El olvido que seremos

El olvido que seremos

Por Ezequiel Fernández Moores
Los primeros títulos oficialmente tramposos, las medallas olímpicas ganadas en los años 70 por las nadadoras dopadas de la ex Alemania Oriental, fueron reclamados veinte años después desde Estados Unidos. El reclamo fue rechazado. Las autoridades sugirieron que si bien el Muro cayó sólo de un lado, el doping, en realidad, era masivo, y decidieron que el medallero no debía tocarse. Hace unos años, medios de Estados Unidos comenzaron a ponerles asteriscos a los récords de jonrones porque los beisbolistas, según se supo luego, competían cargados de anabólicos. Se aceptaba el récord porque no había modo de volver atrás. Pero el asterisco equivalía a decir que había sido logrado con “trampa”. Lo mismo hicieron algunos medios con los casi 200 récords mundiales anotados por la natación en menos de dos años, favorecidos por el uso de unos polémicos bañadores plásticos, que finalmente fueron prohibidos en 2010. En Italia, Juventus mantiene sus 32 títulos de Liga, pese a que la Federación le quitó por corrupción los de 2005 y 2006. La Unión Ciclista Internacional (UCI) decide este viernes a quién asignarle los siete Tours de Francia (de 1999 a 2005) que le quitó el lunes a Lance Armstrong, por doping. La credibilidad del deporte está en crisis. El diario El País se preguntó ayer sin eufemismos: “¿Qué se hace con la historia?”.
En Bogotá, donde permanecí estos últimos días, se produjo el último mes un debate similar. Felipe Gaitán, economista de la prestigiosa Universidad de los Andes elegido presidente del Millonarios por la SA dueña de uno de los equipos más populares del fútbol colombiano, sugirió que el club podría evaluar la devolución de los dos títulos de Liga que ganó en medio de escándalos en 1987 y 1988 porque en ese período la institución estaba en poder de Gonzalo Rodríguez Gacha, “El Mexicano”, N° 2 del cartel de Medellín. Fidel Cano Correa, actual director de El Espectador, recuerda, entre otros, un clásico decisivo contra Santa Fe, con un penal fallado por el argentino Jorge Taverna y supuestas peleas posteriores en el vestuario. Millonarios, que ganó 1-0, tenía un equipazo y a su técnico, Luis “Chiqui” García, le decían Luis “Cheque” García. Rodolfo Bello, que cubría partidos con Cano en aquellos años calientes de narcofútbol, me recuerda el clásico del campeonato siguiente, en el que Millonarios fue beneficiado con un penal en el minuto 89 por una falta cometida por lo menos tres metros fuera del área. El argentino Mario Vanemerak anotó el 2-1 y unas fechas después Millonarios volvió a consagrarse campeón. Fue su decimotercera y última corona. “A Millonarios -me cuenta un amigo en Bogotá- le dicen San Victorino, porque de la 12 a la 13 todo es robado”. En San Victorino, un sector popular de Bogotá, ubicado entre las calles 12 y 13, se vende mucho contrabando.
Gaitán, que debió hablar del tema después de una filtración y fue apurado por un periodista político, no tocó más el asunto tras las críticas masivas de viejos jugadores y de los hinchas. “La propuesta es inviable por cómo somos acá y porque es difícil cambiar la historia”, me dice el colega Nicolás Samper. “Yo tenía 13 años y celebré como nadie esos títulos, pero ahora soy grande, no puedo tapar el sol con una mano y es interesante que el fútbol abra un debate ético”, antes, incluso, que la política y la economía, también alimentadas en aquellos años por dineros narcos. “La idea de Millonarios -escribió el conocido crítico de TV Omar Rincón- es sublime: si devolvemos los títulos, nos lavamos del narco que llevamos en el alma.” Rincón ironizó que casi no quedaría en la TV “actriz, actor, periodista o presentadora” si se decidiera sacar de la pantalla a quienes se hayan aplicado “narcosiliconas”. Lo mismo, dicen otros, sucedería con los “narcorealities”, las “narconoticias”, la “narcopolítica”, la “narcoguerrilla”, el “narcoparamilitarismo”, la “narcomúsica”, las “narco-Miss Colombia”, las “narcolimosnas” de la Iglesia, las “narcocampañas presidenciales”, los “narcojueces” y los “narcopolicías”. Y también con las “narconovelas” de la TV. Primero fueron El Cartel de los Sapos, Sin tetas no hay paraíso, El Capo y Las muñecas de la mafia. El rating de la TV explota ahora con Escobar, el patrón del mal y El Capo 2. Los narcos roban y matan, pero las novelas los presentan con un seductor aire de Robin Hood. “Mejor «dejemos así», porque si nos ponemos a lavar nuestra alma del narco nos quedamos sin televisión, y eso sí sería una lástima”, escribió Rincón.
