09 Sep Gaby Sabatini: “Ahora disfruto de todo lo que no hice cuando jugaba”
Por Sebastián Torok
La primera impresión, impacta. La segunda, también. Bella, bellísima a los 43 años. Coqueta, sutilmente maquillada, los labios pintados, el pelo suelto, brillos en la remera y jean ajustado. Los 175 centímetros de altura parecen muchos más por los tacos que lleva puestos. Gabriela Sabatini sonríe, cálida, durante una tarde ventosa de primavera en la ciudad de Buenos Aires. Muy a lo lejos se oye el chirrido del tren. Sumamente agradable, atenta y buena anfitriona, la mejor tenista argentina de la historia y una suerte de inspiración deportiva para muchos, luce igual que siempre; acaso, ¿por qué debería cambiar?
Pasaron 17 años desde que dejó la raqueta en el armario. Admite que se siente en armonía, que se dedica a ser ella, a viajar, que se deleita con cuanto recital puede; últimamente disfrutó de Madonna, Roger Waters, U2, Coldplay. No abandona su costado artístico, claro: “Me encanta cantar. Algún karaoke entre amigos”, sonríe la ex número 3, aunque fue una N° 1 para muchos. Como empresaria, hace más de 20 años que encabeza su línea de perfumes; incluso, en 2012 viajó a Brasil para promocionar una nueva fragancia. La enamora conocer sitios nuevos y subirse a un avión ya sin las presiones que padecía cuando jugaba. Tiene sus gustitos, sus rutinas gastronómicas: cuando visita Nueva York toma helado y chocolate caliente en el lugar de siempre; en París, se regocija con los macarrones de una pastelería de Champs-Elysées. Cuando alguien popular se retira o se jubila, se argumenta que lo importante es el recuerdo que dejó como persona. En el caso de Gaby, todo es positivo. Es una figura querida en cada rincón.
“Me di cuenta después de que dejé de jugar cuánta gente ve tenis. Inclusive en países en los que nunca había estado, que después visité y me sorprendió cómo me conocían. El tenis es un deporte muy popular y a través de él llegué a mucha gente. Creo que tenía una conexión especial con el público, sí. En muchos lugares sentía que era local, que tenía a muchos apoyándome. Me ha pasado de estar jugando contra una local y que el aliento fuera parejo; era increíble. Una, cuando está en ese momento, lo aprecia, pero no le da la dimensión que le puedo dar hoy mirando hacia atrás. Con la vorágine es difícil detenerse en esas cosas. Hoy disfruto de esa conexión. Soy una persona más, así me siento, trato de ser yo, y lo que traté de hacer desde que dejé de jugar es volver a mis orígenes, a mi esencia, porque la había dejado un poco de lado”, explica Sabatini.
-En la vorágine del circuito se olvidan de muchas situaciones familiares, ¿no? Viven como en una burbuja y cuando salen, ¿es como si volvieran a la realidad?
-Sí, te olvidás de conectarte con ese nivel humano. Eso de olvidarte de un cumpleaños o de directamente no ir porque no estás. O no sé…, de tener tu grupo de amigos y disfrutar de vez en cuando. Todo eso lo fui recuperando y hoy elijo lo que hago. Antes, no es que no lo elegía, pero preferí jugar al tenis y tenía otras obligaciones. Después está la presión que existe por el juego. Si querés estar ahí arriba hay que hacer cosas para subir y al año próximo te tiene que ir mejor. Esa presión a una la va metiendo más en un lugar del que no se puede sentir liberada o relajada, y no se puede disfrutar de esas cosas. Eran momentos. Cuando pude compensar con cosas sencillas me sentí mejor. No sé, si había algo que me gustaba, iba y lo hacía. Me daba un poco de equilibrio. Ir a ver un espectáculo, una cena.
-¿Y después de hacerlo te invadía cierta culpa?
-No, culpa no. Me sacaba de toda esa vorágine del tenis. Y me daba cuenta de que existían otras cosas. Pero cuando estás jugando es muy difícil tener interés en ir a un museo, por ejemplo. Es difícil tener interés y tiempo, porque los momentos libres son para descansar. Por eso, ahora disfruto de todo lo que no hice cuando jugaba. Me encanta conocer lugares, charlar y conectarme con la gente. Desde que dejé de jugar estoy tratando de ser yo, ni más ni menos. Ser una persona más.
