¿Se puede leer hoy a Cortázar?

¿Se puede leer hoy a Cortázar?

Por Juan Manuel Bordón
Incluso después de muerto Julio Cortázar tiene gestos generosos. Eso se puede comprobar en su tumba en el cementerio parisino de Montparnasse, destino de visitantes pintorescos. Además de velas y flores, dicen que alrededor de la lápida del escritor se acumulan cartas de lectores, vasos de vino, libros envueltos en bolsas de supermercado, paquetes de yerba y un montón de cigarrillos Gauloises (la marca preferida de los personajes de “Rayuela”, claro) que según la leyenda terminan en los bolsillos de un par de mendigos que visitan la tumba regularmente.
Cortázar lleva treinta años enterrado ahí (murió en París el 12 de febrero de 1984) y este año se lo recordará con más ruido que el habitual porque el 26 de agosto se cumplen también cien años de su nacimiento en Bruselas, Bélgica. Los homenajes incluirán seminarios y conferencias en varios países del mundo, reediciones de sus libros, lanzamientos de rarezas inéditas como cartas o papeles que quedaron en poder de su albacea (y esposa), Aurora Bernárdez, así como la aparición de decenas de libros sobre su vida y su obra. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurrió hace algunos años con el centenario de Borges, el legado y la estatura del “otro” gran escritor argentino del siglo XX todavía está en discusión.
Los cuentos y novelas de Cortázar, considerados en su momento entre los más importantes de la literatura en castellano de todos los tiempos, suelen ser señalados como “lecturas de iniciación” (textos que fascinan a adolescentes pero se desinflan frente a un lector adulto) o como una obra que incorporó tantos giros y modas de su época (free-jazz, autopistas e “imaginación al poder”) que a la larga ha quedado vieja. Eso por no entrar en cuestiones como su descripción de los lectores Ingenuos como “lectores hembra”, un escupitajo en la cara de la corrección política de esta época.
A diferencia de Borges, protagonista de la vida cultural porteña y portador de un linaje que remontaba a varios héroes de la lucha por la Independencia, Cortázar siempre fue un escritor excéntrico, de ninguna parte. Nació en Bélgica, se crió en Banfleld, fue maestro de escuela en Chivilcoy y Bolívar y más tarde profesor universitario en Mendoza. En 1946 publicó su primer cuento, “Casa tomada”, en una revista que precisamente dirigía Borges. Y tras pasar unos años en Buenos Aires, en 1951 se instaló en París, donde vivió hasta su muerte.
El autor de novelas como “Los premios” (1960) es el único escritor argentino que suena entre los integrantes del boom latinoamericano junto a García Márquez, Vargas Llosa y compañía (todos unos cuantos años más jóvenes que él). Y de hecho, es uno de los pocos escritores de nuestro país que se veía a sí mismo como un escritor latinoamericano, etiqueta de la que los autores argentinos suelen desconfiar por considerarla una categoría artificial impuesta por la Vieja Europa.
En su libro “Cortázar por Buenos Aires, Buenos Aires por Cortázar” (Seix Barral), el periodista Diego Tomasi cuenta que tras abandonar la Argentina el escritor volvió siete veces a Buenos Aires. La última visita fue en diciembre de 1983, pocos meses antes de su muerte. Llegó casi para la asunción de Alfonsín. Era un Cortázar barbudo, en el filo de los 70 años, al que algunos taxistas porteños reconocían y no dejaban pagar el viaje. Sin embargo, la ilusión de reunirse con el presidente se frustró.
Hay dos versiones respecto de lo que pasó. Una dice que el pedido de entrevista se traspapeló en el caos previo a la asunción. La otra, más conspirativa, señala que los asesores de política internacional prefirieron evitar al encuentro entre el presidente post-dictadura y el escritor que defendía vehementemente la lucha armada de la revolución sandinista en Nicaragua. El 7 de diciembre de 1983, tres días antes de que Alfonsín recibiera el bastón de mando, Cortázar se fue de la Argentina para siempre. Y al parecer, dolido por el rechazo.

