Animarse al cambio… o no

Animarse al cambio… o no

Por Sebastián Campanario
En una vida anterior, Juan Talmasky era un abogado corporativo, con un posgrado en Boston y oficina en un estudio de Manhattan. “A los 32 años atravesé un profundo cambio, no sólo de trabajo y actividad, sino de cosmovisión. Fue algo que excedió al tema profesional”, explica Talmasky, que ahora hace desarrollos inmobiliarios y maneja su empresa de comercio electrónico (Multiplace). “El motor del impulso fue una búsqueda de libertad, pero también cierta incomodidad por estar en un ambiente -el de los abogados- que vive del conflicto”, dice.
Volvió a Buenos Aires, dio vuelta su rutina, empezó a estudiar japonés, bonsái y aikido, un arte marcial que se basa en un concepto de no conflicto, donde los ataques están mal vistos desde un punto de vista moral. “Odio hablar de esto y sonar new age, pero me sirvió mucho, fue parte del proceso”, cuenta desde la Asociación Sudamericana de Aikido, donde va tres veces por semana.
El giro de 180 grados de Eleonora Jezzi Riglos se dio cuando tenía 28 años y trabajaba como profesora de educación física. En un viaje a Mendoza le quedó un día “sándwich” y decidió ir a conocer bodegas, algo que a priori no le entusiasmaba mucho porque no bebía alcohol. “Quedé cautivada, con ganas de conocer más, y lo que en principio fue un cursito de sommelier se convirtió en una nueva vocación -recuerda Jezzi Riglos-. En un primer momento no lo veía compatible con mi vida y costearme la carrera se me hacía difícil, pero me animé. Dejé de pagar un seguro de retiro por un año y pude solventar mis estudios. Durante 18 meses trabajé en ambos ámbitos, pero de a poco empezaron a surgir oportunidades en catas, bodegas y distribuidoras, hasta que logré abrir mi propio local de panes y vinos (Pain et Vin) con mi marido, a quien conocí en ese mismo viaje a Mendoza.”
Aunque suene redundante, algo está cambiando con la idea de cambio, un concepto de moda en el management, el discurso político y la literatura de superación personal. “Lo nuevo en esta temática tiene que ver con descubrimientos recientes de la biología del cerebro, que muestran que los pensamientos, algo inmaterial y que no se puede tocar, pueden modificar los circuitos neuronales cuando se hace un trabajo disciplinado. Se demostró primero con experimentos en monos y luego en humanos. Hoy tenemos más herramientas que hace unos años para promover el cambio en las personas”, afirma el biólogo Estanislao Bachrach, autor del libro En cambio (Sudamericana), que se lanzó esta semana, y del best sellerÁgilmente, de la misma editorial.
Algo así como utilizar el software para hackear el hardware del cerebro. Se sabe que el cerebro racional concluye su formación básica a los 23 años, en promedio, y el cerebro emocional, a los 11. Pero la historia no termina ahí, en un tallado a piedra inamovible. “Los casos de cambio personal son cada vez más y más reveladores”, cuenta Bachrach, y cita el de una amiga suya, Carolina Arazo, una saxofonista peruana, entre las diez mejores del mundo, que hasta los 20 años no sabía absolutamente nada de música.
“Hace muchos años que trabajo el tema de innovación y me fui dando cuenta de que si no cambiás no podés ser innovador, no podés pensar distinto, que los patrones de pensamiento que nos vamos construyendo para ser muy eficientes en algunos casos nos vuelven más ineficientes”, dice Bachrach, en una entrevista con la nacion en un bar de Colegiales. El biólogo, que hoy llena teatros para hablar sobre el cerebro, experimentó mutaciones bruscas en carne propia: dejó una oferta de investigación y docencia en Harvard para volver a la Argentina y dedicarse a la divulgación y a la asesoría.
“Las herramientas de cambio tampoco son mágicas, porque el principal boicoteador del cambio es nuestro propio cerebro, un órgano que busca homogeneidad, que va para el mismo lado para ahorrar energía. Que busca constancia, quedarse en la zona de confort para no correr riesgos”, agrega Bachrach. Cómo decía Albert Einstein: “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”.

