17 Sep Chicos hiperconectados con los demás
Por Agustina Fernández
Chloé tiene 3 años y medio. Hace poco viajamos en avión y cuando entramos vimos a un nene de unos 10 años llorar junto a una azafata. Entonces mi hija me preguntó qué le pasaba y le dije que probablemente estaba un poco triste porque volaba solo. Desde aquel instante, Chloé no paró de pensar en él durante las ocho horas que duró el vuelo. Cuando había turbulencias, ella me preguntaba cómo estaría el nene; cuando comíamos, si él comería; cuando la acompañaba al baño, quién lo lleva¬ría a él. Hasta que logró que la llevase a ver cómo estaba y recién al ver que dormía tranquilo, ella también se calmó. Mi hija es una niña con mucha energía, no duerme la siesta jamás. Es quizá la niña más inquieta que he conocido. Camina en puntas de pie y siempre se está moviendo. Se resiste a la autoridad cuando le es impuesta y se irrita fácilmente cuando alguien no la comprende. Puede recitaren voz alta, durante varios minutos, las más hermosas palabras como si estuviese leyendo un poema mientras sostiene una hoja en blanco.Maneja la tecnología con naturalidad, juega en su casita de madera, da un show en su cuarto, dibuja una nena arriba de un cocodrilo, me invita a tomar el té, a contar historias… Demanda atención permanentemente. Me dice que siempre va a estar a mi lado para cuidarme, con esas palabras. Cuando quedé embarazada de su hermana, fue ella quien me avisó, y si estoy preocupada o triste es quien me pregunta si me pasa algo.
Chloé podría ser una niña índigo. Y es cierto que más allá de que a la mayoría de los padres nuestros hijos nos resultan evolucionados y luminosos, ella cumple con casi todas las características, salvo algunas que me resultan incomprobables, como el aura azul, la capacidad de comunicarse telepáticamente o de sanar con las manos. Sin embargo, jamás lo había notado, o ni siquiera pensado, hasta que se me encargó esta nota.
La teoría
En 1982, la investigadora estadounidense Nancy Ann Tappe (1931-2012), parapsicóloga, autoproclamada psíquica, vidente y capaz de ver el aura publicó Understanding Your Life Through Color (Comprendiendo tu vida a través del color), donde se refirió por primera vez a los niños índigo. Allí analizó patrones conductuales y evolutivos relacionados con el color del aura.
Y llegó a la conclusión de que muchos niños estaban naciendo con auras de color índigo hacia fines de la década de 1970 y que eso coincidía con una nueva conciencia. Ningún estudio científico apoyó jamás las afirmaciones de Tappe. Sin embargo los gurúes de la New Age o Corriente de la Nueva Era, movimiento que floreció en Estados Unidos por aquella época, usaron la etiqueta creada por la escritora y la convirtieron en el emblema de lo que buscaban: la definición clara de un nuevo ser más evolucionado espiritual, ética y mentalmente. Hasta que la idea de los niños índigo se terminó de popularizar en 1998, con la publicación de The índigo Children: The New Kids Have Arrived (Los niños índigo: los nuevos chicos han llegado), escrito por un exótico matrimonio formado por el médium Lee Carroll y su esposa, Jan Tober. El libro se convirtió en best seller e inspiró cientos de obras sobre el tema que se siguen publicando actualmente, así como documentales y hasta videojuegos.
Jacqueline Fulco, relacionista pública y consultora en comunicación para la educación, quien en 2010 creó la fan page Niños índigo – Cristal Argentina en base a estudios e intereses propios para brindar una orientación respecto de este tema, enumera algunas de las características de los niños índigo: “Saben lo que precisa su cuerpo, incluso a muy corta edad, eligen la clase de alimento que quieren consumir. Pueden estar en varias conversaciones al mismo tiempo y les fascina el arte en todas sus expresiones. Son muy inteligentes y vivaces, aunque muchas veces eso no coincida con lo académico. Algunos pueden ser muy extrovertidos e independientes, y otros en cambio muy introvertidos y sumamente dependientes. Tienen adoración con la naturaleza. Aman la tecnología y la comprenden casi de manera independiente. Son autodidactas con las cosas que verdaderamente les interesan y necesitan constante conexión con sus padres. Muchos suelen ser hiperactivos, además de hipersensibles, y en algunos casos son diagnosticados con Déficit de atención (Attention Déficit Disorder o ADD) o Déficit de Atención con hiperactividad (Attention Déficit Hyperactive Disorder o ADHD)”.
