Sigmund y Anna Freud: las cartas de un padre y su hija

Sigmund y Anna Freud: las cartas de un padre y su hija

Por Luis Gusmán
La voluminosa correspondencia de Freud con sus discípulos -Karl Abraham, Carl Jung, Sándor Ferenczi- se podría condensar de esta manera: en cada una de ellas se está gestando y discutiendo un problema teórico. También a partir de las cartas se podría hacer una historia del psicoanálisis como institución. Problemas teóricos, intrigas. Freud diría, involucrándose con la expresión inventada por él mismo: “El narcisismo de las pequeñas diferencias.”
Otros temas aparecen en la correspondencia de Freud con escritores, en ese sentido hay que citar su intercambio epistolar con Arnold Zweig. O en un género más oblicuo, cuando se carteaba con interlocutores como el psicoanalista Oskar Pfister o con el creador del análisis existencial, Ludwig Binswanger, y con la única corresponsal mujer, fuera de su familia: Lou Andreas-Salomé.
Hay un libro con cartas extraídas de distintos interlocutores y que ya han sido publicadas con un título que delimita bien su territorio: Cartas de viaje. Recientemente también ha aparecido un volumen de la correspondencia de Freud con sus hijos. La correspondencia con su hija Anna forma parte del corpus epistolar freudiano. Pero a través del intercambio de cartas entre ambos, a medida que el tiempo transcurre y Anna va a estar más concernida por el psicoanálisis, el lector podrá advertir cómo esas cartas podrían encabalgarse en dos registros: el familiar y el psicoanalítico. Cuando comienza la correspondencia, Freud tiene cuarenta y ocho años. La primera carta de Anna que figura en la edición es de 1910. Ella tiene alrededor de 15 años.
Las cartas reunidas en Correspondencia 1904-1938 (Paidós) son un testimonio que permite al lector enterarse de la relación estrecha que existía entre padre e hija. En principio, de los reclamos constantes de Anna para que su padre respondiera sus cartas, a veces con una urgencia que él se esforzaba por aplacar.
A medida que ella se fue transformando en una joven independiente, entre ellos comentaban los asuntos de familia, hasta debatían los posibles lugares de vacaciones. Es como si Anna hubiera crecido de golpe o siempre hubiese sido grande. Sólo a través de las menciones a los regalos del padre nos encontramos con una niña. Por ejemplo, cuando le pide a Freud que le regale un caballo. Si no, es como si su infancia ella la hubiese “reconstruido” a partir de sus sueños o “recuerdos infantiles”.
En su juventud se puede reconocer a una chica un poco asocial y reconcentrada en los libros. A Freud este detalle no se le escapaba y en varias cartas le aconseja vivir y disfrutar de ciertos placeres y actividades acordes con su edad.
En el transcurso de la correspondencia, Anna se hizo psicoanalista. El 13 de julio de 1922 fue designada miembro de la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Esto sucedió tres días después de haber leído su trabajo: “Fantasías de pegar y sueños diurnos”. Esta aceptación, nos informa Ernest Jones en su biografía de Sigmund, produjo gran satisfacción en su padre.
El libro más importante de Anna es El yo y los mecanismos de defensa, en el que elabora el concepto de defensa en relación con la adaptación a la realidad y también le otorga un lugar importante a los afectos. La mayoría de sus libros posteriores fueron más clínico-prácticos que teóricos, y sostienen un enfoque basado en la psicología del yo que la separa y diferencia de la teoría freudiana, como explica E. Pumpian-Mindlin en La historia del psicoanálisis.
Anna Freud se dedicó fundamentalmente al psicoanálisis de niños. Tuvo una disputa con Melanie Klein, quien, el mismo año que Anna, había ingresado en la Sociedad Psicoanalítica de Berlín. La biografía escrita por Jones es muy ilustrativa de la oposición entre el annafreudismo y el kleinismo. Por un lado, padre e hija, Freud y Anna, y por otro, madre e hija, Melanie Klein y Melitta. Jones explica: “Una fuente más engorrosa de divergencias fueron los conceptos expuestos por M. Klein, no siempre con suficiente tacto y en contradicción con los planteos de Anna Freud. […]Freud se dejó llevar por el cariño a su hija, de la que dependía, ya que era quien lo cuidaba”. Entonces cita una carta que Freud le escribió al respecto “. su amabilidad ha servido de reparación por la forma en que Melanie Klein y su hija se han comportado con Anna”.
Como las cartas de Correspondencia abarcan los asuntos más diversos, nos detendremos en los temas centrales.

