“Sólo tengo miedo a la ira de Dios y a los deadlines”

“Sólo tengo miedo a la ira de Dios y a los deadlines”

Por Matías Capelli
“Quería que fueran como hijos, todos ligeramente parecidos y desemejantes”, dice Alejandro Zambra respecto de los textos que conforman su primer y reciente libro de cuentos, Mis documentos (Anagrama), aparecido en España a principios de año y ahora publicado en la Argentina. De un total de veinticinco relatos con los que contaba al empezar a idear el volumen, once resultaron finalmente elegidos, tras un proceso de selección y ensamblaje que también implicó la reescritura de algunos de ellos, originalmente publicados en revistas o en antologías. A pesar de sus diferencias, puestos en línea como una familia numerosa que posa para la foto, queda en claro que pertenecen a un mismo linaje, que comparten ciertos lazos de sangre inconfundibles, tanto por el estilo que despliegan como por los personajes que pueblan sus páginas.
De hecho, quien haya incursionado en la obra narrativa de Zambra (compuesta por dos novelas brevísimas, Bonsái y La vida privada de los árboles , y una novela “hecha y derecha”, Formas de volver a casa, a los que hay que agregar los libros de poemas Bahía inútil y Mudanza , y una recopilación de ensayos, No leer , publicada en nuestro país por el sello Excursiones hace un par de años) se reencontrará al abrir Mis documentos con muchos de los motivos y recursos que le depararon al escritor trasandino un lugar destacado en la generación de narradores latinoamericanos nacidos en la década de 1970: frases de una musicalidad asordinada, el humor agridulce que redime a sus antihéroes, una melancolía leve pero persistente como una garúa que lo tiñe todo, una habilidad para auscultar con precisión las intermitencias sentimentales, para manipular los recuerdos con cuidado, consciente de lo que suelen ser: residuos radiactivos.
Si tuviéramos que catalogar los cuentos de Mis documentos , habría que empezar por señalar una serie protagonizada e incluso narrada por niños, que indagan ese punto de roce y desgaste en que el mundo infantil y el de los adultos entran en contacto, una zona transitada en Formas de volver a casa . Tal es el caso, por ejemplo, del primer cuento, el que da nombre al volumen. Según Zambra, es un texto sobre “el tantas veces fallido deseo de pertenecer: a la banda del colegio, al coro de la parroquia, a un grupo de amigos, a algún tipo de comunidad, a un país. Y el deseo paralelo, a veces aún más gravitante, de huir de los padres, huir de todo lo dado, lo estable”. Construido a partir de recuerdos tempranos de comienzos de los años ochenta en Chile, el relato transcurre bajo el paraguas plomizo de la dictadura pinochetista. “De algún modo, es un texto que narra un despertar, o más bien, una historia personal que suena a prehistoria, por la capacidad de olvido tan grande que tenemos, y por lo ajenos que suenan, al menos ahora para mí, algunos espacios y situaciones que, sin embargo, gracias a la escritura, pude habitar nuevamente.” En una línea semejante se mueven “Instituto Nacional” y “Camilo”, con ciertos personajes secundarios entrañables, ligeramente extravagantes y desquiciados.
Otro de los vectores que motorizan el libro, ya desde el título, tiene que ver con la relación cotidiana con la tecnología; en este caso, con las computadoras. Y cómo esos objetos, que en su momento fueron considerados “tecnología de punta”, una década más tarde resultan piezas de museo. El relato “Recuerdos de un computador personal”, por ejemplo, narra la historia -inicio, esplendor y ocaso- de una pareja a partir de la PC que compartieron. “¡A fines de los años noventa los computadores todavía se compartían!” -recuerda Zambra-. Me interesa mostrar la obsolescencia de este mundo que parecía tan estable y tan moderno. También es un cuento sobre la terca persistencia de lo masculino, o sobre la obsolescencia de lo masculino, en el sentido tradicional.”
La soledad masculina, la torpeza viril que tanto obsesiona al escritor, insufla un aire agridulce a los perdedores que pululan por sus cuentos. En “Verdadero o falso”, evita el solipsismo al proyectar una tesis generacional “sobre una generación como la mía: padres que todavía creen que son hijos”. En senda similar transita “El hombre más chileno del mundo”, en el que se vale de un chiste común y corriente como máquina narrativa para hacer avanzar el relato. “Creo que para mí el descubrimiento de la literatura tiene que ver con esas formas -los chistes, los trabalenguas, los cuentos orales, las letras de las canciones- más que con la ficción”, comenta.
Con una musicalidad que recuerda al Zambra de Mudanza , uno de los mejores momentos de Mis documentos llega con “Gracias”, una recapitulación de respiración arrebatada sobre una situación violenta -un robo en un taxi en el DF mexicano- que sufren un chileno y una argentina, quienes son algo más que amigos, aunque les cueste reconocerlo frente a los demás, sean éstos sus amigos o sean los propios ladrones.
Otro relato notable es “Vida de familia”, protagonizado por un clásico perdedor zambriano que tiene que cuidar la casa de un primo durante una temporada, lo que le permite montar la impostura de una vida que no le pertenece y fabular su pasado personal. “Es uno de los relatos que más quiero”, confiesa Zambra, desafiando el lugar común que dice que un padre no puede -no debe- tener preferencias entre su descendencia.
Por último, lo que podríamos englobar en la categoría de “cuentos de escritor” oscila entre el diario y el ejercicio metaliterario. “Yo fumaba muy bien” es un texto elaborado a partir de notas tomadas en los sucesivos -e infructuosos- intentos por dejar de fumar (una versión preliminar se publicó en la antología Vagón fumador , de Eterna Cadencia). Y “Hacer memoria”, uno de los más complejos y ambiciosos, es un cuento que en breve, adelanta Zambra, será publicado en inglés por la revista McSwwney’s. Y agrega: “Es una especie de falso policial, sobre los límites de la experiencia personal, sobre el abuso, sobre la (in)moralidad de la escritura”.
Además de ser un juego metaliterario, “Hacer memoria” es una puesta en escena sobre los mecanismos de la ficción y la literatura por encargo. “Sólo tengo miedo a la ira de Dios y a los deadlines -confiesa Zambra entre risas-. No acepto muchos encargos, sobre todo si se trata de ficción. Y suelo fracasar, a decir verdad. O quedar tremendamente disconforme con el resultado.”
En un momento, el narrador de “Hacer memoria” afirma que la clase media es un problema si se quiere escribir literatura latinoamericana. Una afirmación tajante y polémica, una boutade que fosforece en una prosa como la de Zambra, que hace del medio tono, de pliegue en el matiz, su campo de maniobras. Y si bien está claro que se trata de una ironía explícita, tratándose de uno de los escritores latinoamericanos jóvenes con mayor proyección internacional, es difícil eludir la pregunta al respecto. “El escritor de mi cuento intenta ‘arrabalizar’ su experiencia para que el texto funcione dentro de un ámbito de expectativas. Creo que son muchos los escritores que andan vendiendo la memoria latinoamericana por ahí. Latinoamericanos profesionales, por así decirlo.”
LA NACION