-¿Cuánto viajás durante el año?
-Todavía estoy un poquito más de tiempo al año acá, en el país. Estoy en la Argentina y viajo por Europa, voy a Estados Unidos dos o tres veces al año. Van surgiendo cosas. Hay lugares que todavía tengo muchísimo interés por conocer, como la India, donde probablemente vaya pronto. Quisiera ir a China, que no conozco tanto. Descubrí lugares increíbles, como Turquía, que me sorprendió para bien. Estambul es increíble; el desarrollo que tiene. Amo Grecia, la gente es súper cálida. Lo que más te sorprende es que cuando vas a comprar algo, te regalan algo más, siempre. Son generosos.
-Tras convivir con otras culturas, ¿cómo encontrás el país?
-Cuesta, porque una es argentina y quiere lo mejor para su gente, que esté contenta, satisfecha, en paz. Y lo que menos tenemos en este momento es eso. Se siente en la calle que la gente está tensionada, irascible, agresiva a veces. Y no está bueno. Hay mucha división de pensamientos. Yo soy una persona que busca la paz y la armonía, entonces me cuesta ver todo esto, la injusticia, la hipocresía.
-¿Te ofrecieron algún cargo político o cargo en un ministerio?
-Sí, me han ofrecido tener un cargo en el de Deportes. De todas maneras, como nunca me involucré con la política y como saben que no me gusta aparecer demasiado, seguro que me descartan. Pero es difícil meterse en política, es complicado. Una siempre tiene la curiosidad o las ganas de poder aportar algo, pero creo que hay que tratar de hacerlo desde quien somos para mejorar en algún punto nuestro país y sentirte mejor.
-Muchas veces ayudás económica y espiritualmente a los jóvenes tenistas, pero pocas veces se conoce. Eso afirma que no lo hacés para promocionarte.
-Sí, esas son las cosas que me gustan hacer desde que dejé de jugar, pero lo hago desde el corazón. Por eso no me interesa darle difusión. Es mi estilo.
-Sos cultora del bajo perfil. ¿La fama te abrumó en algún momento, te generó temores?
-Sí, a la fama hay que tratarla con cuidado. Muchas veces no me sentí bien por cosas que vivía o cuando me seguían fotógrafos. Salir de un lugar y que te estén esperando me altera. Más que nada me pasó acá, y en algún que otro lugar, en Inglaterra. Pero más acá, en los primeros años de carrera. Era chica, no entendía nada. O leía un artículo en el diario que no hablaba bien de mí, que dijera «Gabriela es vaga» y otras cosas negativas. Me preguntaba por qué hablaban así si no me conocían. Me costaba. En un momento tuve que dejar de leer porque me afectaba. Les daba importancia a las críticas porque una es sensible. Si alguien está hablando algo negativo y sin fundamentos, no está bueno. Me costó entenderlo, tuve un proceso de maduración. Esa fue una de las cosas con las que más tuve que lidiar, inclusive, en mi carrera de tenis, por eso de exigirme que fuera la número 1. Si bien yo también quería ser la N° 1, esa cosa extra no me hacía bien. Ser famosa tiene algunas cosas positivas, pero por otro lado no era lo que me gustaba. Creo que mi fama y la exposición tuvieron algo que ver con que no fuera número 1. Tener semejante fama si hubiera llegado al N° 1 también hubiese sido un tema.
-A la distancia, ¿creés que esa fue la razón principal por la que no alcanzaste ese ranking?
-Creo que en algún punto tuvo que ver. Cuando era más chica y pensaba que al ganar un torneo tenía que hablar, muchas veces perdía en semifinales para no tener que hacerlo. ¡A ese punto llegaba! Era muy introvertida. Tuve algunos temas en el colegio porque era muy para adentro; a mi mamá la llamaron varias veces. Entonces, tuve que madurar y trabajar muchas cosas para, hoy en día, sentirme bien. Me ponía muy nerviosa ese momento. Pero a la vez, era muy competitiva y me frustraba no ganar. Por ahí perdía el primer set, cuando era chica, y tiraba el partido, porque tenía tanta bronca que no soportaba perder el primer set. Era como que no me importaba. Habían varios temas ahí y la fama para mí fue todo un tema. Todo ese lado del reconocimiento no me gustaba.