El demonio negro. “El demonio negro” es el apodo que Freud le puso a Anna. El prologuista a esta edición, que tiene cierta versión idealizada de ella, supone que el apodo es una debilidad que muestra la preferencia del padre a pesar del carácter díscolo de su hija. El mismo Freud la describe como excéntrica. En otra carta, Anna le confiesa al padre cómo extraña que nadie la llame “demonio negro”, algo que “me hace mucha falta”.

La salud. Por la correspondencia, el lector se entera de que Anna es llevada a distintos establecimientos termales o clínicas porque es delicada de salud. El cólera amenaza Europa y ella posee una constitución frágil. Freud vive pendiente de la delgadez de su hija y el fantasma de la anemia es una preocupación paterna. Ella en más de una carta le cuenta cada vez que logra subir de peso. Freud piensa que tendría que enviarla a Italia de donde, debido al clima y la alimentación, volvería “redondita”.

Cartas personales. La hija exige cartas directas, dirigidas a ella y escritas por su padre: “Ahora bien, en las muchas cartas que recibo nadie escribe como corresponde acerca de ti, cómo estás, qué haces, si estás muy atareado, y por eso me volvería a alegrar mucho si volvieras a escribirme por tu cuenta”.

Los viajes. Las cartas implican de por sí una ausencia. Y, en esta correspondencia, marcan los lapsos en que Freud no está con su familia y los reclamos de Anna pasan a ser una cuestión insistente. Como si Freud siempre estuviese de viaje. Él describe los congresos de psicoanálisis y le confiesa a su hija su cansancio: “.el domingo en Múnich y con el viaje nocturno de ida y vuelta y las conversaciones desde las nueve hasta las once cuarenta de la noche tampoco fue exactamente un descanso”.

Las excursiones. Las excursiones parecen un remedo de los viajes que Freud y su hija, por un motivo o por otro, no pueden hacer. Anna siempre está planeando alguno y el padre, no pudiendo cumplirlo. Es posible que la disculpa provenga de Freud y no del padre. Las excursiones no son sólo un lugar privilegiado por la importancia que Freud le otorga a la naturaleza sino también por la posibilidad de compartir algo los dos. Por ejemplo, la recolección de hongos.

Los hoteles. Son parte de los viajes. No sólo se detallan las comodidades sino también los precios, la ubicación, la tranquilidad para poder leer o escribir. Freud le envía una postal desde Roma con la imagen de los jardines del Tívoli y con el sello del hotel Edén donde se alojaba con su cuñada Mirna. En la postal le sugiere a su hija que si un día visita Roma, podría alojarse en ese lugar.

Las postales. Las postales son un género subsidiario de la carta. Por su brevedad, se escriben más rápido. No exigen una respuesta contundente. La imagen que las ilustra nos muestra dónde está el que la escribe. Freud lo dice en una postal a su hija: “Aquí una muestra del paisaje donde estamos”. Ingeborg Meyer-Palmedo, quien está a cargo de la edición, resalta en la introducción que está en el espíritu de la época: “la conquista del paisaje”.

Las lecturas. Anna toma de la biblioteca de su padre una edición de Rudyard Kipling pero también otros libros que ella puede leer. La primera carta a su padre está fechada en 1910 y le comenta que el doctor Jekels no le quiere prestar Gradiva -la novela de Wilhelm Jensen- sin la autorización expresa de Freud. En la misma carta, le confiesa que también leyó algunos libros pero que no se horrorice, que ya es grande como para poder hacerlo.