QUIÉN DIJO QUE ES FÁCIL
Insomne como pocas veces había estado en su vida, Carolina Winograd se levantó aquella madrugada de agosto de 2009 temerosa de cómo iba a transcurrir la mañana en su oficina de un prestigioso estudio de abogados. No tenía un contrato difícil por cerrar ni se vencía un plazo legal: ese día iba a comunicarles a sus jefes su renuncia indeclinable para dedicarse a cantar tangos.
“Tomar esa decisión me llevó seis meses de intensas conversaciones conmigo misma. Volvía a mi casa llorando, y entre angustia y cansancio me preguntaba qué era lo que me incomodaba tanto -recuerda hoy Winograd-. Me proyectaba en el tiempo y la imagen que me devolvía mi imaginación era desoladora; en ese momento no sabía cómo salir de esa especie de caracol de ensueño, pero era cada vez más claro que tenía que cerrar ese ventanal, como dice el tango «La última curda».”
Nada es fácil. A nivel corporativo, un 54% de las iniciativas de “cambio” terminan en fracasos rotundos, que dejan en las compañías un sabor agrio de frustración, según una encuesta sobre management de cambio realizada en 2013 por el centro Strategy&Katzembach.
Muchos ejecutivos, señala el mismo estudio, reportan una “fatiga al cambio” que, al final del día, desemboca no sólo en costos financieros, sino también en oportunidades perdidas y una estrepitosa caída de la moral.
“Existe un concepto muy estudiado por los psicólogos que muestra cómo las creencias individuales, junto con modelos mentales colectivos en las organizaciones, crean una natural y potente inmunidad al cambio -explica Ricardo Gil, especialista en cambio de Axialent-. A menudo, el problema no tiene que ver con la falta de voluntad o con la inercia, sino que inconscientemente tenemos objetivos contrapuestos a los que nos proponemos a nivel consciente, y eso genera un sistema inmunológico emocional que nos impide alcanzar lo que de verdad queremos”, agrega.
Otro error habitual, explica Bachrach, es el de ser demasiado ambicioso y querer cambiarlo todo. “A veces, modificar un detalle es suficiente para generar un efecto cascada. Bajarse dos estaciones antes del subte, caminar veinte cuadras por día, sentirse mejor, generarse un espacio en el que pueden surgir buenas ideas… son detalles que pueden cambiar vidas al final del día”, asegura el biólogo.

UN PROCESO DE INTROSPECCIÓN
Si tienen que dar un único consejo a alguien que desee dar un giro radical en su vida, Talmasky, el ex abogado hoy emprendedor, y Winograd, la cantante de tangos, coinciden en su recomendación: encarar un profundo proceso de introspección para saber exactamente qué camino se quiere tomar, y tener una “honestidad brutal” con la respuesta. “Cuando algo hace ruido hay que escucharse, apagar el motor y encontrar el desperfecto”, grafica Winograd.
Como toda tendencia jipeada, la promoción del cambio tiene sus lugares comunes y sus críticos. Ken Robinson, un educador, escritor y conferencista británico, es de los que piensan que el foco en el cambio personal es excesivo y generador de ansiedad, que conviene reconocer las fortalezas propias, potenciarlas y lograr tener las debilidades controladas para que no provoquen una dinámica de caos. Robinson es asesor de Inglaterra, de Singapur y de Hong Kong en temas de educación. El biólogo chileno Humberto Maturana, también especialista en cambio, es otro de los que llaman a anclarse en las fortalezas.
“Obviamente no hay que obligar a nadie a cambiar, si uno está conforme con lo que es, ¿cuál es el problema?”, dice por su parte Bachrach.
Para Sergio Maller, psicólogo y especialista en cambio organizacional, en el debate “hay de todo, desde la perspectiva que afirma que cada uno es lo que es y anda siempre con lo puesto, como dice Serrat, hasta los que aseguran que la posibilidad de reinventarse está a la vuelta de la esquina. Yo creo, en lo personal, que se trata de encontrar un punto de equilibrio con una mejor versión de uno mismo, trabajando desde las fortalezas y las calidades de las personas”.
“Muchos no cambian por aversión al riesgo. Pero por cómo está cambiando el mundo hoy, es más riesgoso quedarse quieto”, dice ahora Gerry Garbulsky, otro que pasó por varios ciclos de metamorfosis personal. Hasta los 30 años, Garbulsky trabajó investigando como físico, en el MIT de los Estados Unidos, luego de haberse recibido en la UBA. Allí experimentó su primera mutación, y se dedicó durante 13 años a la consultoría estratégica de negocios. Y desde 2009 reparte su tiempo en otro esquema radicalmente nuevo: la organización de TEDxRíodelaPlata, el taller “El mundo de las ideas” y su columna en el programa Basta de todo, de Matías Martin, por radio Metro.
¿Última estación? El ex físico y ex consultor está seguro de que no. Como dice la tuitera estrella en temas de creatividad, María Popova, los seres humanos somos work in progress -trabajos en elaboración-, aunque solemos comportarnos y tomar decisiones como si no lo fuéramos. “Yo estoy convencido de que en algún lugar de mi mente y de mi corazón se están incubando otras cosas para hacer en el futuro -se sincera Gerry Garbulsky-, hay algo en mi naturaleza que me llama a cambiar todo el tiempo, a explorar nuevos mundos. Quizá siento que la vida es demasiado corta para vivirla una sola vez.”.
LA NACIÓN