13 Sep Milán, glamour a la italiana
Por Por Liz Valotta
Distinción, estilo, elegancia, belleza histórica, modernidad. Palabras que resumen el encanto de la capital de la Lombardía, cuyas imágenes son estímulo para los sentidos y una provocación para los creativos obsesionados con la búsqueda de formas nuevas.
En la excelencia del centro geográfico de la ciudad reside la fuente de inspiración, más precisamente al contemplar el Duomo. Allí, la catedral construida en 1386 refleja la máxima expresión de la arquitectura gótica y simboliza como pocos lugares en Europa, la obstinación por la belleza. Dos mil figuras esculpidas en mármol blanco acercan la idea de perfección a la mano del hombre. Y quizás por esto, cada año, Milán es cita obligada para los popes de la moda y el diseño. Es que si el Duomo distinguió a los cristianos del primer milenio, todavía cautiva a cientos de artistas que sueñan con un lugar a la vanguardia de occidente.
Otra cita obligada es la galería Vittorio Emanuelle, a pocos metros de la catedral. Bajo una deslumbrante cúpula transparente, turistas y sobre todo hombres de negocios, recorren ostentosos restaurantes y comercios. El paseo constituye el mejor relax de industriales y financistas durante el mediodía, pero también funciona como una pasarela natural para los habitantes del norte italiano. Al caer la tarde se puede ver cómo hombres y mujeres exhiben sus mejores trajes disputándose el liderazgo de la elegancia.
Algunos, en cambio, prefieren recorrer las vías Montenapoloene y Santa Andrea, también cerca de la Piazza del Duomo. La primera seduce con sus zapaterías y boutiques; locales de Valentino, Versace o de los mismos franceses Cartier y Luis Vuitton son invadidos por empresarios y visitantes de todo el planeta (principalmente japoneses) ávidos de novedades. Lo mismo sucede con las casas de zapatería de Fratelli Rossetti y Fausto Santini. Algo parecido ocurre en la Via Santa Andrea, donde escasos metros separan los negocios de Chanel, Armani y Kenzo.
Historia y cultura
Quienes prefieren un recorrido histórico, eligen las diagonales que parten del Duomo. El teatro de La Scala -donde Verdi se estableció y María Callas deslumbró al mundo-, el castillo Sforzesco del período de los Visconti y los Sforza (hoy museo de antigüedades) y por supuesto, la iglesia de Santa Marie de la Gracia, son visitas obligadas de esta ciudad.
El teatro monumental llega a enmudecer hasta al cantante lírico más pretencioso. Es lógico, la Scala representa la cúspide de los fanáticos de la opera y maravilla tanto por sus conciertos como por su imponente escenario. En cuanto al castillo, sorprende por sus permanentes cambios. No es para menos, el actual museo es una síntesis perfecta de los diferentes períodos. De hecho, el edificio de los Sforza construido en el siglo XV, resistió milagrosamente a los ambiciosos Barabarroja y Carlos V.
Por último, La Última Cena de Leonardo Da Vinci, en Santa María de la Grazia, conmueve por igual a curiosos y religiosos.
El fresco restaurado del antiguo convento dominicano (sobrevivió al paso del tiempo y al bombardeo de 1943) resume como muy pocas obras el espíritu del cristianismo.
EL CRONISTA