La ira, ese impulso ¿incontrolable?

La ira, ese impulso ¿incontrolable?

Por Soledad Vallejos
Los tuits ardieron como pólvora: “Me encanta cómo todos salen [salimos] del cine sintiéndonos completamente identificados con el personaje de Darín”. O, “Amé a Érica [en referencia a la actriz Érica Rivas]” como muchas mujeres tuitearon luego de ver la película de la que todos hablan. Relatos salvajes, dirigida por Damián Szifron, ya fue vista por casi 700.000 personas. El film es un éxito, y los espectadores salen con una misma certeza y un sentimiento empático. Porque el desborde en formato de ira, según psiquiatras, psicólogos y expertos en coaching ontológico, es una experiencia humana con la que todos, alguna vez, se han sentido identificados.
Sobre todo, como enfatizan los especialistas, cuando la realidad de los que viven en las grandes urbes se vuelve hostil, los ciudadanos se sienten violentados en sus derechos, las noticias exasperan hasta el límite de lo tolerable. Y con ese escenario como respaldo aparecen las reacciones, la irritabilidad, el desborde. La ira.
Para el que aún no haya visto la película, bastará decir que las historias no tienen otra conexión entre sí que la pulsión hostil con la que reaccionan sus protagonistas, aunque en cada caso el motivo sea distinto y el grado de violencia también. Pero el estallido se produce y, con ciertas dosis de humor negro, apela también a la risa. Celos, prejuicios sociales, venganzas, injusticia y burocracia asoman como disparadores. Balas ante las que el ser humano intenta defenderse: Relatos salvajes vs. el manejo de la ira. ¿Cómo se controlan las reacciones iracundas ante situaciones límites? En los Estados Unidos, el concepto de anger management está de moda desde hace años. En la Argentina, en cambio, los grupos de terapia focalizados exclusivamente en la temática no son un fenómeno, pero sí existen tratamientos orientados a revertir ese impulso.
Para Lucas Rosa, estudiante de medicina, su peor enemigo es la Panamericana. Pero en lugar de actuar como Micheal Dogulas en Un día de furia, él prefiere ir a The Breaking Club, en Palermo, y romper todo. Allí, según su dueño, Guido Dodero, se intenta ayudar a controlar la ira y el estrés: “Hay un efecto liberador de adrenalina que tiene la actividad física, porque después de unos golpes llega el agotamiento, y con él se liberan endorfinas que te hacen sentir mejor”.
“Con el tránsito soy medio enfermo -reconoce Rosa-. Soy impaciente. La Panamericana es mi enemiga de por vida. Todos los días tengo que hacer 50 kilómetros de ida hasta Pilar, y otros 50 de vuelta, y cuando en la 197 me agarra un piquete, me vuelvo loco. Insulto, maldigo, y aunque nunca tuve un ataque de furia descontrolado, más de una vez fantaseé con la idea de largar el auto e irme a la m…”
La honestidad de Rosa puede hermanarse con el sentimiento de casi cualquier persona que maneje diariamente en esta ciudad. O como en el film de Szifron, la identificación con el personaje del episodio de “Bombita”, protagonizado por Ricardo Darín, es casi universal. “Bombita” es un ingeniero, experto en explosivos, que resulta víctima en reiteradas oportunidades de un sistema impregnado de burocracia. Y el impulso iracundo que se apodera del ingeniero suele ser un deseo oculto y reprimido de muchos conductores.
“El desborde en formato de ira es una experiencia propia del ser humano. Y es natural que la gente pueda sentirse identificada con la película. Tal vez no desde el hecho de llevar a cabo el acto violento, pero sí desde la vivencia interna del descontrol -opina la psicoterapeuta cognitiva María Laura Santellán, docente de la Universidad Abierta Interamericana-. La película lleva al extremo situaciones y experiencias con las que todos podemos conectarnos, y también le muestra al espectador cuáles son sus peores flaquezas. Hay mucha sintomatología actual en esos relatos, como la desilusión dentro de un vínculo donde lo perfecto se rompe, o lo burocrático de un sistema donde lo cotidiano se vuelve una prisión. También la venganza como un acto capaz de redimir al ser humano.”
Como psicoterapeuta cognitiva, Santellán reconoce todos estos síntomas dentro de su consultorio, y que la reacciones dominadas por el impulso de la ira (sin llegar a casos extremos como los del film) son motivo creciente de consulta. “Creo que la presión es un común denominador en la mayoría de los casos, y la falta de recursos lleva a cometer un desborde. El acto violento no muestra otra cosa que la incapacidad del sujeto de adaptarse a la situación. El ataque de furia nunca aliviana, más bien muestra una rigidez, la falta de recursos para darle una vuelta de tuerca al hecho sin salir lastimado, porque el que lleva la situación al extremo siempre sale dañado.”
Después de ver la película, Guido Dodero, dueño de The Break Club, asegura que su club fue creado para evitar que la gente reaccione como lo hacen los personajes de Relatos salvajes, con desenlaces de violencia que crecen hasta el delirio. “La gente que viene acá, generalmente, lo hace como una forma de transitar una experiencia distinta, no como una terapia para desarticular un brote de ira. Pero cuando se van, la mayoría reconoce que fue como haber asistido a una sesión terapéutica, liberadora de tensiones.” Como la destrucción en The Break Club es à la carte, lo que significa que uno tiene la posibilidad de pedir una o varias cosas que se tenga particular interés en romper, Dodero revela que, entre las opciones disponibles (desde heladeras, monitores o lámparas), hay una que siempre deja al descubierto si sólo se trata de diversión y romper con la rutina o de la necesidad de hacer catarsis: “Cuando traen la foto de alguien con el que necesitan canalizar y controlar la ira, nosotros le damos el portarretratos para que lo destruyan”.