Millonarios, el mismo club del invencible “Ballet Azul” de los 50 con Alfredo Di Stéfano, Néstor “Pipo” Rossi y Adolfo Pedernera, que le ganó al Real Madrid en el Bernabéu y que hoy lidera el campeonato colombiano, cayó en manos de Rodríguez Gacha, a través de testaferros, porque el narco quería darle un gusto a Freddy, su hijo, ambos muertos por la policía en 1989. El plantel, se cuenta, visitaba su finca de Pacho, que tenía grifos de oro, para jugar al fútbol, o disfrutar noches largas, que el patrón reavivaba a los tiros. Pero sus hinchas rechazan de cuajo la posible devolución de títulos narcos. Al rival América de Cali, ironizan, le quedaría “sólo el escudo” si sus actuales dirigentes también decidieran devolver los 9 (sobre un total de 13) títulos ganados en tiempos de los hermanos Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela.
¿Y el Nacional de Pablo Escobar, primer campeón colombiano de la Libertadores en 1989? Sus partidos de cuartos de final contra Millonarios, al que no le sancionaron dos claros penales, incluían un museo de armas en los palcos. ¿Y el propio Santa Fe protegido por Fanor Arizabaleta, otro capo en esos años de narcofútbol y árbitros asesinados, como sucedió con Álvaro Ortega en 1989? En Colombia, donde gobierno y guerrilla iniciaron estos días una nueva ronda de diálogo para poner fin a décadas de violencia, algunos políticos se declararon entusiasmados con la posibilidad de que Millonarios devuelva los títulos. “Gesto histórico”, “gran lección”, dijeron a la prensa.
El deporte, que siempre ha sido una formidable caja de resonancia, debate ahora por el caso Armstrong hasta dónde investigar trampas pasadas con los métodos más sofisticados de hoy. La Usada, la agencia antidoping de Estados Unidos que desnudó la estafa de Armstrong, habla de crear una Comisión de Verdad y Reconciliación que permita confesiones y amnistías y así poner fin a la era del ciclismo dopado. El sistema pareció aludir a Sudáfrica, que puso fin al apartheid escuchando miles de denuncias de las víctimas, aunque sin reparación a través de condenas judiciales. ¿A quién reparar si en el Tour “corrían todos dopados”, como dijo ayer John Fahey, presidente de la Agencia Mundial Antidoping (WADA)? ¿Millonarios puede plantearse devolver sus títulos de campeón colombiano prescindiendo de lo que decidan hacer América o Nacional? ¿Cómo cancelar títulos, récords, medallas y goles tramposos? Tratándose del deporte, muchos preferirían seguramente ceder a la “embriaguez del olvido”. A eso se resiste el hermoso libro que me traje de Bogotá. El escritor Héctor Abad Faciolince recuerda a su padre médico, un infatigable luchador social asesinado por un sicario en 1987 en Medellín. Desechó el suicidio y eligió escribir para recordar. “Evitar que la historia se haga añicos en el muro del olvido-” El libro tiene un título imposible para cualquier ídolo o hazaña deportiva, tramposa o no. Se llama El olvido que seremos.
LA NACION