Giménez y Monzón. Un ardiente y trágico amor de barrio

Giménez y Monzón. Un ardiente y trágico amor de barrio

Por Gustavo Castagna

A cuatro décadas de su estreno, una película como La Mary resplandece como un cuerpo extraño en aquel contexto del cine argentino. En medio de la euforia política de la época, la pantalla nacional estaba ocupada por films industriales de relectura social (La Patagonia rebelde; Quebracho), las iniciales comedias encabezadas por Olmedo y Porcel, las adaptaciones de escritores de renombre (Bioy Casares, Puig, Arlt) en manos de Torre Nilsson y el consabido destape de toda índole que propiciaría la primavera camporista y los primeros meses de Perón como presidente. En ese paisaje, un par de semanas antes de La Mary, se había estrenado La tregua, opera prima de Sergio Renán basada en el texto de Mario Benedetti, un drama oficinesco, gris y melancólico con un elenco estelar que sedujo a más de 500 mil espectadores. Pero la triste historia de amor interpretada por Héctor Alterio y Ana María Picchio conformaba un relato de esos días, cercano al espectador, que se sentía identificado con el mundo oficinesco y la familia disfuncional y contemporánea que rodeaban al padre viudo. En la vereda de enfrente, La Mary cuenta una historia ajena a ese entorno constituido por un público joven que ocupaba las salas para ver Estado de sitio, Z o las esporádicas funciones de Último tango en París y La naranja mecánica antes de la censura y los secuestros de copias. Pero detrás de La Mary estaría un veterano lobo del cine como Daniel Tinayre con casi 40 años de actividad, quien pensaba en la taquilla y en el plano perfecto en un mismo punto, un hábil hacedor de estrellas que en esos días fijaba más la atención en el teatro y la televisión que en su probable retorno a la cámara. Por aquel entonces, Susana Giménez había interpretado en cine papeles menores hasta La piel del amor, donde jugaba algunas escenas eróticas con Claudio García Satur. Pero ya era una estrella, especialmente de la publicidad y del teatro, viviendo el después del éxito en las tablas de Las mariposas son libres. Carlos Monzón, en tanto, en aquel febrero de 1974, volvería a defender su cinturón dejándole el rostro amuchado de golpes al campeón e ídolo mexicano José “Mantequilla” Nápoles en sólo un puñado de rounds, hasta el abandono previo a la séptima vuelta. Seguramente Tinayre vio más de una pelea de Monzón y desde allí se le ocurrió la idea de reunir a la modelo-actriz junto al púgil en una historia de amor y sexo que transcurre en una geografía como la de la Isla Maciel, con el Docke y La Boca muy cerca, paisajes olvidados por el cine argentino de entonces. Pero Tinayre se la juega y apuesta a todo o nada, trasladando su particular estética a los exteriores del sur de la ciudad para construir un relato ubicado en los años ’40, con un prólogo donde la niña Gabriela Toscano interpreta a la Mary en los días posteriores al golpe de Estado que derrocó a Hipólito Irigoyen. Para lograr el verosímil barrial, se parte de una novela de Emilio Perina y de la adaptación de José Martínez Suárez y Gius con el propósito de aunar el estilo clásico pero desmesurado de Tinayre (director proveniente de la época de los estudios) al espectador de los años ’70, que desconocía los años industriales y de las grandes empresas del cine argentino de antaño. La Mary, en ese sentido, es varias películas en una sola. Por un lado, el voraz protagonismo de Susana Giménez en un registro alto que encaja a la perfección para un personaje acusado de bruja, que hace lo posible por llegar virgen al matrimonio y que luego no desea tener hijos. Su rostro y sus gestos son certeros y concretos como si estuviera expresando un monólogo catártico que pretende ocultar a un personaje extremadamente frágil. Monzón, en la piel de El Cholo, sería doblado en su voz por la de Luis Medina Castro y, como resultado de una astuta maniobra del director, y frente a las carencias actorales del boxeador, la película agrupa a un notable plantel de intérpretes en roles secundarios. Entre otros, encarnando a los familiares de los personajes centrales, aparecen Alberto Argibay, Dora Baret, María Rosa Gallo, Ubaldo Martínez, Jorge Rivera López, Leonor Manso, Antonio Grimau y hasta Juan José Camero antes de personificar a Nazareno Cruz. La narración fluye a través de escenas cortas, corales o de pareja, donde Tinayre edifica una historia de amor signada por un destino cruel y trágico. La estructura, recurrente en el director, se presenta a través de flashbacks desde el punto de vista de la Mary, desnuda en cámara y luego preparada para vestirse con el traje de novia y clavar el cuchillo en el torso de El Cholo y su último sueño. Las escenas sexuales, un tema que en su momento recorrió docenas de páginas de diarios y revistas, fusionan lo público con lo privado de la pareja protagónica, que se conoce en el set y de allí en adelante seguirá unida hasta cinco, seis años más tarde. Pero La Mary también es un triunfo de su director, al trasladar ese imaginario social que por entonces era el cine de los estudios a los bulliciosos años ’70. Geografía de barrio de trabajadores que se levantan muy temprano para cumplir su labor cotidiana. Casas chorizo con patios amplios y reuniones familiares para recibir un nuevo año, fecha ideal para que los novios conozcan a los parientes cercanos. Un cine donde se proyecta Mateo (1938), justamente una película de Tinayre, adonde la pareja concurre en su etapa de enamoramiento. El Cholo y La Mary en el zaguán, en la camioneta del frigorífico, paseando por las calles empedradas con el olor a puerto como telón. “Soy tu puta”, le dice ella a él, y en este y en otros textos (además de las escenas donde al Cholo se lo percibe más que impaciente hasta la noche de bodas) se confirma la habilísima maniobra de Tinayre. ¿Una película comercial? Sí, claro, pero de las buenas, donde se desarrolla una historia de amor que parece de otro tiempo pero reinsertada por el director y sus guionistas para aquel público no acostumbrado a esta clase de culebrones sanguíneos y con el sexo a flor de piel. Los cines céntricos y de barrios vieron cómo las butacas se ocupaban para ver La Mary. El casi millón de espectadores le daría la razón a un cineasta que dejaría su último opus entre la niebla y los amaneceres de la Isla Maciel. Por su parte, Susana Giménez, durante aquel 1974, continuaría actuando en La Revista de Oro, junto a Porcel y la vedette clásica Nélida Roca. En tanto, cerca de fin de año, Monzón le da una paliza y tira al piso en el séptimo round al australiano Tony Mundine en las instalaciones del mítico Luna Park. Ella está en el ring-side, en tanto él levanta los brazos otra vez en señal de triunfo. Pero ya no eran La Mary y el Cholo sino una joven pareja del jet-set local que, tal vez, esa misma noche, fueron a festejar su tórrido amor a la boite Mau-Mau. «