CONTAR HASTA DIEZ
Según Harry Campos Cervera, psiquiatra y psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), la ira es una reacción adaptativa frente a una situación amenazante, casi como una reacción refleja en la que no suele mediar la conciencia. “Pero como somos seres psíquicos, nuestra integridad no sólo tiene que ver con el cuerpo, las injusticias también son una amenaza. Y muchas veces no son el resultado de un solo episodio, sino de la peligrosa gota que rebasa el vaso. El límite de la tolerancia es muy bajo en una época de gran tensión, injusticia y disconfort. Pero hay que diferenciar a la ira de los iracundos. Hay personas que tienden a reaccionar de forma violenta de manera reiterada y que necesitan de un tratamiento. En general, son terapias conductuales que ayudan a diferir la acción. Para ser más gráfico, se trabaja con distintos métodos para contar hasta diez, como decían nuestras abuelas.”
Como director del Centro de Psicología Cognitiva, Santiago Gómez expone el caso de Juan [el nombre real del paciente es preservado] como ejemplo de un tratamiento para que el sujeto aprenda a controlar la frustración y la ira. “Se aplican distintas estrategias, como el registro de impulsos, donde la persona debe anotar cada una de las situaciones en las que explotó y describir cuáles fueron los pensamientos y emociones en esos momentos, lo que sirve para identificar mejor la problemática. También la reestructuración cognitiva, en la que se aprende a interpretar de manera más saludable las situaciones que generan enojo. Otra herramienta es la identificación de los síntomas físicos previos al ataque de ira, lo que le permite al sujeto poder retirarse a tiempo del lugar.” ¿Cuáles son esos síntomas? Los expertos dicen que frente a un ataque de ira aumenta el ritmo cardíaco, la presión sanguínea, los niveles de adrenalina y noradrenalina. También suele aparecer sudor, enrojecimiento facial, aumento de la tensión muscular, la gesticulación y aceleración de la respiración.
Otro elemento por tener en cuenta en los arranques de ira son lugares de desplazamiento. “Porque el desborde puede no suceder al hecho puntual, sino que se produce por acumulamiento -agrega el médico psiquiatra Carlos Cantar, ex director del centro asistencial Enrique Racker, de APA-. Es el caso típico del señor que tiene un mal día de trabajo y se descarga con su mujer, o viceversa. Tiene una pelea matrimonial y entonces luego maltrata a sus empleados, o sale a la calle y tiene un altercado que en cualquier otro día no desencadenaría un episodio de violencia. Los arranques de ira se relacionan con una situación social, somos sujetos de la cultura, y cada época marca pautas éticas y culturales.”
En Axon Training, Ricardo Melo trabaja con el manejo de las emociones bajo el método del coaching ontológico. “La emoción es una explosión que puede ir hacia fuera o hacia dentro. Hay que escuchar lo que nos dicen esas emociones, que no son buenas ni malas, para poder canalizarlas. Nosotros somos responsables de las habilidades para responder. No está mal enojarse, el punto está en saber transitar el enojo y aprender que el disparador de una emoción no está puesto en otra cosa, ni en otro. Sino en uno mismo.”
LA NACION