Cómo iniciar a los chicos en la cultura: la sensibilidad despierta

Cómo iniciar a los chicos en la cultura: la sensibilidad despierta

Por Natalia Blanc

En 2004, Daniel Barenboim fundó en Berlín un jardín de infantes musical. Diez años después, el ochenta por ciento de los alumnos que iniciaron su formación cultural en esa institución sigue vinculado con la música. Para el director de la West-Eastern Divan Orchestra, el camino ideal para que los niños aprendan a apreciar obras musicales es “lograr una revolución en la educación”. En una entrevista reciente publicada en LA NACION, Barenboim declaró: “No es normal que los chicos aprendan en la escuela literatura, biología, matemática y nada de música. La idea no es que se vuelvan ejecutantes, sino que conozcan algo de la música. Esto sería un gran progreso para la humanidad. La música no es apenas algo que da goce, se aprende también mucho de ella. La música entra al cuerpo por el oído […]. Después, nos olvidamos por completo de educar el oído. Y el oído sirve para la memoria y da un contenido emocional, lo que mejora la calidad de vida. Así que no es una cosa de lujo ni elitista”. La teoría de Barenboim podría aplicarse a la iniciación cultural en disciplinas como arte, literatura, teatro, cine, filosofía, ciencia. Guiar a los chicos en ese camino y acompañarlos en las diferentes etapas y experiencias es tarea de los padres o de los adultos a cargo de la educación. En ese punto, la cuestión crucial es cómo hacerlo, por dónde empezar, con qué obras o autores. Se abre, entonces, un universo de posibilidades. Por pedido de adncultura, una serie de prestigiosos artistas como la pianista Lyl Tiempo, la autora e ilustradora de libros infantiles Isol, el director de teatro y fundador del grupo La Galera Encantada, Héctor Presa, y docentes de talleres de diversos géneros artísticos ofrecen pistas y testimonios personales sobre esta compleja cuestión. “Cuando yo era niña, iba a una escuela del Estado donde teníamos una materia que se llamaba Música. Cada profesor le imprimía una tendencia diferente, pero en general se trataba de aprender las canciones patrias y el Himno; o sea que la clase se transformaba en un coro. En el colegio secundario, en el Liceo 1 de la avenida Santa Fe, también tuve Música como materia y allí consistía en aprender solfeando algunas canciones, a lo que se sumaba algo sobre la vida y obra de los grandes compositores -cuenta Lyl Tiempo-. Dediqué la mayor parte de mi vida a tratar de descubrir cómo introducir la música en el mundo infantil para enriquecer en todos los planos posibles a esos pequeños seres tan ávidamente receptivos; pude comprobar que la mejor manera es a través de la educación del oído y el desarrollo de la sensibilidad en las primeras etapas, para ir incorporando poco a poco los diferentes aspectos intelectuales, de acuerdo con la edad y las capacidades de los niños.” La pianista argentina, madre de los músicos Sergio Tiempo y Karin Lechner, es autora de El libro de Lyl, extraordinario manual para enseñar piano a los más pequeños. La obra es, según escribió Martha Argerich, “una gran inspiración para los niños y para los maestros”. Al igual que Barenboim, Tiempo considera que los chicos deberían escuchar música “desde antes de nacer”. “Empaparlos en la buena música es mi premisa. Creo que si la mamá escucha o toca música durante su embarazo, estará nutriendo el oído y la sensibilidad de su hijo, a la vez que los suyos propios […]. Si el niño escucha música desde que es pequeñito, hay buenas chances, estoy segura, de que se sienta inclinado a cantar y luego a tocar algún instrumento, siempre que en su entorno se le facilite la posibilidad. Toda estimulación bien orientada propiciará el desarrollo de un niño musical, un ser infinitamente enriquecido para la vida en todos sus aspectos.” Tiempo se refiere a piezas de compositores clásicos (“La recomiendo con la certeza de que es una música que ayudará a una integración de gran riqueza”) y cuando se le pide ejemplos puntuales menciona los conciertos para piano y orquesta y las sinfonías de Mozart “para que los niños se sientan felices a la hora de almorzar o de comer”. “Cuando ponen los bebés a dormir, me gusta imaginarlos, por ejemplo, escuchando la Séptima sinfonía de Beethoven o los Conciertos brandeburgueses de Bach. Algunos bebés disfrutarían