-Claro, es que no optaste por ese lado de la profesión. Elegiste el tenis porque te gustaba el deporte.
-Sí. Amaba jugar al tenis, lo amé desde el primer día que agarré la raqueta, estaba enloquecida. Una no sabe qué viene detrás de todo eso o con eso. Me encantaba jugar, era competitiva, quería ganar, era todo lo que sabía. En los primeros años el tenis es un juego. Después, se convierte en un trabajo.
-¿Cómo era enfrentar las presiones de un modelo como la WTA?
-Nosotras teníamos la obligación de jugar determinada cantidad de torneos durante el año y ese era nuestro compromiso. Después, había cosas de prensa, algunas obligaciones publicitarias. Pienso que en esos años hubo muchos cambios, empezaron a imponer reglas nuevas. De hecho salieron con el mentoring program (programa de tutoría), que consistía en designarles a las nuevas tenistas una ex jugadora, alguien que le transmitiera sus experiencias y consejos. Yo fui parte de eso y tuve a Katarina Srebotnik (eslovena, ex número 1 en dobles), y bueno, hablé algunas veces con ellas, pocas, no muchas.
-Hay un ejemplo que habla de la desprotección de las tenistas. Monica Seles contó en su biografía que fuiste la única que se abstuvo de votar en contra de congelarle su ranking cuando fue apuñalada en 1993. Ahí vos sí pensaste en el ser humano.
-Siempre pensé en el ser humano. Para mí terminaba el partido y éramos compañeras. No lo veía de otro modo.
-Otras 24 jugadoras no lo entendieron de la misma manera que vos, ya que votaron para que no le protegiera el ranking a Seles.
-Sí. Bueno. No puedo juzgar a nadie. Es algo muy personal. No sé, en las condiciones que se dio, me consultaron y me pareció lo más justo. Me impactó. Y sentí que me pudo haber pasado a mí, porque en realidad era que Monica iba a pasar o estaba por pasar a Graf, y el que la apuñaló era un fanático de Steffi. Me pudo pasar, me sentí identificada.
-Desde hace años, el tenis femenino recibe críticas por su estilo. Ya no se ve el tenis técnico y romántico. ¿Qué mirada tenés?
-Es un tenis diferente, sí. Ninguno es mejor que otro. Eso no existe. Hoy es un tenis de más potencia que antes, le pegan durísimo. Empezando por las Williams, que tienen unos físicos que antes no se veían tanto. Se juega más plano y todas juegan muy parecido. En cuanto haya una jugadora que varíe un poquito más, que pueda jugar con top, puede empezar a perjudicarlas. Pero hay que tener una fortaleza de base para contrarrestar esos golpes potentes y profundos.
-Se generó una polémica sobre si es justo que reciban los mismos premios que los hombres en los Grand Slam. ¿Qué opinás?
-Es un tema eterno. Cuando yo jugaba también se discutía lo mismo. Las mujeres hacen el mismo esfuerzo, se entrenan y trabajan de la misma manera que los hombres. Es verdad que los hombres juegan a cinco sets los Grand Slam.
-¿Las mujeres podrían jugar a cinco sets o sería un riesgo?
-Como poder, se podría. Pero sería riesgoso. Porque físicamente es muy desgastante. Se observarían muchas lesiones. En la final del Masters de 1990 jugué a cinco sets contra Seles, pero claro, fue un partido nada más. De sólo pensar que todos los partidos fueran así y durante dos semanas, no sé si llegaría. Siempre me costó estar de un lado o el otro sobre si es justo tener el mismo prize money. Es difícil, no lo sé.
-A los 43 años, ¿qué cosas te erizan la piel, te emocionan?
-Me emociona cuando veo que hay solidaridad y cuando alguien se une para apoyar, unir, mejorar. Eso me emociona. Los argentinos somos solidarios. Creo que es cuestión de que haya un encargado para unir a todos.
-¿Y qué sueños tenés?
-En el tenis una se puede poner metas. En la vida no tanto. Te vas dando cuenta de un montón de cosas que estamos ajenos, que no controlamos. Pasan cosas. Soy, ante todo, agradecida a la vida y de lo que me tocó. Que sea lo que me toque. Voy a hacer todo para ser siempre mejor, un poco mejor.
LA NACION