Puerto Escondido: todo el año en la en la playa

Puerto Escondido: todo el año en la en la playa

Por Pamela Lundh
En México son muchos los que aseguran que, al crear el mundo, Dios reservó los mejores lugares para este país, capaz de deslumbrar con encantos desde los cuatro puntos cardinales.En el estado de Oaxaca, al sur del territorio, la costa oeste bañada por el Pacífico es una muestra de ello: un destino casi obligado para aquellos que suspiran por playas repletas de palmeras y tranquilidad. Allí, desplegando su estructura de aldea al borde del mar se levanta mágicamente Puerto Escondido, un pueblo impregnado de encantos, que hoy ha cedido al tiempo la legitimidad de su nombre, renunciando definitivamente a su adjetivo.
Hace algunos años, este lugar, era simplemente una pequeña villa oculta en la que solo habitaban unos cuantos pescadores y algún alquimista saturado de la vida urbana. Al tiempo comenzaron a poblarla grupos de hippies que llegaban en su mayoría desde los Estados Unidos, pero a principios de los ´80 se rodó allí una película que fue muy popular en Italia, y así comenzaron a aventurarse turistas europeos. Hoy, la infraestructura ha ampliado su perfil turístico.

Lugar soñado
Sobre una colina que se eleva de una pequeña bahía con vista al sur, se levanta el pueblo que le da albergue a uno 60 mil habitantes, que viven de la pesca, de los productos cosechados en las granjas y especialmente, del turismo. En la parte baja se encuentra la villa turística, que se dibuja como un lugar de descanso, un sitio que no permite extrañar la ciudad y en donde no existe el apuro ni los embotellamientos, ni el mal humor urbano; como así tampoco, los lujosos casinos y los vestidos largos con tacos.
Sin duda la mayor atracción de Puerto Escondido reside en sus playas. Desde el temprano amanecer aparecen los madrugadores surfistas montados en la espuma del Pacífico. Más tarde, cuando el sol empiece a sentirse, los turistas lentamente comenzarán a poblar la arena.
Estas playas gozan del encanto de lo agreste. Afortunadamente, todavía nadie se animó a atentar contra la belleza natural que supone la total carencia de infraestructura edilicia de lujo. Nada de restaurantes rutilantes, nada de hoteles lujosos sobre la costa ni de tendidos eléctricos. Nada de carpas de lona ni de vendedores de helado. Justamente, el mayor encanto de esta pequeña bahía reside fundamentalmente en la sencillez.
Más allá de las playas situadas junto al pueblo, empieza a reducirse paulatinamente el número de gente, y la costa se extiende totalmente solitaria. Se levanta así un escenario que parece invitar al goce de una caminata, que indudablemente, terminará en la cima de algún morro observando el soberbio espectáculo del sol escondiéndose.

Pequeño núcleo urbano
A lo largo de las pocas cuadras que ocupa la zona céntrica de la villa turística se reparten la mayoría de los restaurantes, bares, negocios de artesanías y ropa mexicana.
La hora de comer puede plantear dilemas. Entre la opciones más tentadoras está el pescado frito, generalmente muy fresco y nada caro que, acompañado con limón, suele ser delicioso. En los restaurantes que están frente a la playa hay que probar el ojotón, un sabroso pescado blanco con muchas espinas. Las comidas vegetarianas son otra posibilidad interesante; acompañadas con distintos jugos de fruta. De ninguna manera hay que dejar de tener en cuenta al clásico “taco pastor” (carne picada, cilantro y jugo de limón, envuelto en una típica tortilla mexicana), comida clásica del lugar, y muy apetitosa.
El movimiento de la zona céntrica que empieza cuando cae el sol continua hasta bien entrada la noche. La ciudad, alumbrada por pequeños faroles, adquiere una serena aura mágica y dentro de los pubs, se mezcla sin ningún problema gente de todas las edades. Así, la calma termina invadiendo, y al emprender la caminata de vuelta por la arena, algunas notas de jazz, empiezan a mezclarse con el sonido del mar.
EL CRONISTA