“Luché toda la vida por mi identidad”

“Luché toda la vida por mi identidad”

Por Daniel Enzetti
Supe quién soy recién a los 7 años”, dice. Y uno no descubre nada raro en la confesión. Después de todo, la mayoría de los chicos, cuando llegan a esa edad, empiezan a tener idea de ser personas con identidad, y con un nombre que los distingue. No era su caso. Cuando tenía 3 años, su padre, el histórico militante peronista Felipe Vallese, fue secuestrado en 1962 junto con varios familiares y amigos. Entre ellos, Elbia De la Peña, que lo adoptó y le dio su apellido. Desde ese momento, Eduardo De la Peña batalló para que en su documento figurara “Vallese”. Y lo logró.
–¿Cómo se descubrió a usted mismo?
–Un día, a los 5 años, estaba jugando y abrí un mueble lleno de fotos, volantes y artículos periodísticos sobre Felipe Vallese. Y la cabeza me dio un vuelco. En mi vida pasaban cosas raras. No tenía padre, pero no sabía por qué. En las reuniones del colegio, cuando me preguntaban dónde estaba, mentía y contaba que era piloto de avión y, por su trabajo, no lo veía nunca. Seguí averiguando por qué había tantas cosas de ese hombre, hasta que dos años después, la encaré a mi mamá y le pedí que me contara quién era mi viejo.
–¿Elbia también le contó sobre ella, y lo que había pasado?
–Sí, por supuesto. Yo decía que era psicóloga. En realidad, tiraba las cartas del tarot, pero en mi mente infantil, viendo que les hablaba a todos y la gente se iba contenta de mi casa, eso era psicología (se ríe). Me explicó que era compañera de militancia de mi viejo; que a él, por razones políticas, lo había detenido la policía; y que ella me adoptó y me inscribió con su apellido, para que no quedara solo. Falleció cuando cumplí 13 años.
–¿Cómo manejó ser hijo de alguien tan conocido y respetado dentro de la política?
–Fui entendiendo la dimensión de Felipe Vallese con el tiempo, tratando de dominar el miedo, porque la secundaria coincidió con la dictadura militar. Tenía que lidiar con mi crisis personal, la de no conocer a mi madre biológica. Más allá de mis esfuerzos personales, sentía que había herramientas para eso que no estaban a mi alcance.
–¿Cuáles?
–Las que comenzó a brindar el Estado a partir de 2003. La identidad de uno, algo que parece tan simple, no depende sólo del trabajo propio. Si no hay condiciones generales que contribuyan a buscarla, si no hay políticas de Estado en ese sentido, no podemos hacer nada. Ver que se hablaba de dictaduras, de represores, de secuestros de bebés, me animó a moverme más rápido.
–¿Cuándo se enteró de lo ocurrido con su madre biológica, a la que nunca pudo conocer?
–Nací de una relación que mi viejo tuvo con una chica de 16 años, que vivía en Belgrano y era de familia militar. Sus padres reaccionaron muy mal. Era toda una afrenta que la chica se hubiera enganchado con un peronista, y encima, con lo que significaba un embarazo fuera del matrimonio en esa época. Aparentemente la obligaron a viajar a Estados Unidos. Nunca más la vi, ni supe jamás su nombre.
–¿Y Felipe?
–Me reclamó, por supuesto, y me llevó a vivir con él. Hasta que, a mis 3 años, lo secuestraron.
–¿Siente que Elbia le podría haber contado un poco más?
–A mi mamá, porque fue eso, mi madre, la quise muchísimo, y no le reclamo nada.
–Imagino que ella también lo quería mucho. Después de todo, se la jugó y pudo inscribirlo con su propio apellido.
–Es algo que nunca voy a olvidar mientras viva. Luego del secuestro de mi viejo, a mí me encerraron durante dos años en un colegio pupilo. Y Elbia, ante el juez, logró inventar una partida de nacimiento que dijera “Eduardo De la Peña”. Me rescató gracias a eso.
–Cuénteme qué pasó para que hoy su documento diga “Eduardo Felipe Luis Vallese”.
–Es la última pelea ganada. Cuando entré a trabajar en la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, su secretario, Eduardo Luis Duhalde, me prometió que el organismo se presentaría ante la justicia para que me dieran mi propia identidad. Conseguí testigos, mostré fotos, hasta una tarjetita de bautismo. Me pasé la vida luchando por mi identidad, pero ya tengo mi nuevo DNI. Aunque me quedó un deseo incumplido.
–¿Cuál?
–Que el documento me lo entregue Cristina, la presidenta. Sería todo un símbolo, el homenaje que me gustaría brindar a mi viejo, por su lucha y su conducta. Y un regalo que también quiero darle a mi hija Nayla Ayelén.
LA NACION