Lecturas
El trabajo de demolición del mito Cor¬tázar, dicen los que saben, empieza a mediados de la década del ’80 en las aulas de la Universidad de Buenos Aires. Y tema que ver con volver a leer sus libros separándolos del personaje público con aura de santo, que durante sus últimos años de vida había recorrido el mundo como un exponente del compromiso y la buena conciencia de Latinoamérica.
Un paso importante, en ese sentido, vino des¬de afuera. Juan Cruz Ruiz, periodista y escritor español, asumió como director de la editorial Alfaguara en los años ’90 y se planteó como primer objetivo volver a editar todos sus cuentos en dos volúmenes. “Cortázar estaba un poco olvi¬dado en el mundo de las librerías, incluso en la Argentina. Yo le dije a un compañero, ¿por qué Cortázar no está en las librerías cuando tenemos los derechos? Y el me contestó una cosa que me crispó los nervios. ‘Es que a Cortázar habría que traducirlo’. Entonces empecé una campaña que se llamaba ‘hay que leer a Cortázar, queremos tanto a Julio’, publicando sus cuentos completos”, contó Juan Cruz a NOTICIAS.
En su obra reunida, se aprecia a un escritor que podía hacer ficción a partir de casi cualquier anécdota, hasta de un pelo que se pierde en las cañerías de un edificio: para un relato como Torito” se metía en la cabeza de un boxeador, en “No se culpe a nadie” hablaba de los peligros mortales de ponerse un suéter y en cuentos como “Los venenos” usaba una invasión de hormigas como trasfondo para una romance pre-adolescente. También probó suerte con un recurso que lle¬varía a la perfección Borges, el de adaptar mitos y arquetipos clásicos en un contexto argentino. “Circe”, uno de los cuentos de su libro “Bestiario” (1951), es un buen ejemplo.
Sin embargo, esa aparente facilidad para narrar, incluso desde lo más insignificante, lo convirtió para algunos en un escritor que sorprende pero no resiste el paso del tiempo. En una entievista de 2004, en la que pronunció la célebre frase “el mejor Cortázar es un mal Borges”, César Aira parecía hablar de eso. “Cortázar es un caso especial para los argentinos, y no sólo para los argentinos, también para los latinoamericanos y quizás para los españoles, porque es el escritor de la iniciación, el de los adolescentes que se inician en la literatura y encuentran en él —y yo también lo encontré en su momento— el placer de la invención. Pero con el tiempo se me fue ca¬yendo. Hay algunos cuentos que están bien. El de los cuentos es el mejor Cortázar. O sea, un mal Borges, o mediano”, decía.
Ese mismo año, en el que se cumplía el 90 aniversario del nacimiento de Cortázar, el escri-tor y cineasta Eduardo Montes Bradley publicó “Cortázar sin barba”, una anti-biografía en la que intentaba revisar las partes menos simpáticas u opacas del mito Cortázar. El escritor Luis Chitarroni, uno de esos lectores que guarda en su memoria cada libro que tuvo delante, dice que esa biografía tenía la virtud de separarlo en dos personalidades: una era la del Cortázar sin barba, “intelectual argentino con admirable caligrafía de zurdo y pasión por copiar poemas franceses a profesoras de provincia, con su timidez y su altura hiperbólica”: la otra era el Cortázar con barba, un tipo “simpático y entrañable, el de una militancia de izquierda que como escritor lo afectó de muy mala manera, no porque pensara lo que pensaba, sino porque ayudó a que sus simpatizantes se alejaran de la literatura y dieran crédito a un hombre que hablaba y ofrecía la comodidad de conocerlo sin leerlo”, señala Chitarroni.
En 2014, Montes Bradley va a reeditar su biografía en una versión digital actualizada. Sin embargo, dice que aún quedan misterios en la vida de Cortázar. Uno es su partida de nacimiento, a la que no habrá acceso público hasta que se cumpla el centenario del nacimiento del autor, en agosto. “Su viuda pudo haberlo intentado, pero no parece interesarle. Me pregunto si acaso exista la posibilidad de que lo hubieran registrado como ciudadano alemán, teniendo en cuenta que las tropas del Kaiser ocupaban las calles de Bruselas”, cuenta a NOTICIAS.

Herencia
En cuanto a su legado, Montes Bradley está de acuerdo con los que lo ubican como un escritor que se Irá desvaneciendo. “Hace más de una década que digo que Cortázar no está llamado a perdurar fuera de aquello que concierne a la caracterización de una época. Tampoco creo que eso esté mal o sea un castigo. En algunos casos, la mejor literatura acaba convirtiéndose en canto popular. Yo creo que a él conviene leerlo con la ingenuidad de la adolescencia, después se hace mucho más difícil. Quizás a eso se refería Aira. Cortázar era ingenuo y quizá la literatura que producen los ingenuos está destinada a desaparecer ante la contundencia de un Borges”, señala el antibiógrafo.
Es cierto que había algo infantil en Cortázar. El mismo mencionaba que todas las mujeres que se habían enamorado de él (“le aseguro que no fueron pocas”, decía) habían visto en él algo de niño. Y ese componente también está detrás de algunos de sus mejores cuentos. La amenaza de aquello que está al otro lado de la puerta, literal en “Casa tomada” o como metáfora en “El perseguidor”, parece a veces una recreación del miedo de un chiquito al monstruo oculto en el armario o en el rincón oscuro de un salón de juego.
El español Caries Álvarez Garriga, encargado desde hace años de analizar y editar los papeles dispersos que Cortázar dejó sin publicar, plantea que de todas formas vincular una lectura a un determinado momento de la vida suele ser erró¬neo o irrelevante. “En España nos hicieron leer desde niños ‘El Quijote’, del cual poco provecho podíamos sacar sin apenas ninguna experiencia vital, mientras que Stevenson era considerado un autor poco recomendable para adultos por insuficiente. En el caso concreto de Cortázar, creo que sus cuentos pueden entenderse bastante bien de joven, Rayuelá en la adolescencia, y ’62/Modelo para armar’ o esa maravilla casi desconocida que es ‘Prosa del observatorio’, pueden apreciarse en su justa medida cuando uno ya lleva una biblioteca leída a las espaldas”.
Chitarronl, que ubica a “Las armas secretas” (1959) entre los grandes libros de la literatura argentina, dice que en la obra de Cortázar rescata su voluntad de “invadir territorios limítrofes como la poesía, la fotografía y la música”, un esfuerzo que pocos escritores actuales están dispuestos a hacer. Sin embargo, cree que lo que verdaderamente lo destaca es un ingrediente que no es¬tá ni en Borges ni en Bioy Casares: una cierta fuerza vital.
El poeta y novelista Fabián Casas parece ir en la misma línea. Cuenta que lo primero que conoció de Cortázar fueron los cuentos de “Bestiario”, que lo impactaron por su arquitectura fantástica, y más tarde “Rayuela”, una novela que leyó tantas veces que dejó de tener sentido. Para él, Cortázar era un virus del espacio exterior (“eso explica por qué su cara no envejecía) cuya “literatura tenía una promesa de felicidad que viene bien para los
inviernos duros”. Muchos, incluidos los mendigos de Montparnasse que todavía fuman a su costa, estarán de acuerdo en que no es poco agradecerle su generosidad. Esa capacidad para abrigar en sus lectores ciertos fríos del alma.
REVISTA NOTICIAS

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