También son conocidos como cristal. Fulco marca similitudes y diferencias: “Ambas generaciones son altamente psíquicas y sensibles, sosteniendo importantes propósitos vitales. La principal diferencia entre ellos es su temperamento. Los índigo tienen un espíritu más audaz debido a que su propósito colectivo es traer una nueva forma de actuar. Nos replantean todos los sistemas, salud, cultural, social, educativos, legislativos y gubernamentales. Para conseguir dicha finalidad se complementan con la energía cristal, que es mucho más calma, pacífica, meditabunda, emocional”.
“Encuentro en mi hija algunas de las características de los niños índigo y cristal -dice Eugenia Insaunalde, mamá de Mía (7), quien cree en esta teoría y en que todos los niños nacen con cierta información que está más allá de la crianza-. Es muy tranquila, pacífica y amorosa. Le gustan los climas armoniosos, siente la música y percibe los sonidos con una agudeza única. Se expresa a través de la palabra de un modo sorprendente y desde muy pequeña. No le gusta presenciar ningún tipo de maltrato y cuando percibe violencia demuestra un total desagrado.”
La “docente de alma del nivel inicial, como le gusta presentarse a María de las Mercedes Etchepare, quien ha dedicado su vida a los más chiquitos, relata varias experiencias mágicas que ha vivido con sus alumnos, niños que le cuentan que juegan y hablan con seres de alas, con colores sutiles, sonidos que sólo ellos escuchan. Ella los llama los niños de hoy, niños de la nueva humanidad. Y asegura: “Están en todas partes, en todas las instituciones, privadas, públicas, en todos los jardines de infantes, en todas las escuelas, en las calles, en los hogares, en las diferentes culturas, sociedades, países… ¡Y cada día llegan más! Son un fenómeno que necesita la humanidad para seguir avanzando en su evolución. Se los detecta con sólo mirarlos a los ojos”.
Josefina Grigera, maestra jardinera, sostiene que el concepto de niños tanto índigo como cristal es muy amplio y plantea una de las tantas cuestiones controvertidas que sobrevuelan a estos niños: la educación. “Creo que deberían tener una educación enfocada a lo espiritual, al arte, al yoga, a la meditación, incluso hasta personalizada. Aunque también siempre adhiero a la idea de que en algún momento deberían compartir con los demás niños, ya que ellos desde su intuición los pueden incluir no como el adulto que trae consigo mo¬dos y prejuicios acerca de ellos.”
El gran debate
“Desde la década del 70, con la New Age hubo una contracultura en la lectura de la patologización de las conductas”, dice la psicóloga María Beatriz Martínez de Nobúa, quien se refiere a la denominación de los niños índigo como “una manera positiva de leer ciertos trastornos”. Pero lo cierto es que fuera del ámbito de la Nueva Era, este fenómeno es considerado casi un mito porque carece de evidencia científica. Y así lo avala la médica pediatra y especialista en psiquiatría infanto-juvenil Virginia Martínez: “En el campo de la salud mental, tanto como en la pediatría, no hay nada que avale y reconozca como entidad nosológica los niños índigo si se trabaja seriamente”.
Desde este punto de vista, la creencia en la existencia de niños índigo se asocia a reacciones paternales que surgen frente a la pedagogía y psiquiatría modernas. Así, ante casos de hiperactividad, autismo y síndrome de déficit atencional, que conllevan terapias psiquiátricas medicadas para sus niños, muchos padres prefieren pensar que sus hijos son índigo. “La gran pregunta para la psicología es si es factible la adaptación funcional al medio ambiente sólo con conductas creativas, y realmente la respuesta es no. También se necesitan conductas habituales y estereotipadas. Cualquier polarización es disfuncional”, asegura María Beatriz Martínez.
