06 Sep El esperado regreso de Milan Kundera
Por Carmen Sigüenza
“Amigo mío, respira esta insignificancia que nos rodea, es la clave de la sabiduría, es la clave del buen humor…”. Esta frase de uno de los personaje de La fiesta de la insignificancia, la nueva y esperada novela de Milan Kundera, define el alma de esta breve sátira sobre la existencia.
Publicada por Tusquets, La fiesta de la insignificancia es la cuarta novela del escritor checo escrita en francés. Una novela muy esperada, ya que desde La ignorancia, publicada en 2002, el autor de La insoportable levedad del ser no había publicado nada.
Envuelta en un aparente liviandad y con una estructura musical trabajada al límite, Kundera, que vive en Francia desde 1975, abunda en temas como la maternidad o las relaciones entre madres e hijos, la infancia, la sexualidad, el poder, el perdón, la existencia y, en este caso, la masificación y decadencia del arte y la belleza o la falta de individualización en la sociedad contemporánea.
Una novela que puede interpretarse como el resumen de toda su obra y que en Francia e Italia, donde ya ha salido, ha sido un éxito absoluto y donde ha sido calificada por algunos críticos como “una fiesta de la inteligencia” o “una novela alegre y cómica sobre la seriedad”.
Y es que Kundera (Brno, 1929) a través de sus cuatro personajes mete el cuchillo en los asuntos más serios de la civilización contemporánea como si la vida fuera una mantequilla blanda y penetrable. Pasean en esta novela: Alain, que camina lentamente por las calles de París observando los ombligos de las jovencitas entre el borde del pantalones de cintura baja y las camisetas muy cortas y Ramón, un viejo profesor que ama ver una exposición de Chagall pero renuncia a hacerlo por las largas colas y que padece (o no) cáncer. Además de Charles, que relata anécdotas de Stalin y las bromas que contaba y de las que nadie se reía, y Caliban, que contrata camareros para organizar un cóctel y quien se ha inventado un falso idioma. Todos pasean por los jardines de Luxemburgo en París, otro símbolo de la novela y una metáfora de la indiferencia de los jóvenes por la belleza y la historia.
Transcribimos a continuación un fragmento de La fiesta de la insignificancia: “Más o menos mientras Alain reflexionaba acerca de las distintas fuentes de seducción femenina, Ramón se encontraba en las proximidades del museo situado cerca del Jardin du Luxembourg, donde, desde hacía ya un mes, se exponía la obra de Chagall. Él quería ir a verla, pero sabía de antemano que nunca se animaría a convertirse por las buenas en parte de esa interminable cola que se arrastraba lentamente hacia la caja; observó a la gente, sus rostros paralizados por el aburrimiento, imaginó las salas en las que sus cuerpos y su parloteo taparían los cuadros, y no tardó más de un minuto en dar media vuelta y encaminarse al parque a través por una alameda.
“Allí, la atmósfera era más agradable; el género humano parecía escasear y estar más a sus anchas: algunos corrían, no por ir deprisa, sino por gusto; otros paseaban tomando helados; otros aún, discípulos de una escuela asiática, hacían en el césped lentos y extraños movimientos; más allá, en un inmenso círculo, estaban las dos grandes estatuas blancas de las reinas de Francia y, aún más allá, en el césped, entre los árboles, en todas las direcciones, esculturas de poetas, pintores, sabios; se detuvo delante de un adolescente bronceado que, seductor, desnudo debajo de su pantalón corto, le ofreció máscaras que reproducían las caras de Balzac, Berlioz, Hugo o Dumas. Ramón no pudo evitar sonreír y siguió su paseo por ese jardín de los genios, quienes, rodeados por la amable indiferencia de los paseantes, debían de sentirse agradablemente libres; nadie se detenía para observar sus rostros o leer las inscripciones en los pedestales. Ramón inhalaba esa indiferencia como una calma consoladora. Poco a poco, apareció en su cara una larga sonrisa casi feliz”.
EL LITORAL