografías gratuitas en ciudades y pueblos del país; 2500 de las mujeres evaluadas necesitaron tratamiento.
La tendencia terapéutica, según comentan los doctores Angela Avegno y Jorge Piccolini, ambos mastólogos, es la detección de los tumores cada vez más temprana, cirugías para exirparlos (mastectomías) cada vez más pequeñas y terapias más individualizadas. “Es fundamental consultar al médico a tiempo para que diseñe un plan de control personalizado”, insiste Silvia Zubiri, que preside la Fundación Avón, durante una reunión de prensa para anunciar que la Caminata Avón-Lalcec contra el Cáncer de Mama cumple 10 años. La cita es el 28 de este mes, en Palermo.

RELATOS QUE INSPIRAN
En una de las salas de la sede de Diagnóstico Maipú ubicada en la avenida Cabildo al 400, siete pacientes que en estos 10 años cumplieron a conciencia con los chequeos mamarios les cuentan sus historias a LA NACION.
Liliana Dubinsky, de 54 años, es de pocas palabras aunque trabaja en ventas. Cumple con los controles anuales porque su mamá y su abuela tuvieron la enfermedad. “Como viví el proceso de la enfermedad de mi mamá, tomé conciencia aún más sobre la importancia de los chequeos. Por eso, trato de ser prolija y hacérmelos una vez al año y, si es posible, cada 6 meses”, dice. En un caso de alto riesgo como el de ella, la frecuencia del examen dependerá del médico tratante. “Por suerte -agrega-, nunca me encontraron nada grave, más que algunos microcalcificaciones.”
El el otro extremo está Julia Fernández, una cocinera de 67 años que sorprende por el humor con el que matiza hasta el detalle que más indigna. “¡A mí me salió todo mal!”, resume y sonríe como para compensar lo que vendrá: “Lo mío sucedió por una mala praxis. Yo me hacía los controles anuales rigurosamente. Como me mudé, busqué un médico que me quedara cerca y eso fue un error.”
El profesional le pidió que extendiera el plazo de las mamografías y cuando volvió a hacerse el chequeo, le detectaron un tumor que había que extirpar rápidamente. Luego de una mastectomía, combinó quimioterapia y radioterapia. “Pero cuando me operaron, me hicieron una expansión (cutánea para la reconstrucción mamaria posterior) que quedó mal -cuenta-. Pero siempre digo que hay que seguir adelante, positiva y siempre con buen humor. De hecho cuando me enteré que tenía cáncer lo primero que pensé fue «me pelo, me pongo una túnica naranja y me convierto en budista».”
El humor está presente en cada relato. Las anécdotas se cruzan con experiencias y opiniones, también, sobre lo que debería mejorar en el sistema de salud. Un pedido es que las mujeres no tengan que “pelear” con las obras sociales y las prepagas para que cubran la reconstrucción mamaria después de una mastectomía y que esa cirugía sea “de calidad”.
Otro pedido incumbe a los médicos: que den el diagnóstico sin eufemismos, con todas las letras y abiertos a muchas preguntas. Bronca, enojo, es lo primero que recuerdan haber sentido quienes recibieron el diagnóstico. Pero lo indispensable parece resumirlo Julia: “Hay que ser positivos y siempre mirar hacia adelante”. Todos asienten.
LA NACION