Como un manantial

Como un manantial

Por Luis Aubele
Kabbalah no es algo oscuro, oculto, es una manera práctica de hacer cambios profundos en nuestra vida. Sobre todo, para aquellas personas que entienden que en ese cambio la clave es la transformación personal. Pero cuando alguien está buscando que las cosas cambien desde afuera sin que uno haga el menor esfuerzo, obviamente no tiene mucho sentido estudiar la kabbalah”, reflexiona el maestro de kabbalah David Benzaquen, residente en Panamá y de paso por Buenos Aires.
Tener un recipiente. “Lo primero que se necesita es estar sediento. Porque para mí kabbalah es como un manantial, como agua en el desierto. Pero si no se tiene un recipiente, un vaso, para contener esa agua, es una frustración tanto para quien la quiere compartir como para el que quiere recibir el agua. Entonces, hay que tener una vasija, un deseo, querer aprender”, aclara.
Buenas decisiones. Para el maestro, todos quieren ser felices, pero no tienen la sabiduría ni las herramientas para lograrlo, y ésa es su mayor frustración en la vida. “Kabbalah sostiene que existe un orden divino y que la frustración y el desorden que uno experimenta es consecuencia de malas decisiones. La gente tiene buenas intenciones pero no necesariamente toma buenas decisiones. Esto es fundamental: la buena intención debe ir acompañada por decisiones sabias”.
A todos por igual. El mundo está ordenado por reglas precisas e ineludibles. Por ejemplo, la ley de la gravedad. Si cinco personas, una judía, otra cristiana, una musulmana, otra budista y hasta una agnóstica caen de un quinto piso, inevitablemente se van a estrellar contra el suelo. La ley de gravedad afecta por igual a todas las personas. “Las leyes que propone kabbalah son leyes espirituales que también afectan a todas las personas. Todos quieren ser felices, pero muchas veces sin darse cuenta, sin saber, transgreden las leyes espirituales. Un ejemplo práctico es la ley del amor, la ley del dar.”
Más es más. Todos quieren recibir, ser felices, ser respetados, estimados. “Kabbalah viene de la palabra hebrea lekavel, dar, Pero la paradoja es que para recibir hay que compartir, cuando más se comparte más amor se recibe. Por ejemplo, cuanto más se quiere a los hijos, más amor se recibe de ellos. Lo mismo en el trabajo. Uno puede ir a trabajar, como una obligación que se hace mecánicamente sin alegría. Pero, tambiém se lo puede tomar como una forma de crecimiento, de crear una nueva energía, de imaginar un mundo mejor. Si uno no puede dar tampoco tiene que esperar nada de la vida. Si quiere ser feliz con su pareja debe dar, compartir”, sostiene Benzaquen.
Hombre cocreador. “Se vive una época donde hay mucha inseguridad y mucha incertidumbre. Sin embargo, para los kabalistas los tiempos de incertidumbre son muy importantes, constituyen un desafío. Significan un reto, una tarea a realizar, porque desde la creación el hombre no logró encontrar un orden en la vida. Dios no es un padre cruel, resentido y castigador; uno está acá no para morir sino para desarrollar su aspecto divino y una parte importante de su aspecto divino es ser cocreadores, continuar la magnífica obra de Dios”, señala. “Dios le da al hombre el poder de crear su propia realidad. Esto es algo que uno tiene que tener siempre muy presente. Si uno tiene un entredicho con su mujer, está enojado por algo que dijo o hizo, se le abren dos caminos. Uno, el reconciliarse, perdonarla, abrazarla y superar la situación a través del amor. O bien, confrontar, agravar el conflicto hasta hacerlo interminable. Uno elige.”
Problemas y desafíos. Buena parte de la gente que Benzaquen trata a diario cree que si no tuviera problemas sería más feliz. “Pero si uno observa con atención verá que en la vida la felicidad depende de los problemas y los desafíos. Porque enfrentar y resolver desafíos hace crecer, lo vuelve a uno real y se acerca a alcanzar la plenitud como seres humanos. Dios, o el universo, como uno quiera llamarlo presenta problemas para que cada uno pueda sacar, hacer realidad, lo mejor de sí”, concluye el maestro kabalista.

VIAJERO
David Benzaquen nació en Buenos Aires en 1978. A los 12 años se trasladó a Chile con su familia. A los 23, decidió dedicar su vida a aprender y a enseñar kabbalah, por lo que se trasladó a Los Angeles en donde estudió con el rabino Berg y sus hijos Yehuda y Mijael, actuales directores del Centro de Kabbalah Internacional. En los últimos 10 años, viajó por Latinoamérica con su mujer, Tziporah, y dictó seminarios en los Centros de Kabbalah. En 2010 se trasladó a Panamá, donde abrió el Centro de Kabbalah de Panamá.

AUTOTRANSFORMACIÓN
“Hoy en día, acercarse a la kabbalah no significa necesariamente aspirar a ser un gran erudito como los maestros de antaño. Al menos en el centro donde yo soy maestro tenemos un formato muy práctico, pensado para el hombre y la mujer contemporáneos que no tienen tiempo, deben trabajar y están agobiados con el día a día. Un formato de autoconocimiento con herramientas ágiles y muy prácticas para la transformación.”
LA NACION

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