La leyenda que atesora el cerro Champaquí

La leyenda que atesora el cerro Champaquí

Por Pablo Emilio Palermo
Ubicada en el límite occidental de Córdoba, la Sierra Grande presenta el cerro más alto de la Provincia: el Champaquí, de 2790 metros. Los valles de Punilla y de Calamuchita separan a aquella cadena de la Sierra Chica. Los paisanos llaman “pampilla” al altiplano que corona el cerro, cerca del cual existe una laguna circular. En su obra Caminos argentinos (1940), el destacado novelista riojano César Carrizo (1889-1950), relata una poética ascensión al monte en compañía de don Rosendo de Tejeda y Cabrera: “Pastores como en los tiempos de Abraham; vaque¬ros que arrean su ganado; mujeres de ojos negros y trenza larga, que muy bien las habría captado el Marqués de Santillana para una de sus serranillas; cazadores de leones que corretean a través de las escarpas, seguidos de su jau¬ría, y labradores que siembran sus predios, nos saludan con el sombrero en la mano”. El mismo dueño de la majada se ofreció para prepararles un cabrito asado. Se trataba de un pastor bien entrado en los cincuenta, de rostro moreno y manos velludas, que jamás había descendido a la ciudad ni pensaba hacerlo. “Mis pagos son estos”, sentenció. “Aquí soy feliz, me conservo bueno y sano como un toro huaso. Y allá abajo, cuentan que la gente muere antes de tiempo por las muchas enfermedades y vicios”.
Aquel habitante del Champaquí se negó a cobrar el asadoy la leche. “Aquí la damos como seda Tagua, como se da la miel”. Para aquel noble criollo sólo valía la amistad.”En estos campos fieros, en estas soledades, ¿qué hace usté con la plata? Nada. En cambio, con la amiganza de ley todo anda derecho.” La amistad y el querer, se corrigió. ya que mucha falta hacía una compañera: “¡Y cómo se quieren la mujer y el hombre en estos cerros!”
El paisano accedió a acompañar a aquellos viajeros hasta la laguna, espejo azul que, según Carrizo, reflejaba el cobalto de la montaña y la turquesa del cielo. Antes de marchar ordenó al perro que llevase la majada al redil. El animal obedeció los silbidos de su amo y el dócil ganado fue conducido hasta el aprisco.
Los moradores de la región creen en una leyenda, la historia de una bellísima mujer que llega por las tardes y abandona la laguna en horas de la noche para ascender al cielo con la luz de la primera estrella. Su descripción es exquisita: cabellera rubia y fluvial, manos blancas, rostro de nácar. Más de una vez la vieron los arrieros, los pastores y las mozas. Un hombre de ciencia, aunque también poeta, morador en Santa Rosa de Calamuchita, en vano la esperó día tras día. “¡Ya lo sé!, se dijo en su inquietud y desengaño. La criatura inhallable es el símbolo de la verdad y de la belleza: la verdad y la belleza que aparecen de súbito, en un momento de intuición en la senda del sabio y del artista, cuando menos se piensa”.
Don Rosendo de Tejeda y Cabrera y sus amigos descendieron por la cuesta al día siguiente. En el Champaquí quedáronlos pastores, los arrieros y los cazadores. Ninguno de ellos quiso bajar ni entrar en la ciudad. Las palabras del pastor de rostro moreno resonaban aún en aquellos expedicionarios: “Aquí soy feliz, me conservo bueno y sano como un toro huaso”.
LA NACION