El empresario argentino que busca llegar a santo

El empresario argentino que busca llegar a santo

Hay un empresario argentino dispuesto a nuevos emprendimientos que promete patear el tablero. En primer lugar, porque lo haría desde el más allá. Y luego, porque compraría un título en el Libro de los Beatos y abriría oficinas de consulta en los altares de la Argentina y, por qué no, del mundo.
Días atrás, concluyó en la Universidad Católica Argentina (UCA) la fase diocesana que la Iglesia le sigue al fundador y primer presidente de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresas (ACDE), Enrique Shaw. Ahora, toda la información recabada sobre su historia personal y su modo “heroico” de vivir las virtudes cristianas partirá al Vaticano para que la Congregación para las Causas de los Santos determine si este cristiano, que murió a los 41 años, puede ser ejemplo para millones de personas en el mundo.
Fernán de Elizalde es el vicepostulador de la causa de canonización; es decir, el encargado de ejercer la defensa ante los planteos que presenta el “abogado del diablo” que, técnicamente, se encarga de objetar el proceso e indagar en aquellos puntos sensibles que podrían mostrar incoherencias en la vida del candidato. A pesar de ser un hombre de la agroindustria y no del derecho, no tuvo inconvenientes para apalancar a Shaw. “Es el único caso en el mundo de un empresario que pueda llegar a ser santo”, asegura.
Lo mismo contesta Silvia Correale, una abogada argentina residente en Roma que lleva ante la Congregación varios casos, siendo experta en Derecho Canónico y una de las pocas mujeres en su condición. “Personalmente no conozco otras causas”, sostiene horas antes de retornar a la Ciudad Eterna.
“Hay un gran interés por esta causa -reconoce-. Se lo considera un testimonio de santidad válido para todos los argentinos; encima es contemporáneo, padre de familia, ejemplo del compromiso social y del apostolado seglar al que la Iglesia convoca a los laicos”.

Historia de vida
Enrique Shaw Tornquist nace el 26 de febrero de 1921 y, tras perder a su madre con tan solo cuatro años, va a estudiar con un sacerdote sacramentino. Como alumno destacado del La Salle, cultiva una profunda vida espiritual, y tras su graduación, se enrola en la Escuela Naval Militar. Al casarse con Cecilia Bunge, en 1943, resuelve dedicarse a administrar la cristalería Rigolleau y llevar el Evangelio al mundo empresario.
Shaw participa de la Acción Católica y el Movimiento Familiar Cristiano (tuvo nueve hijos). Participa de la ayuda de posguerra a Europa, y respondiendo al pedido del Papa Pío XII, decide a fundar una entidad que sirva para que los empresarios “sean más cristianos”. Aparece en 1952 la ACDE, que no tardaría en enrolarse en la Unión Internacional Cristiana de Dirigentes de Empresas (Uniapac).
Enrique muere en 1962, con 41 años, luego de soportar desde 1958 un cáncer terminal, con el cual se inmola y ofrece tantísimas privaciones por los pecadores y los que sufren. De aquellos años son pocas las voces que sobreviven. Una es la de su primogénita, Sara, que dialogó con 3 Días y compartió sus memorias, estampadas en un libro publicado en 1984. Sara rescata los principales valores de su padre, que también son los de un buen líder: su templanza y equilibrio, su prudencia, su fortaleza ante los problemas, el sentido de justicia con que actuaba; y también su paciencia, generosidad, desprendimiento, laboriosidad y amor por quienes lo rodeaban.
“Era austero en sus hábitos -define-. No lo recuerdo bebiendo, ni tampoco comprando revistas o novelas. Evitaba todo lo que consideraba frivolidad. A veces nos comentaba algunos problemas que tenía y nos decía ‘¿Qué es lo que dará mayor gloria a Dios?’ Sabía que buscar la voluntad de Dios iba a coincidir con el mayor bien posible”.
Enrique Shaw tuvo problemas por declararse católico practicante. Pero siempre salió airoso, con buen humor, paciencia y prudencia. Le tocó ver cómo se derrumbaban las empresas de su abuelo Ernesto Torniquist, y gustar el plato frío de perder el manejo del directorio de Rigolleau. “Siempre estaba sereno, y decía que sea lo que Dios quiera”, evoca Sara.

Liderazgo ejemplar
¿Qué hubiera hecho Enrique Shaw durante la crisis energética y la hiperinflación de finales de los ‘80? ¿Y con la privatización de los servicios públicos en los ‘90? ¿Qué hubiera hecho con la Resolución 125/2008 y ante las medidas discrecionales de la cartera económica de estos días? Ciertamente responder sería más esotérico que cristiano. Pero Fernán de Elizalde tiene algunas respuestas.
Aunque no lo conoció en vida, estudió cada detalle de su trayectoria a la perfección, al punto de esbozar un modelo de liderazgo que intentó replicar en las empresas que dirigió. “Habría actuado fuertemente para pacificar e intermediar, sin tomar banderías de pelea. Hubiera sido un hombre de claros objetivos y soluciones razonables”, asevera.
“Enrique tuvo varios ejemplos concretos de cortar con lo que no le gustaba”, asegura. Aunque “santito”, no le temblaba la mano: fue capaz de desplazar al delegado gremial de las cristalerías -en su tiempo, nervio fuerte del sindicalismo- cuando detectó irregularidades. Pero también les permitió la representación, tras el derrocamiento de Perón, cuando el gobierno de facto restringió la libertad sindical.
Shaw también fue modelo por otras cosas: con 31 años, lideró uno de los primeros espacios de reunión de dirigentes empresarios; fue pionero al estudiar en Harvard, incentivó la creación de la Universidad Católica Argentina -de la que fue tesorero- e impulsó el desarrollo de nuevos modelos de recursos humanos que fueron de avanzada en su momento. Creía fuertemente en el desarrollo de los empleados, años antes de pensar en el marketing relacional y el cliente interno.
“Para él, si un empresario vendía su empresa fallaba a su misión de trabajar para mantener esa fuente de trabajo que permitiese a muchos una vida digna y estable”, recuerda Sara. No por eso arriesgaba la rentabilidad: cuentan que, al descubrir que el sector de carpintería -el packaging de entonces- era deficitario, decidió cerrarlo y crear una empresa nueva, a la que sumaba al personal despedido y daba libertad para actuar en el mercado.
“Fue de una enorme preparación, muy de avanzada. Hizo cosas que hoy son más normales”, recuerda el vicepostulador. “Las empresas de Enrique Shaw siempre fueron rentables y el tema humano era parte importante de su gestión”, agrega, a lo cual su hija suma: “En la fábrica hablaba con respeto y cariño con todos. Me impresionaba su genuino interés con personas muy humildes”.
La caja con el expediente de Shaw podría abrirse en el Vaticano este mes o el próximo. Lo cierto es que habrá que esperar bastante para pensar en honrarlo públicamente como santo de devoción. Aunque, por su humildad, el mayor homenaje que podría hacérsele será recuperar su legado, su interés humano y su insistente mandato: “Responsables hasta el final, nunca dejando las cosas a medias”.
EL CRONISTA

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