22 Sep La eterna Sophia Loren
Por Néstor Tirri
“Yo no quería hacer pruebas para Vittorio De Sica porque nunca me salen bien; decían que tenía nariz larga y la boca demasiado ancha. Pero lo que pasaba era que iluminaban mal, porque la nariz y la boca han sido siempre las que tengo ahora: nunca me las cambié.” La chica tenía que hacer lo que en Italia llaman provine para ser aceptada en el elenco de El oro de Nápoles. Corría 1954 y aquella Sofia Villani Scicolone tenía 19 años.
La pizzaiola de El oro de Nápoles fue el paso consagratorio, en el cine, de esa actriz que ya había hecho más de quince films como Sofia Lazzaro. Celebrada luego como la increíble Sophia Loren, se convirtió en ícono femenino de una era y hoy, radiante y activa, se da el lujo de cumplir ochenta años.
Coincidiendo con su cumpleaños, en estos días aparecerá en Italia Ieri, oggi e domani, título de su autobiografía (publicada por la casa Rizzoli), y el sábado pasado pudo verse por la señal Europa Europa Solo 80, Sophia, un documental que rinde homenaje a su trayectoria.
Para los cinéfilos que siguieron de cerca su demoledora trayectoria será difícil precisar en qué momento la descubrieron y comenzaron a amarla. Para muchos, el impacto se produjo en 1960, cuando la jocunda comediante que había seducido con su pizzaiola napolitana asumía una madre desgarrada en La ciociara, estrenado en la Argentina como Dos mujeres (traducción del título estadounidense TwoWomen).
El drama que Alberto Moravia narraba en su novela homónima se ubicaba en el final de la Segunda Guerra (1945), con la violación a manos de la soldadesca de dos aldeanas, madre e hija, en una iglesia destruida, en la Ciociarìa (sur del Lazio). “Fue un momento clave en mi carrera -recordaba la actriz la semana última a la RAI-. Anna Magnani tenía que interpretar el personaje de la madre. Y yo, que entonces tenía 26 años, hacía el de la hija. Pero la Magnani desistió y a mi marido [el productor Carlo Ponti] se le ocurrió que yo podía reemplazarla. Se lo sugirió a De Sica y él, como director, lo aprobó. Era un desafío: ¡pasar de hija a ser madre! Una locura. Pero gané el Oscar por ese trabajo.” La hazaña le valió las tapas de Newsweek y de Time: era la primera vez que a una italiana (y, además, a una “mera” actriz) se le concedía ese prestigio.
Quedaba atrás una infancia difícil, en la que su madre, la maestra de piano RomildaVillani, había afrontado las privaciones de la guerra en un hogar con dos hijas sin padre: “Mi padre estuvo siempre en la sombra” -repite a menudo Sophia?. No sentí tanto su ausencia porque tuve que comenzar a trabajar desde chica”. Las dos hermanas Scicolone, Maria y Sofia, se lanzaron tempranamente en procura del sustento en Pozzuoli y Nápoles, lugares tan bellos como pobres. “Tuve la suerte de encontrar a un hombre como Carlo Ponti, que me ayudó desde el principio, y así me convertí en una buena madre y en actriz.”
NINGUNO COMO MARCELLO
El afiche de la reciente edición del Festival de Cannes mostraba el rostro de Marcello Mastroianni en un primer plano de 8 ½, de Fellini. Cuando Sophia pasó por el encuentro, se cruzaba a diario con esa imagen, conmovida. “Con Marcello hicimos pareja en catorce films a lo largo de veinte años ?dijo, sin poder contener un sollozo frente a cámara durante una entrevista?. Con ninguno fue como con él.” En Matrimonio a la italiana (otro Oscar para ella) Loren y Mastroianni encarnaron a los personajes que había creado otro napolitano, Eduardo De Filippo, en Filomena Marturano. Y en Ayer, hoy y mañana compusieron parejas de tres épocas distintas, en una de las cuales tiene lugar el célebre spogliarello de ella, en la intimidad.
“A mí no me hacía gracia eso de desnudarme, pero después empezamos a bromear con Marcello y finalmente lo hice, y nos divertimos”, reconoce ahora. Tal vez entonces no imaginó que se convertiría en el striptease más chispeante de la historia del cine, por su sensualidad, pero sobre todo por su inocencia genuina.
Un día muy particular volvió a confrontarlos en aquel encuentro fortuito de una ama de casa y su vecino homosexual en la calurosa jornada de 1938, en la que Hitler visita al Duce en una Roma enardecida. “Fue uno de los films más extraordinarios que hice, de la mano de un realizador maravilloso como Ettore Scola.”
De los casi noventa films en los que actuó, ya a partir de 1957 hubo no pocas convocatorias desde Hollywood, con realizadores de fuste, como Stanley Kramer (Orgullo y pasión), Delbert Mann (El deseo bajo los olmos), Carol Reed (La llave), Michael Curtiz (Olympia) y Anthony Mann (El Cid). Sin olvidar al mismísimo Charles Chaplin, que la convocó para Una condesa de Hong Kong, en una pareja con Marlon Brando para una comedia que no hizo historia. Las explicaciones quizás están en el ejercicio de imaginar aquella química imposible: la sofisticada locura de Brando con la espontaneidad fogosa de Loren.
“He hecho una carrera con dedicación, trabajé mucho y lo disfruté -recapitula ahora sobre sus logros-. Pero he hecho una vida de matrimonio y de familia: lo importante eran mi marido y mis dos hijos. Y ahora son cuatro, porque tengo dos nietos. El rol más importante de mi vida ha sido el de madre.”
En 1992, en virtud de los 500 años del Descubrimiento de América, el entonces embajador italiano Riccardo Moreno la invitó a visitar la Argentina. Y fue allí, en la embajada de la calle Billinghurst, donde el destino nos deparó a unos cuantos la fortuna de abrazar y besar a Sophia. Aquella experiencia argentina tal vez reviva ahora, en ella, cuando afirma: “Estoy orgullosa de estos ochenta años, y el regalo más hermoso sería una telefonata del papa Francesco”.
LA NACION