Melián y los estribos

Melián y los estribos

Por Daniel Balmaceda
La campaña libertadora era un asunto muy serio y para San Martín era fundamental contar con los mejores hombres a su alrededor. Necesitaba jóvenes valientes en muy buen estado físico, intrépidos y, a la vez, disciplinados. El gran capitán era consciente de la importancia que tendría la disciplina militar en una campaña de largo aliento y, sobre todo, en cada metro cuadrado de un campo de batalla. Esa tarea resultaba muy compleja porque los bravos oficiales de San Martín no eran precisamente carmelitas descalzas. No caben dudas de que eran temperamentos difíciles de manejar y si se les aparecía algún jefe débil (que los hubo) se lo comían crudo y sin aderezos.
Lavalle, Dorrego, Aldao, Pedro Ramos, los Olazábal, Zapiola, Juan Apóstol Martínez, Brandsen, Isidoro Suárez y Necochea. Estos son apenas algunos de los nombres de la corajuda oficialidad que rodeaba al Libertador. Eran leones adentro y afuera del campo de combate. Es el turno de hablar de otro valentón del grupo: José Antonio Melián. En 1806, con 22 años, había enfrentado a los ingleses. Al año siguiente, en la Defensa, fue uno de los más destacados por su audacia. Su vocación militar no lo abandonaría nunca más. Fue con Belgrano a Paraguay y con Rondeau a la Banda Oriental. Peleó en todos los frentes y en 1815 fue convocado para mandar un escuadrón del exquisito Regimiento de Granaderos a Caballo. Marchó a Mendoza, a colaborar en los preparativos de la gran campaña.
A poco de arribar ya se había trenzado en duelo con Manuel de Olazábal, en uno de los tantos encontronazos de los héroes que en el momento de combatir al enemigo olvidaban sus recelos. Más allá de aquella rencilla, Melián tenía una costumbre muy criolla, aprendida en su niñez, en la estancia de los Correa, su familia materna: la de despreciar los estribos. Trepaba al caballo de un salto, cruzaba los estribos en la cruz del animal para que no lo estorbaran y galopaba de manera desaforada. San Martín desaprobaba esta conducta y lo reprendió en forma tajante cuando Melián partía con su escuadrón, nada menos que para hacer el reconocimiento de la cuesta de Chacabuco. Le anunció que al regresar debería cumplir un arresto de 15 días. Pero el inminente choque con los realistas obligó a dejar en suspenso el castigo. En Chacabuco, José Antonio Melián y sus granaderos tuvieron un papel importantísimo, ya que debieron desmontar y sostener a pie un desigual combate con la caballería enemiga, luego de que O’Higgins cometiera un error, al atacar antes de tiempo. Por la bravura con que se manejó y su valerosa acción en aquel momento crucial, Melián fue llamado por San Martín, quien le levantó el arresto por el tema de los estribos. Además le regaló los que él mismo había usado en 1808, cuando integró las filas españolas en la decisiva batalla de Bailen.
Melián tuvo oportunidad de usar el regalo de su jefe en la decisiva batalla de Maipú, escenario donde volvió a destacarse por su arrojo.
LA NACION