Vilma Scollo, psicóloga infanto-juvenil, coordinadora de Antilquito Asociación Civil, un centro de promoción y protección de derechos para niños, también habla del rol de ciertos padres frente a estos niños. “La teoría New Age me parece muy poética, seductora y puedo aceptarla como forma descriptiva de algunas conductas cuando no se topa con trastornos de comportamiento que aíslan o impiden el buen desenvolvimiento de un niño. Aceptar las dificultades de un niño suele ser una afrenta para muchos padres. Además, el síntoma de los niños nunca es un hecho aislado y siempre se halla relacionado con desajustes del entorno, y es acá donde nos encontramos con las mayores resistencias: es más fácil poner el problema afuera o aceptar respuestas rápidas.”
El tema de los niños índigo se puede tratar de manera esotérica, pseudocientífica o científica, aunque lo cierto es que los niños de la nuevas generaciones, con las características que se aplican a los niños índigo para quienes gusten o no, son más evolucionados. ¿Y no es natural que esto suceda?
Un camino posible
“La conducta humana es muy compleja, está en continua evolución y transformación en relación a los cambios sociales y tecnológicos que se producen a diario. Por eso para dar un diagnóstico conductual hay que tener una mirada abarcativa y precisa de la incidencia de todos los factores interviniente explica la psicóloga infanto-juvenil Vilma Scollo-. Por otra parte estamos atravesando culturalmente una época de devalua¬ción de valores sólidos que hacen a la calidad humana. Y si bien hay muchos avances y posibilidades de progreso, también tenemos que luchar contra el aislamiento, el estrés del ritmo de vida actual y el poco tiempo que muchos padres tomados por sus presiones laborales pueden destinarle a la educación de sus hijos. Por eso la proliferación de trastornos que hoy observo en el consultorio.”
“Todos los niños son especiales -agrega la psicóloga María Beatriz Martínez de Nobúa-; cada vez que aparece una rareza conductual se la trata de rotular y a veces se los exalta como un dote superior. Eso también pasó con los zurdos y no todos los zurdos son geniales. ‘Ten la misma línea, Paula Sánquez Giacosa, maestra de jardín, habla de mirar más allá de las etiquetas: “Considerar a los niños índigo implica creer que hay chicos con una ética distinta, con una percepción más desarrollada que la norma, o bien pensar a los sujetos como diferentes. Me parece que ese debería ser el norte cuando planificamos actividades y en el día a día dentro del jardín. Si bien se piensan contenidos y objetivos igua¬les para todos .nunca habría que dejar de lado la singularidad de cada chico, respetándola”.
¿Y los padres? ¿Qué rol cumplimos ante estos niños que nos exigen una conexión especial no solamente con ellos, sino también con la tecnología, la naturaleza, el arte y las otras personas? Ignacio Urgana -papá de Kalani (3), Segundo (2) y los mellizos Marco y Ulises (1)- hace su mea culpa cuando dice que “entre la familia y la escuela, con la intención de brindarles lo me¬jor, privamos a los niños de ser continuo presente. Hoy muchos niños se encuentran medicados por el solo hecho de no responder a tareas aburridas, por revelarse a ser uno más entre el montón. El sistema en el que estamos inmersos se toma macabro, porque muchas veces buscando libertad nos esclaviza aún más y nuestros hijos son sus víctimas predilectas. Creo que la verdadera revolución ha de ser aquella que no apague el niño interior, un movimiento que rompa con el mandato de vivir para tener. Y en eso tenemos mucho que aprender de nuestros hijos”.
Sin rótulos ni teorías, Soledad Napal, mamá de Pedro (3), también dice algo simple y esperanzador al respecto: “Creo que hoy los padres somos mucho más conscientes de la importancia de todo lo que hagamos para y por nuestros hijos en los primeros años de vida. Con padres amorosos, presentes, responsables, creativos, empáticos y un ambiente de contención donde vivir y crecer, los chicos crecen con autoestima, coraje, y no tengo duda deque quien va afianzando esos valores y sentimientos puede convertirse en alguien inspirador, que intente derrumbar estructuras culturales que ya ni sabemos por qué seguimos y se diferencie del resto. Creo en los niños especiales. Pero también creo que cuando les ponemos un rótulo dejan de serlo”.
LA NACION