Los objetos. Están los regalos de Freud: un cuenco de ágata que sirve de estuche para las joyas y que la hija guarda celosamente en su escritorio. Pero por el contenido de las cartas es como si Anna recordara de memoria cada objeto de Berggasse 19. Entre ellos está la colección de antigüedades que la guerra pone en peligro. Freud le escribe: “Hoy comencé a retirar las antigüedades. Sobre el escritorio queda abandonado por todos los dioses el hijo del rey de Egipto, lo acompañan únicamente la cabeza de Nubia y la esbelta Neit de Sais”. La hija le responde que lamenta no haber podido presenciar el desmantelamiento de los dioses.

Los sueños. Anna le cuenta en una carta: “Anoche soñé contigo y no fue nada bonito” o relata el sueño repetitivo de que rinde examen. Tantos exámenes como sueños ha tenido. Freud le interpreta el sueño y ella deja de soñar con el tema. También sueña con que la novia de Tausk la quiere asesinar. Pero quizá su destino de pequeña Antígona está sellado en un sueño de agosto de 1915 y en la interpretación que de él hace Freud: “Hace poco soñé que eras un rey y yo una princesa y que nos querían separar por intrigas políticas”. La respuesta de Freud esta vez no se hace esperar: “Es seguro que las intrigas que intentan separarnos no han tenido éxito, es posible que seas una princesa que como en los cuentos tenga ahora que cuidar gansos, pero es indudable que yo ahora soy un rey sin tierras”.
Pero en este punto Freud hace una distinción que resulta esencial. Anna le cuenta sus sueños y a veces él se los interpreta. Pero en una carta, refiriéndose a una indicación de Freud, ella hace una observación que sitúa el registro de lo oral y el de lo escrito como diferentes. No es lo mismo el sueño contado al analista que aquellos sueños que se analizan sin la presencia de ese otro que oficia de escucha: “El sueño del que te escribí me estuvo costando mucho esfuerzo. Reuní doce páginas de ocurrencias y creo que ya lo entiendo bastante. Si no me equivoco, se remonta a la escena original que me fue contada por ti. Y ahora también te creo, finalmente, que los análisis de sueños, si uno los hace solo, únicamente pueden realizarse por escrito”.

La educación sentimental. Freud interviene en la vida sentimental de su hija cuando recibe rumores de que E. Jones la estaría cortejando (ver aparte). Para ello, le envía varias cartas con consejos y admoniciones sobre las desventajas de un posible noviazgo con su discípulo. Lo mismo le escribe a él, de modo discreto. Anna responde de manera obediente a su padre y en cartas posteriores le aclara que le ha escrito a Jones en término profesionales, sin dejar lugar a ninguna ambigüedad. Freud no obstante se justifica recordándole que siempre les ha dado libertad a sus hijas.

Lo alemán. También la disputa con Loe Kann (la esposa de Ernest Jones, quien se analizaba con Freud y que con su histeria se coloca como protagonista de las intrigas que circulaban en la Viena de Freud) permite que se pongan en circulación en la correspondencia los asuntos más espinosos. Así como apareció el dinero, surge el tema de lo alemán. Freud se enfrenta a la Primera Guerra Mundial como judío alemán y su patria era Austria, por eso no se sorprende. Pero atenúa, por su temperamento pasional, la posición de Loe: “… todas sus tendencias, su odio a los alemanes, y la antipatía contra los judíos que seguramente no le falta.”.
Anna tiene una versión más crítica de la posición de Loe. No obstante, como otras veces, acata la respuesta de su padre: “Tu respuesta es muy bella y correcta y ni siquiera podría ser de otra manera, quizá como corolario se salve algún resto de la vieja amistad, para sustraerle al desenlace del asunto ese dejo de tristeza”.
Sin embargo, Anna, que viaja de un lugar a otro por Alemania, le escribe desde Gotinga refiriéndose a su experiencia después del itinerario alemán: “Lo único malo es el público viajero, no sé si todos son realmente antisemitas, pero sin duda tienen todo el aspecto de serlo. Y me cuesta imaginar un país donde al entrar en contacto con la gente uno tenga una sensación fuerte de estar entre ‘extraños'”. La carta está escrita en 1922.

