“Mi apellido soy yo, aunque me llevó mucho tiempo entenderlo”

“Mi apellido soy yo, aunque me llevó mucho tiempo entenderlo”

Por Ivana Romero

Afirma que no quiso escribir sobre su historia, pero que no pudo evitarlo. Es nieto de H. G. Oesterheld. Su madre es Diana, una de las cuatro hijas desaparecidas del autor de El Eternauta. También desapareció su padre, Raúl Araldi. Abre la puerta. Tiene un gato enroscado sobre los hombros. Se trata de Emil, un siamés que mira a la visitante con sus ojos estrábicos, curiosos, sutilmente alertas. Fernando sube las escaleras con Emil convertido en una bufanda suave, color arena, en medio de una tarde de invierno. En el departamento espera Punkie. Durante la entrevista, ella –también siamesa, bastante más eléctrica que su par gatuno– se subirá a la mesa, husmeará las tazas de café y meterá la pata adentro de la azucarera. “Puede parecer que los cuido yo pero en realidad, ellos me cuidan a mí”, dice Fernando. Y se ríe. Y espera la primera pregunta. Y aclara que no, que no le interesa hacer de su apellido una carta de presentación de nada, que menos le interesa que su trabajo sea juzgado en función de la enorme obra que dejó su abuelo historietista y escritor. “Pero mi apellido soy yo. Me llevó tiempo entenderlo. Incluso al principio ni se me ocurría usarlo para firmar un libro. Pero ya está. Esos poemas son míos, ese que firma soy yo”, dice Fernando Araldi Oesterheld. Y sobre la mesa, escoltado por Punkie, está su primer libro: El sexo de las piedras. Editado por Mansalva, este volumen incluye dos libros que son, en realidad, un largo y único poema. Quien se asome a él, encontrará versos que quizás en principio resulten crípticos aunque a lo largo de las páginas –con espacios en blanco entre línea y línea– se van llenando de significados posibles. “Aquí se guarda el silencio”, advierte la primera frase. A partir de allí, Fernando implanta su voz (“si nadie habla nada crece”, dice otro verso). Pero también, exhuma las voces de sus personas amadas. En especial, la de su madre, Diana Oesterheld. Y la de su abuelo, Héctor Germán Oesterheld. Y es que por momentos Fernando no sólo interpela el espacio vacío dejado por ellos –desaparecidos durante la última dictadura cívico-militar– sino que también hace el trabajo inverso: les devuelve la voz. Y lo hace intercalando algunos textos escritos por Diana y por Germán. Así, en el espacio poético, los tres vuelven a estar juntos. “Yo venía haciendo cursos de fotografía artística hasta que me encontré con la poesía. Cuando empecé a escribir, largué todo lo demás. Esto ocurrió en 2010, poco antes de que el Equipo Argentino de Antropología Forense me dieta la noticia de que había encontrado los huesos de mi viejo”, cuenta Fernando. Su padre, Raúl Araldi, fue secuestrado y desaparecido en agosto de 1977 en Tucumán. Casi un año antes, el 26 de julio de 1976, en esa misma provincia una patota policial había hecho un operativo buscando a su madre. Diana logró escapar pero fue secuestrada a comienzos de agosto, a los 23 años. Desde entonces es poco lo que se sabe de ella y de sus tres hermanas, también desaparecidas. La policía dejó a Fernando en la Casa Cuna. Tenía poco más de un año. De ahí lograron rescatarlo los abuelos paternos, que lo llevaron donde vivían, en Pergamino, y se ocuparon de su crianza hasta que cumplió los 17. Ahora Fernando, junto a diversos organismos deDerechos Humanos, continúa buscando a su hermano o hermana pues al ser secuestrada, Diana estaba embarazada de seis meses. “Yo no quería escribir un libro donde se viera mi biografía pero al final, eso es imposible. Lo fui entendiendo un poco gracias al trabajo de terapia que fui haciendo entre el momento que recuperé los restos de mi papá y el momento donde lo enterramos, en abril de 2013, que coincide con la época donde terminé El sexo de las piedras”, continúa este chico, que a los 18 se vino a vivir a Buenos Aires y empezó a recuperar el vínculo con su abuela Elsa Sánchez de Oesterheld. Ahí, en la casa de ella, Fernando encontró los cuentos de su abuelo y los poemas de su madre, entre otros escritos familiares. Tendrían que pasar unos años hasta que decidiera usarlos como forma de intertextualidad con esa lengua poética que él mismo fue construyendo, primero en talleres coordinados por Florencia Abbadi y luego, en una clínica de obra que continúa realizando con Arturo Carrera, autor del exquisito prólogo del libro. “Con puntadas, con hilvanes, hilos y briznas de sentido progresa este llamamiento que es el poema El sexo de las piedras. Todas las imágenes de la noche, del silencio, de la muerte real y la pequeña muerte, el osario del sueño y el íncubo de los centros de reclusión y martirio parecen querer erguirse”, escribe Carrera. Y agrega más adelante: “A mi juicio, estas líneas que conforman un abigarrado poema autónomo y final, tienen el arte de la timopeia, es decir, de la emoción: sólo la emoción puede reanimar el recuerdo.” A contrapelo de cualquier intención mítica, Fernando dice que la caligrafía de su madre no era del todo buena. “Bah, era un desastre”, reconoce. “Hay muchas cartas y cuadernos cuyo contenido pude recuperar gracias a una amiga de ella, que le entiende la letra y me ha ido ‘traduciendo’ cosas. Menos mal que dejó muchos textos mecanografiados”, cuenta. Entre sus papeles, encontró versos como “se te quedó enganchado el barrilete en la cabeza cuando / aún eras un niño, / después creciste y el barrilete se incendió en tu pelo largo”. Y Fernando los incluyó entre los versos propios, con marcaciones sutiles que dan cuenta de un cambio de voz “pero sin notas al pie porque no hay nada más feo que un poema comentado, con notas, con cosas que joden la lectura”, dice. Cuando se le pregunta cuáles son sus poetas preferidos, empieza a mostrar libros que atesora en su biblioteca. Allí están, por ejemplo El mar de coral de Patti Smith y Poesía de Michel Houellebecq (“de él me leo todo lo que encuentro”). “Pero no creas que me gustan todos los ‘modernillos’ como dicen en Barcelona”, aclara luego de contar que también pasó una temporada ahí y en Alemania. Y cita a los franceses Ives Bonnefoy y Pierre Jean Jouve. Y a Girondo, Gelman, Juanele Ortiz “y Arturo, obviamente”, subraya. Dice que ya tiene listos tres libros de poemas más: “Dos tienen casi la misma estructura que éste. Pero el último que escribí, ya tiene menos espacios en blanco, menos silencios.”

FUENTE: TIEMPO ARGENTINO