CAMINOS DISTINTOS EN LA PANTALLA GRANDE

Luego del famoso “Shock” del jabón Cadum, Susana Giménez anduvo por el Bar El Moderno, refugio de los habitués del Instituto Di Tella. ¿Susana entremezclada entre La Menesunda, el Grupo Lobo y los futuros Les Luthiers? Efectivamente, una de sus primeras apariciones en cine fue en Tiro de gracia (1970), de Ricardo Bécher, a través de una decena de planos en el bar cercano a la Galería del Este. Luego vendría su chica mal hablada de Vení conmigo (1972) y la infidelidad de pareja con Claudio García Satur en la arena marplatense de La piel del amor (1973). Después de La Mary se enrola en la comedia picaresca junto a Olmedo y Porcel, donde se destaca su chica-chico de pelo corto en Mi novia él… (1975) y cierta sofisticación genérica en Un toque diferente (1977), con Ernesto Bianco en el rol principal. La vuelta sería con Esa maldita costilla (1999), malogrado y tardío intento de comedia almodovariana. Por su parte, luego de su parco Cholo, Monzón cae en manos de Favio para interpretar –ya con su voz– al ingenuo Charly de Soñar, soñar, obra maestra absoluta con sobrevivientes de un paraíso perdido. Al borde del retiro como boxeador, Monzón se convierte en un “actor” de exportación rodando en Italia el spaghetti western El macho y el policial La cuenta está saldada, ambas en los ’70. Obviamente doblado al italiano. En ambas películas también participa Susana Giménez. Pero, a fines de la década, faltaba poco para la tumultuosa separación de la pareja.

