La hora de soltarles la mano

La hora de soltarles la mano

Por Sebastián A. Ríos
El cambio de colegio trajo aparejado un nuevo desafío para Olivia Rousseaux. A los 13 años tuvo que empezar a viajar en colectivo sola para, aquellos días en que su mamá no podía ir a buscarla, recorrer la distancia que separa a su escuela, en el barrio porteño de Núñez, de su casa en Florida, Vicente López. “Olivia se maneja bien cuando viaja sola, pero igual trato de ir a buscarla siempre que puedo porque me da un poco de miedo -dice Mabel Dai, su mamá-. El otro día, tardó media hora más y justo se le había acabado la batería del celular; durante ese rato en el que no llegaba y no podía ubicarla, se me vino el fantasma de las chicas que desaparecen…”
Comenzar a desenvolverse solos en la calle -para tareas tan cotidianas como ir al colegio, hacer algún mandado o salir con amigos a almorzar- es un aprendizaje no sólo para chicos que, a pesar de los miedos, disfrutan de ese atisbo de autonomía que incluso muchas veces reclaman. Los padres, aun cuando disfrutan y se enorgullecen del crecimiento de sus hijos, deben también aprender, en su caso, a lidiar con sus propios miedos y con un entorno que dista bastante del recuerdo del barrio de antaño -real o idealizado- en el que era posible jugar en la calle, fuera de la mirada protectora de los mayores.
Son dolores de parto, pero que se sienten en alguna parte del pecho y que lo asaltan a uno en el instante en que se asoma a la esquina para ver si su hijo o hija franqueó la entrada del almacén, o que se instalan en la espera de esa llamada que confirme que sí, que ha llegado bien a destino. Pero como los de parto, son necesarios.
“Entrenar a los hijos en el ejercicio de hábitos de independencia los prepara, los motiva y los ayuda a crecer con seguridad -afirma Susana Mauer, psicoanalista especialista en niñez y familia-. Moverse solos para ir a la panadería a los siete años, o a comprar un cuaderno, ir al colegio en transporte público a los 12 o 13 son ejercicios que no conviene saltearse. El argumento con el que los padres se resisten a dejarlos moverse con cierta libertad es sin dudas el fantasma -y la realidad- de la inseguridad y la hostilidad de la calle. Pero ocurre que no aprender a convivir en el mundo que nos toca tiene también sus peligros.”
“La autonomía en los chicos siempre es conflictiva, tanto para ellos como para los padres -completa María Cristina Castillo, docente de Pareja y Familia en Institución Ulloa-. Cada familia tiene que establecer y trabajar sobre sus temores propios para transmitirlos lo menos posible a sus hijos.”
“El tema no es fácil porque está teñido con el contexto social en el que vivimos -reconoce Pablo Alejandro Mohr, médico pediatra del Departamento de Pediatría del Hospital Italiano-. Hasta hace un tiempo, los niños de siete u ocho años iban al quiosco o al almacén del barrio sin mayores problemas y tal vez viajaban solos a los 10 u 11. En el consultorio, trabajando con pacientes de clase media, es muy frecuente ver que hoy los chicos de 12 o 13 años no viajan solos por cuestiones relacionadas con la seguridad. El problema es que llega un momento en el que no hay manera de sostener que un chico no vaya o vuelva solo del colegio. Y muchas veces esto se termina dando en forma abrupta, de un día para otro.”
El pediatra destaca la importancia de que, en la medida de lo posible, la adquisición de independencia por parte de los chicos sea un proceso gradual, en el que vayan aprendiendo cómo moverse en la calle o en un medio de transporte en forma autónoma. “Pienso que a los 10 u 11 años los chicos estarían en condiciones de empezar a salir por el barrio y un poco más adelante a viajar solos -dice-. También es cierto que hay chicos que aprenden a hacerlo antes por cuestiones de necesidad familiar. Es importante considerar el temperamento del chico para saber si está preparado para moverse solo por la calle o en un colectivo o subte. Niños muy impulsivos o muy retraídos pueden tener más dificultad.”
“Ni exponerlos al riesgo soltándolos prematuramente ni retenerlos más de lo necesario; de eso se trata -sintetiza Mauer-. La autonomía se construye en el vínculo entre padres e hijos desde muy temprano. En cada uno de los aprendizajes de la infancia se recorre un itinerario en el cual la intervención del adulto tiende a hacerle un lugar cada vez más protagónico al desempeño autónomo del niño. Les damos la mano y los sujetamos para caminar, hasta que están en condiciones de hacerlo solitos, obviamente con tropiezos. El problema es que cuando los padres no transmiten confianza a sus hijos para que intenten hacer cosas por sí solos, los debilitan.”

