Pérez-Reverte, sobre el amor y la vejez

Pérez-Reverte, sobre el amor y la vejez

Se trataba de la presentación de su última novela, El tango de la Guardia Vieja , con la sala Jorge Luis Borges de la 39a. Feria del Libro repleta. Pero el diálogo entre el autor, el español Arturo Pérez-Reverte, y el periodista y escritor Jorge Fernández Díaz resultó una charla que fue mucho más allá: durante más de una hora, entre pregunta y respuesta, reflexionaron sobre el amor, la vejez y la política, sobre el rol de la mujer en el siglo XXI y sobre la escritura. Un diálogo sobre la vida misma.
“A medida que uno envejece, uno no tiene más certezas, sino más incertidumbres”, dijo Pérez-Reverte. El creador del capitán Alatriste hablaba sobre uno de los personajes de la novela, sobre cómo se lleva adelante la vejez. Y su sentencia fue directa: la vejez se lleva mal y justamente la novela trata sobre eso. “Cuando fuiste guapo, inteligente, rápido, y la vida te va despojando de esas cosas quedan huecos difíciles de llenar -continuó-. Es una sensación de despojo permanente. Y la única palabra que conserva las mayúsculas hasta el final es «dignidad». Quizá serenidad, lucidez…”
El tango de la Guardia Vieja , editado por Alfaguara, es su novela número catorce, y cuenta la relación amorosa entre un hombre y una mujer a través de tres únicos encuentros a lo largo de cuarenta años durante el siglo XX. Una novela que apareció en su cabeza veinte años atrás, durante una estadía en Buenos Aires, después de observar en el lobby de su hotel a un joven bailarín profesional de tango que, luego de su primera performance, sacó a bailar a una mujer del público, bella, de unos sesenta años. Y ese baile, en el que ella, con firmeza y aplomo, lo terminó llevando a él, fue el disparador.
“Pero a las 40 o 50 páginas me di cuenta de que no funcionaba. El instinto de lector me decía que no estaba yendo bien, que no tenía la edad suficiente para contar esta historia? me faltaban estragos, canas en la barba, manchas en la piel y arrugas en el alma, esas cosas que hacen que uno mire para atrás y se entienda a sí mismo”, dijo el autor.
“¿Es ésta una historia de amor?”, preguntó Fernández Díaz. Y Pérez-Reverte dijo que si bien la definió así a la novela cuando salió en noviembre pasado, hoy ya no puede decir lo mismo. Pero como no tenía una respuesta contundente, se excusó por balbucearla. Era una de esas “incertidumbres” que aparecían con el tiempo. “¿Puede ser una estética el amor? -se preguntó el autor-. ¿Puede una línea de luz que entra desde la ventana y que dibuja el contorno de una mujer dormida con la cabeza apoyada en la almohada, puede esa imagen ser amor? Yo creo que es amor. Es un momento exacto y perfecto. Y empiezo a sospechar a mis 61 años que he estado más veces enamorado de las que he creído y que no he estado tan enamorado muchas otras”, dijo y el público presente le devolvió aplausos.
Los mismos aplausos que se escucharon luego de que contestase sobre la rabia que le desatan los políticos. “Hay algo que se llama estupidez. Y es el peor mal de la humanidad. La ilimitada capacidad de estupidez que tiene el ser humano. Porque un malvado es alguien con quien se puede negociar, al que se le puede explicar que ser bueno es hasta rentable. Pero un estúpido sólo es un estúpido. Y cuando uno lee la historia se da cuenta de que las mayores atrocidades las desencadenó una estupidez”, dijo.
Durante una breve presentación previa, el periodista del diario LA NACION lo había definido a través de la imagen de las bibliotecas que consumió de joven: la del padre del autor, repleta de clásicos de la literatura universal, y la de su madre con libros eclécticos, contemporáneos. Entre la elite y lo popular. Y así salió al mundo a vivir sus propias aventuras como reportero primero y como corresponsal de guerra después, para conocer lo mejor y lo peor de la condición humana.
Y al respecto, Pérez-Reverte dijo: “La vida no es esto, esta charla. La vida es comer, abrigarse, sobrevivir. Eso es la vida real e implica egoísmos, crueldades. Uno tiene que asumir que las reglas son ésas. Y fracasado o triunfador tiene que llegar con entereza. Cuando el universo, que es muy «hijoputa» (con perdón de la palabra) se impone y aplica sus crueles reglas sin piedad, la única forma que hay para afrontarlo es la entereza, la serenidad. Por eso intento que mis últimos tiempos sean serenos. Un mal morir envilece una hermosa vida. Prepararse a morir es algo importantísimo y nuestra sociedad moderna hace todo lo contrario”.
LA NACION