La era de la disrupción: la nueva palabra de moda en el mundo de las ideas

La era de la disrupción: la nueva palabra de moda en el mundo de las ideas

Por Sebastián Campanario
En esta temporada no hay ninguna palabra más utilizada en artículos de economía y negocios que “disrupción”y sus derivados. El autor más citado en este campo es el profesor de Harvard Clayton Christensen, que en 1997 escribió El dilema del innovador, en el cual sentó las bases para un enfoque sobre aquellos campos de negocios “desafiados” por una nueva tecnología o por una modificación radical en el paradigma de comercialización, que provoca un cambio sistémico, como ocurrió con la aparición de iTunes en el sector de la música, o con South West en el segmento de las aerolíneas. “Desde entonces, todo estamos disrumpiendo o siendo disrumpidos”, se burló en un artículo del último número del New Yorker la historiadora de Harvard Jill Lepore, quien emprendió contra esta moda y su retórica repleta de alusiones a las catástrofes naturales: “Tsunami disruptivo”, “Big Bang de disrupción”, “Disrupción devastadora”, “Tormenta perfecta”.
“Lepore se esfuerza por ridiculizar -sin éxito- la perspectiva, más que la teoría, de las innovaciones disruptivas. Pero creo que el enfoque de Christensen, más allá de algunos errores, sigue siendo válido”, explica Agustín Campero, un economista especializa¬do en temas de innovación y avance científico. Campero, además, es un cinéfilo y reconoce que el cine catástrofe y el de ciencia ficción es un buen resonador de estas líneas de discusión en boga “Películas como las de Steven Spielberg, Inteligencia artificial, Volver al futuro o Sentencia previa son ejemplos de cómo una innovación disruptiva puede cambiar tanto la vida en una sociedad”, agrega Campero.
La teoría de la disrupción reconoce un antecedente en los prime¬ros escritos de Joseph Schumpeter, de 1939, sobre el ciclo de negocios y la denominada destrucción creati¬va. “Así como el siglo XVIII abrazó la noción de progreso, el XIX la de evolución y el XX la de crecimiento e innovación, este siglo arranca con una era de disrupción que tiene sus raíces en una profunda ansiedad sobre la fragilidad de los mercados financieros, un miedo al apocalipsis y evidencia muy dudosa para sostener todo esto”, provoca Lepore.
La profesora de Historia se suma a un pelotón de economistas que comenzaron a atacar las ideas de Christensen porque representan una colección de casos dudosos, a veces con errores o surgidos de fuentes cuestionables. Por ejemplo, el gurú se extiende en sus escritos sobre una empresa que lideró la transición de motores mecánicos a electrónicos, Alien Bradley Company, y para eso se basa en la historia contada en un libro corporativo, con edición pagada por la propia compañía, El legado de Bradley. “Es como decir que un actor es el mayor talento de su generación luego de entrevistar a su publicista”, dispara Lepore, quien también se queja de los “argumentos circulares” de Christensen y de su pretensión sobre el poder predictivo de la teoría de la disrupción.
Es que aquí el gurú de la innovación tiene dos muertos en el placard difíciles de ocultar. Uno es su famosa predicción de que el iPhone fracasa¬ría. Y otro es un fondo de inversión creado con un socio a principios de
la década pasada, The Disruptíon Fund, que fue un ñasco y terminó siendo liquidado con un 64% de pérdida para los inversores. “Sólo presté mi nombre, no tuve nada que ver con el management de ese fondo”, se ex-cuso Christensen, dos semanas atrás, en una entrevista que concedió para responder a los ataques de Lepore. En un artículo titulado “Dejemos todos de decir la palabra «disrupción» a partir de ahora”, el escritor y bloguero especializado en temas de negocios y tecnología Kevin Roose marca un par de puntos interesantes en esta discusión. Por un lado, como la idea está de moda, es políticamente incorrecto oponerse a cualquier avance disruptivo, a riesgo de quedar como retrógrado. “El problema es que hay veces en que uno puede oponerse a determinada disrupción por razones válidas -sostiene Roose-. Pero es difícil plantear cualquier disidencia con «lo nuevo» sin ser tildado de cavernícola.”
El otro punto es que toda la teoría de Christensen fue desarrollada en el ámbito de los negocios, con evidencia que supuestamente respalda la idea de “lanzarse a disrumpir” en el mundo de las empresas. Pero como la idea se popularizó, otras instituciones, para las cuales las leyes de oferta y demanda del mercado no rigen en forma pura, también se largaron a nombrar “directores de innovación” para no perder el tren. “Los hospitales, los colegios, las universidades tienen obligaciones con sus alumnos y con sus pacientes, deben tener mucho cuidado de aplicar estas conclusiones sin beneficio de inventario”, advierte Roose.
Para Campero, las críticas son sobre cuestiones laterales del debate: el núcleo de la descripción del proceso que estamos viviendo sigue siendo válido: “La competitividad sostenida y de largo plazo de los países se basa en su capacidad de innovación”, de eso no hay dudas. Lo cual no significa que sea optimista con los cambios sociales que estos fenómenos implicarán. Volviendo al cine catástrofe, la primera película que se le viene a la cabeza para hacer un pronóstico a 500 años es La idiocracia, de Mike Judge: “Si no hacemos algo, estamos condenados a un futuro del tipo La idiocracia, donde los edificios se caen y son atados con alambre. El alimento es la comida chatarra. Los intelectuales son despreciados. No se cuida el medio ambiente. El presidente es un actor pomo y se riegan las plantas con Gatorade. Consecuencia: no crecen ni frutos ni vegetales. Todas las innovaciones llevan, finalmente, aun mundo peor.Toda una controversia respecto del evolucionismo económico, que tiene puntos de contacto con la visión de las innovaciones disruptivas”.
En la década del 90, el personaje de historieta Dilbert y sus compañeros de oficina se burlaban de su jefe: cuando éste los convocaba a una reunión, llevaban una suerte de lotería y tachaban los lugares comunes que pronunciaba el mánager (“sinergia”, “empowerment”, etc.). Una actualización de la tira debería sumar la palabra de moda, que fue repetida (con sus derivados) unas 20 veces en este artículo: “disrupción”. ¡Bingo!»
LA NACION