DE A POCO
Felipe Sorondo se fue soltando de a poco, según cuenta su mamá, Victoria Salas. “Empezó hace dos años, cuando estaba en sexto grado, yendo primero al almacén de enfrente, después a la farmacia que está a la vuelta. El año pasado, empezó a tener entrenamientos durante la semana en el club, que queda a tres cuadras de casa: era un horario complicado y era una buena oportunidad para largarlo”, relata Victoria, que vive en Boulogne, provincia de Buenos Aires. Ya en segundo año de la secundaria y con 13 años de edad, Felipe sale del colegio al mediodía, en el centro de San Isidro, a almorzar con sus amigos.
“La condición es que vaya siempre con amigos, nunca solo, y dentro de un radio que delineamos entre los padres. Nos avisa con un mensaje de texto cuando volvió al colegio, para poder tener un mínimo control de que está todo bien”, dice Victoria, de 40 años, que es consultora de responsabilidad social empresarial. “Falta todavía que empiece a andar en transporte público, por ahora se maneja solo en lugares a los que puede ir caminando. Pero él se siente con muchísima libertad y cada vez quiere más.”
Valentino Bossio empezó este año a recorrer en bici las quince cuadras que separan su casa, en Villa Adelina, provincia de Buenos Aires, del colegio. “Cumplió 12 años en agosto y ya va siendo hora -opina su mamá, Adriana Fernández, arquitecta de 56 años y mamá de otros seis, que reconoce que a sus primeras hijas le resultó mucho más costoso soltarlas-. Arrancó saliendo con la bici a hacer tramos cortos, yendo a la casa de la abuela que vive cerca, y cada vez más se fue despegando -describe-. Él va tomando confianza, lo disfruta y se siente más grande.”
Claro que el despegue enfrenta en muchos casos obstáculos de distinta intensidad, dentro y fuera del hogar. No todos los barrios son igualmente transitables ni tampoco son similares las experiencias, los temores y las expectativas de los padres. “Ayer hablaba con madres de chicos de 13 años que no los dejan salir solos para nada por miedo a la inseguridad”, cuenta Adriana. Victoria, por su parte, advierte que la actitud suele ser completamente diferente entre padres de varones que de mujeres: “Las chicas de la edad de mi hijo no salen solas. Hay una reticencia enorme entre los padres de mujeres, que no las dejan incluso cuando son mucho mayores”.
La cuestión geográfica tampoco es un dato menor. “Hace dos años nos mudamos de Congreso, en Capital, a Munro, y la decisión tuvo que ver con una vuelta al barrio, con la idea de generar esos espacios donde los chicos puedan salir de las casas y transitar la calle”, dice Daniela Bergman, socióloga de 42 años y mamá de Valentino Ventura, de 9 años, y de Thelma, de 4. “En Congreso era imposible pensar en que los chicos salieran a andar en bicicleta: no sólo por los robos, sino por el tránsito. Por eso buscamos un contexto que nos acompañe en la formación de seres libres, autónomos e independientes.”
Luego de la mudanza, vino la mascota: Greta. “La decisión de tener un perro vino atada a un acuerdo con Valentino, que se comprometió a colaborar con su cuidado y con sacarla a pasear -cuenta Daniela-. Su primera actividad solo había sido a los 6 años, yendo al quiosco, a media cuadra, bajo mi mirada. Ahora, con la perra, empezó a sacarla a pasear, mientras yo estoy afuera de la casa, arreglando el jardín, y hace poco se le agregó la hermanita. Van hasta la esquina y vuelven, pero siempre teniéndome cerca. Ahora va al supermercado de la otra cuadra, y yo lo espero dentro de casa.”
Para Daniela, un aspecto fundamental al otorgar gradualmente autonomía a los chicos es no forzarlos a que hagan cosas para las cuales no están todavía maduros. “Con Valentino lo vamos hablando, y viendo con qué cosas se siente seguro y qué cosas quiere hacer -explica-. Hace un tiempo, hubo un robo cerca de casa, y él me dijo que le daba miedo salir solo; fue un paso atrás, pero fue algo que había que respetar, para luego ir recuperando espacio a medida que él lo fuera pidiendo.”
En todos los casos, señala Mauer, “una regulación sensata de la confianza en los recursos de un hijo para desenvolverse adecuadamente hace a la calidad del cuidado parental. Por citar un caso de ficción, la mamá de Caperucita descuidó a su hija al exponerla a un peligro que la excedía. Del otro lado, hoy vemos comportamientos que sobreprotegen desconociendo y hasta anulando genuinas potencialidades de niños y adolescentes”.
“El temor a que a un hijo le pase algo en la calle es universal: la imagen de una madre esperando en la puerta atraviesa los tiempos -concluye Castillo-. Pero yo suelo decir que es importante interrogar de frente al miedo, y que no es bueno vivir con él; con tener cuidado, es suficiente.”
LA NACION