La guerra. La guerra afecta la cotidianidad de Freud y su familia. Afecta la economía, los viajes, los pasos de frontera, la correspondencia, incluso las publicaciones. Sin embargo, en una carta, Freud, con esa sinceridad que lo caracteriza y que no admite psicologismo, le escribe a su hija, que está en Inglaterra, esta carta: “No puedes imaginar cómo el estallido de la guerra lo ha cambiado todo y, en cierto sentido, te estás perdiendo la oportunidad de ser parte de estos tiempos de tu patria”.

El dinero. Hay una disputa con los Jones por el dinero. Y se sabe la importancia que tenía la falta de dinero en la vida de Freud. En la correspondencia hay múltiples referencias al dinero que escasea durante la guerra, la inflación, el cobro por las primeras traducciones, la alegría de estar más holgados y disponer de recursos para viajes, tema que atraviesa toda la correspondencia.

La muerte de Sophie. Sophie, hermana de Anna, muere en enero de 1920 de una epidemia de gripe que hizo estragos en Alemania. No hay ese año en la correspondencia entre padre e hija ninguna referencia a esa muerte. Dos años después, aparece una mención en una carta de Anna, donde prosigue la disputa con Loe Jones. La disputa provenía desde que E. Jones había traído consigo gran parte del equipaje de Anna. Pero no es el único reparo de Anna, que escribe: “… que él reaccionara de manera completamente extraña ante la muerte de Sophie”. El compilador cita una nota que hace alusión a esa correspondencia desviada. Sobre la muerte de su hija, Freud le escribe una carta a Oskar Pfister: “arrebatada de una salud floreciente, de una actividad vitalmente plena como madre incansable y sólo amorosa, en cuatro o cinco días, como si nunca hubiera existido”. También le escribe a Ludwig Binswanger y a Ferenczi sobre el hecho: “Desde entonces reina una pesada impresión sobre nosotros[…] .Como soy profundamente ateo, no tengo a nadie a quién culpar y que no hay lugar donde se pudiera llevar una queja.[.] Mi esposa y Anne están gravemente afectadas en un sentido más humano”.
La otra mujer. Es notable cómo se establece una correspondencia paralela de Freud con Lou Andreas-Salomé, donde le comenta rasgos o problemas de Anna. Así, Lou no sólo se convierte en una amiga de su hija sino también en la mujer a la que Freud le habla de ella.
También se establece una relación entre ambas. Anna le escribe a su padre: “La señora Lou ha cancelado uno de sus análisis por el tiempo de mi presencia, de modo que salvo una hora por la mañana y dos por la tarde, está completamente libre para mí”.

El análisis. En una carta de julio de 1919 Anna menciona por primera vez que lleva a cabo un análisis con su padre. Sucede que su amiga Margarite le cuenta que ha comenzado a analizarse: “Le conté que me analizo contigo, porque ella habla mucho de su terapia y yo no quería tener la ventaja de saberlo de ella y que ella no lo supiera de mí”. En una nota a esa misma carta, en esta edición que está muy seriamente anotada y documentada, figura una frase de Freud en una carta a Ferenczi, en la que le comenta sobre el análisis que su hija había empezado en 1918: “El análisis de Anna será muy fino”. El análisis duró cuatro años. En una carta de Anna a Max Eitingon, ésta le cuenta que Freud le había propuesto un análisis de control para los primeros pacientes. En otra carta de Anna a Lou Andreas-Salomé de 1924: “comenzó un tramo de continuación de análisis con interrupciones hasta mediados de 1925”. Y en 1929, Freud, en una carta a Ruth: “Luego de toda la excitación del congreso, Anna quiso retomar el análisis”. En 1928, desde Grunewald, Anna le comenta a su padre la alegría de estar leyendo Psicología de las masas. Y en otra carta a su amiga Eva Rosenfeld le recomienda el libro: “porque allí [.] realicé una parte gigantesca de mi propio análisis, de repente todo estaba ahí, mis viejas ensoñaciones diurnas y todo lo que yo quería”. Es posible que uno se analice a partir de un libro. Es verosímil que la futura autora de El yo y los mecanismos de defensa no oculte su preferencia -como dice en una carta- por el ideal del yo.
LA NACION