SEMBLANZA DE UN GRAN DIRECTOR

Daniel Tinayre (1910-1994) llegó desde Francia y luego de haber presenciado algunos rodajes de aquel realismo poético de fines del mudo y principios del sonoro, lo que provocó que, una vez instalado en Argentina, corriera con ventaja en relación a sus colegas. De su primera película –Bajo la Santa Federación (1935)– no existe copia, pero sí de los policiales mixturados a otros géneros que realizaría entre 1947 y 1954, una etapa esencial de una obra que llegaría a los 22 títulos. A sangre fría; Tren internacional; Pasaporte a Río (primer trabajo de Mirtha Legrand con su esposo); el gran film de cárceles de mujeres Deshonra y la comedia sofisticada La vendedora de fantasías confirman a un cineasta obsesivo con la puesta de cámara e innovador en formas expresivas que buceaban en el film noir sin ocultar las influencias de sus admirados Hitchcock y Fritz Lang y las herencias procedentes del realismo poético francés de los años ’30. Tramas inquietantes, personajes de dudosa ética moral, virulencia macabra en determinadas escenas (por ejemplo, los feroces castigos a las presas de Deshonra), noches de lluvia y niebla, cabarets de la zona portuaria y esa manía por la búsqueda del impacto visual mostraban a un director técnicamente impecable, pero también a alguien que nunca recibía excesivos elogios por parte de la crítica, que lo acusaba de puntuales problemas narrativos que aquejaban a la sordidez de las tramas. Luego de En la ardiente oscuridad (1959), Tinayre comienza la nueva década con los éxitos de La patota y La cigarra no es un bicho, primera película sobre hoteles alojamientos. También escarba en la literatura del prolífico escritor francés Guy des Cars (“el autor de los porteros y ordenanzas de edificios”), adaptando Bajo un mismo rostro (1962), donde vuelve a reunir a su esposa junto a su hermana Silvia, y Extraña ternura (1964), gran policial con una historia de amores prohibidos de por medio. Entre ellas, El rufián, acaso el ejemplo mayor del virtuosismo de puesta en escena del director con los desagradables personajes interpretados por Carlos Estrada y Egle Martin. Ya en la televisión (Carola y Carolina con las dos hermanas haciendo de detectives; Almorzando con las estrellas, título inicial de los almuerzos que continúan hasta hoy), junto a las producciones para teatro, le iban ganando la pulseada al director de cine, quien padecería su gran fracaso estético y comercial con Kuma Ching (1969). El retorno será con La Mary, dejando pendiente su deseo de volver a Guy des Cars con la adaptación de La impura. En 1989 entrevisté a Tinayre para un programa radial y encontré a un personaje único en su especie. Inteligente, malhumorado y de pocas pulgas, sus ganas de hablar de cine se impusieron a su particular carácter. Fanático del flashback (“uaconto”, así se expresaba), se me ocurrió comentar las inestabilidades narrativas de Danza del fuego, melodrama policial de fines de los años 40 contado a través de ocho “racontos”. Su reacción no se hizo esperar y sentí miedo. Ocurre que en Tinayre, un gran megalómano, podría aplicarse la fórmula P (plata) + P (plano) que hace eco en la frase “el cine es el arte de llenar butacas”, expresada por Hitchcock. Monsieur Tinayre, usted fue un gran director del cine argentino y eso sigue siendo lo más importante.

EL CINE DENTRO DEL CINE

En 1996 se estrenó Carlos Monzón, segundo juicio de Gabriel Arbós, que narra el asesinato de la modelo Alicia Muñiz y el posterior juicio que llevaría a la cárcel de Batán al ex campeón del mundo de boxeo. En una escena se recrea el rodaje de La Mary, donde la pareja interpretada por José Luis Alfonso y Giselle Tcherniak sueltan toda su sexualidad en un pasillo. Arturo Bonín, con gorra y acento francés, encarna a Tinayre, quien en más de una oportunidad pide el clásico “corten”, dando el visto bueno a la toma. Sin embargo, tal como se observa, la pareja jamás le hace caso a la orden del director…

FUENTE: TIEMPO ARGENTNO