Arte: la saga británica, victorianos y eduardianos

Arte: la saga británica, victorianos y eduardianos

Por Fabio Grementieri
La ambición arquitectónica y urbanística británica sobre Buenos Aires data de las Invasiones Inglesas. La misión de Beresford la rebautizó “Nueva Arcadia” y es el desembarco del primer influjo neoclásico. La de Whitelocke traía un plano para replantear la traza de la ciudad y tomar posesión de la colonia. A medida que progresan las luchas por la Independencia -respaldadas interesadamente por la diplomacia inglesa- y se establecen los primeros gobiernos unitarios, llegan al Plata algunos profesionales británicos del campo de la construcción. Desde el principio se concentran en el diseño de infraestructura y la construcción de edificios comerciales, como el primer gran monumento de ascendencia británica: la Aduana Nueva. Erigida poco antes de Caseros por el ingeniero Edward Taylor, quien había llegado en tiempos de Rivadavia, se ubicaba detrás del Fuerte, sobre el río. Este enorme “coliseo” neorrenacentista fue demolido para realizar Puerto Madero y sólo subsisten sus cimientos convertidos en Museo de la Casa Rosada.
Durante la segunda mitad del siglo XIX, se desencadena el trazado de los ferrocarriles por diversas regiones del país por parte de las privilegiadas inversiones inglesas. Y con ello la construcción de obras de ingeniería y arquitectura salidas de las oficinas y talleres de la metrópoli. Buenos Aires opera como cabecera nacional comenzando por la línea del Oeste. Luego vendrán el Central Argentino, el del Sud y otros. Las colosales instalaciones de todas estas redes tuvieron manifestaciones conspicuas del know how británico derivado de la Revolución Industrial también en la ciudad de Buenos Aires: viaductos, terraplenes, puentes, túneles, talleres, estaciones. Todas ellas erigidas con la inconfundible dupla del ladrillo y el hierro que conforman la base de la imponente tradición funcional inglesa en materia de construcción. Este despliegue de habilidades lo comandaron legiones de profesionales de diverso origen. Entre ellos el holandés John Doyer y el arquitecto norteamericano Louis Newbery Thomas quienes diseñaron las terminales de Once y Constitución respectivamente. Simultáneamente, empresas de capitales británicos, como Tramway Anglo Argentino, la Compañía Primitiva de Gas o la Unión Telefónica, despliegan los novedosos sistemas de transporte y de iluminación por el tejido de la ciudad. Y construyen la infraestructura necesaria para su funcionamiento y administración.
Al mismo tiempo que despuntaban los ferrocarriles, a fines de la década de 1860, el crecimiento de la ciudad y una seguidilla de epidemias como la de fiebre amarilla llevaron al presidente Sarmiento a contratar al especialista en hidráulica John Bateman para diseñar el plan maestro para el saneamiento y la provisión de agua de Buenos Aires. Las obras fueron las más importantes en su tipo después de las de Londres; erraron en los cálculos respecto del crecimiento de la ciudad, tomaron 25 años y fueron objeto de los crónicos debates respecto de gestión pública y concesiones privadas. Pero la experiencia, las oficinas técnicas y las instalaciones pasaron a formar parte de la mítica OSN y el sistema sanitario diseñado y construido por los ingleses sigue sirviendo al casco antiguo de la ciudad. El manejo del agua en Argentina tiene un monumento único: el Palacio de las Aguas Corrientes de la avenida Córdoba, que alberga los enormes depósitos envueltos por fastuosas fachadas polícromas de cerámica. Se trata de la apoteosis del eclecticismo victoriano donde confluyen obras a cargo de la empresa del mismo Bateman, diseño del noruego Olaf Boye, dirección técnica del sueco Karl Nyströmer, estructura metálica construida en Bélgica y el rompecabezas de terracota del frente realizado por la Royal Doulton de Londres. Una pieza de colección.
El dominio inglés de las aguas porteñas se completa con el diseño y la construcción de Puerto Madero. Las obras se desarrollaron entre ambas presidencias de Roca y fueron proyectadas por la firma Hawkshaw, Son & Hayter y construidas por la empresa Thomas Walter & Co. El colosal conjunto, más allá de su controvertida eficiencia, tenía un diseño funcionalista de gran atractivo e impecable factura y fue el más notable “territorio cultural” emergido en Buenos Aires.
Pero la manipulación de las tierras y de las aguas del Plata necesitaba de asientos para los fondos que manejaban los británicos en Sudamérica. Y en esos trámites contribuyeron a sentar las bases de la city porteña edificando bancos, oficinas y comercios que desplegaban la sucesión de estilos en boga en Inglaterra: del neorrenacimiento al eclecticismo pasando por algunas construcciones con toques medievales. A principios del siglo XX el Imperio vive días de esplendor a la vez que se aburguesa. Comienza a caducar el liberal y pragmático eclecticismo victoriano adicto al neogótico y al exotismo. Este romanticismo es reemplazado por el boato de la arquitectura eduardiana, impregnada de barroco y clasicismo. El diseño británico se contamina del academicismo de Europa continental y Londres pretende emular a París. En Buenos Aires esta sofisticación se manifiesta en edificios como Harrod’s, con exteriores elegantes como un Rolls Royce e interiores como salones del Titanic anclados en la calle Florida.
Más allá de los rigores y la eficiencia ingenieriles, los británicos trasladan a la Argentina su pasión por el home que forma parte de la creación de su entorno cotidiano complementado por clubes, iglesias, colegios a los que agregan instalaciones deportivas para la práctica de fútbol, tenis o golf, siempre intentando recrear sus garden districts. La flema inglesa se traduce en casas aisladas, rodeadas de jardines, desde los pequeños castillos victorianos de interiores oscuros hasta las mansiones eduardianas de espacios diáfanos. Arquitectos como Basset Smith o Colcutt y casas de decoración como Waring & Gillow, Thompson o Maple contribuyen al prestigio del modelo inglés. También aparecen los cottages de raigambre arts & crafts, que aquí se transforman en confortables chalés de “estilo inglés”, con living, hall, bow windows y wc. Originalmente aparecen como casas de los “Ceos” de compañías inglesas y terminan como modelos de prácticas viviendas suburbanas. En la década de 1920 esta arquitectura doméstica se difunde ampliamente y contribuye unos años después -con los aportes europeos del estilo neovasco o el neocolonial- a conformar el chalé estilo californiano, Mar del Plata o “Peronista”. Son entonces tiempos de cambios en ambos países. En 1945 Atlee reemplaza a Churchill y en el Reino Unido se inician las políticas del “Estado Benefactor”, mientras aquí comienza la primera década peronista.
LA NACION

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