Sin el cuchillo, el gaucho estaba en absoluta orfandad

Sin el cuchillo, el gaucho estaba en absoluta orfandad

Por Martha Salas
Imaginar a un gaucho sin su cuchillo es más difícil aún, si cabe, que imaginarlo sin caballo, me dijo Fernando Assunçao un día.
En efecto, para el gaucho fue algo así como una prolongación o variante de su propio brazo derecho, quitarle aquél casi equivalía a amputarle el brazo. Hasta sin caballo, si tenía el cuchillo, podía agenciarse uno, pero sin su arma la situación era de indefensión.
Porque el cuchillo para el gaucho fue todo. Veamos qué uso le daba: para defensa personal y ataque, como instrumento para matar animales, para cuerear y carnear, era útil para su artesanía (tientos, trenzas, repujado, lonjeado, etc.), fue el cuchillo la herramienta para todas las tareas, para comer, cortar la carne y ensartar los pedazos a manera de tenedor, como arma defensiva y ofensiva, mereció con justicia el nombre de “El compañero”, y lo era más que el caballo, el mate, las bolas, el lazo o el poncho.
Sarmiento en su Facundo escribió: “El cuchillo a más de un arma, es un instrumento que le sirve para todas las ocupaciones, no puede vivir sin él; es como la trompa del elefante, su brazo, su mano, su dedo, su todo”.
El cuchillo en el hombre de campo es una herencia cultural traída de España y de Flandes, llegada con los primeros conquistadores del Plata. Hay referencias sobre los primeros pobladores llegados con Don Pedro de Mendoza, y uno de ellos dijo: “? hice cuchillos amolados y encabados como los que traen de Flandes?”.
Veamos otras utilidades que el gaucho le daba al cuchillo, que eran tan múltiples que justifican eso de continuación de su brazo.
Ya hemos hablado de arma de defensa y de ataque en el duelo personal, en la lucha contra las fieras, en las faenas como castrar, matar, charquear, sebear, cuerear, carnear. Para tusar el caballo, o restregarle el lomo después de una marcha, para devolverle la circulación; para recortarle los vasos, para hacer tientos, ojales y todo trabajo en cuero o madera. Para cortar ramas para hacer leña, hacer palos, estacas y objetos en madera. Para preparar “el porongo” o la calabaza para el mate. Para picar tabaco a los efectos de “liar” un cigarrillo y cortar la chala, para ensartar la brasa del fogón cuando tiene que encenderlo. Para cortar “los terrones” y fabricar así el rancho, al que habrá que techar con la paja cortada a cuchillo.
Desgraciadamente, el uso constante del cuchillo, hizo que el gaucho lo desenvainara por motivos a veces superfluos, y se ensañara contra enemigos o retos a duelo con frecuencia, y ya no se defendía sino que atacaba sin piedad.
El naturalista francés D’Orbigny en 1829 describe: “Todas las peleas de los gauchos se ventilan con el cuchillo en la mano, sus duelos tienen lugar frente a testigos, y tienen sus leyes. Así es que les está permitido llevar su poncho enrollado como escudo en su mano izquierda. Difícilmente se baten a muerte, sólo pueden tocarse encima de la cintura y por lo general se limitan a alcanzar al adversario en el rostro, es lo que llaman marcar al enemigo, como alusión al ganado que se marca con hierro candente”.
R. B. Cunninghame Graham en su obra El Río de la Plata, Londres, 1914, cuenta que en los bailes siempre aparecía “el payador” que pespunteaba la guitarra, cantaba sus coplas, y si por mala suerte se presentaba otro payador, enseguida se armaba un duelo verbal contestando con picardía o insolencia, y no era raro que alguno de los dos dijera: “Ya basta, ahijuna, vamos a ver quién toca mejor con el cuchillo”, y sacando el facón, con un revés de muñeca se ponía en guardia y empezaba la lucha”.
Jorge Luis Borges, en la Milonga de Albornoz, dice: “Se la tienen bien jurada/más de un taura y más de un pillo / en una esquina del Sur / lo está esperando un cuchillo/ no un cuchillo sino tres / antes de clarear el día/ se le vinieron encima / y el hombre se defendía…”.
LA NACION

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