mucho de los Preludios para piano de Debussy y probablemente algunas mamás preferirían la cuerda del chelo o del violín. No debería faltar el Concierto para clarinete de Mozart, que es una belleza particular y que los niños adoran.” Claro que, además de música clásica, también se puede estimular el oído de los chicos con otros géneros. En el espectáculo Un paseo por el mundo, dirigido por Héctor Presa, la Camerata Bariloche propone al público infantil un acercamiento a ritmos de diversos países y épocas. La trama es sencilla: una familia sueña con unas vacaciones especiales. Pero no se ponen de acuerdo con el destino porque padre, madre e hijos prefieren visitar lugares distintos. A partir de esa situación comienza un recorrido musical de lo más variado, con fragmentos de: Las cuatro estaciones, de Vivaldi, el Concierto brandeburgués n° 3, de Bach; Carmen, de Bizet, La Traviata, de Verdi; “Libertango”, de Astor Piazzolla, y “Yesterday”, de los Beatles. Estrenado este año, Un paseo… tiene puntos en común con La vuelta al mundo en un violín, concierto didáctico para grandes y chicos dirigido por Sergio Feferovich. Una orquesta de cuerdas interpreta piezas de compositores de Inglaterra, Hungría, Austria, Francia, Grecia, Estados Unidos, China, Brasil y la Argentina. La función comienza con una presentación de los instrumentos y los músicos, quienes invitan al público a participar del show. Heredero de Hugo Midón, en cuanto a la calidad de las obras que escribe y dirige hace treinta y cinco años, Presa ofrece en su teatro de Palermo adaptaciones de clásicos de Shakespeare y Chéjov y de historias infantiles tradicionales como las de Caperucita Roja, Pinocho y Cenicienta. Alicia Rock, por ejemplo, es una versión de Alicia en el país de las maravillas, con música de Litto Nebbia. Y en obras como Locas canciones para mirar, María Elena y El último tranvía rinde homenaje a María Elena Walsh. Presa recordó una anécdota que protagonizó con Piazzolla en los años ochenta, cuando fue convocado como director teatral para participar de los festejos por los 400 años de la ciudad de Buenos Aires. Con la idea de montar un espectáculo infantil, Piedra libre para mi ciudad, con temas de Piazzolla, se reunió con el compositor para contarle el proyecto. Lo primero que Piazzolla le aclaró fue que sus piezas no eran para chicos. “Después de ver un ensayo me dijo: ‘Si alguien me hubiera pedido que compusiera música para niños, yo hubiera simplificado las armonías. Pero ahora me doy cuenta de que no es necesario hacer música más simple para que los chicos puedan apreciarla’. Ese concepto marcó los principios de La Galera Encantada”. Para Presa, pionero en acercar el teatro a las escuelas, no es importante la edad a la hora de elegir una obra inicial. “Cada uno entiende según la capacidad cultural y sus conocimientos. Creo que lo mismo sucede con el cine y con la música. Cuando con la Camerata Bariloche pensamos el espectáculo, tuvimos en cuenta cómo generar un interés más allá de lo musical. Eso tiene que ver con mi manera de abordar el teatro: considero que el chico vuela mucho más que lo que un adulto pueda pensar y entonces tenemos que darles pistas para que comience a desarrollar su imaginación.” Pistas es también lo que ofrece Mariana Gardella en el taller “Filosofía con niños y niñas. Experiencia y pensamiento del mundo”. Dirigido a chicos de seis a nueve años, el curso (se realizó en Malba en dos encuentros durante julio) propone actividades que lleven a los participantes a reflexionar a partir de dos temas clave en la infancia: los sueños y la amistad. Sentados en ronda, con el coordinador ubicado entre ellos, los chicos conversan e intercambian opiniones y experiencias sobre sueños, pesadillas, personajes que aparecen, miedos, recuerdos, fantasías, deseos. En la siguiente clase debatirán sobre los amigos, cómo los conocieron, semejanzas y discrepancias con ellos, peleas y juegos compartidos. “La filosofía con chicos cuestiona los roles tradicionales de enseñanza y aprendizaje. De ningún modo hay un maestro que sabe algo y lo transmite a quienes aún no lo saben, sino que el docente funciona como un coordinador o guía y, con algunas preguntas, organiza el debate -explica Gardella-. Proponemos que el encuentro sea liberador de ideas, no instaurador. Buscamos generar un espacio de pensamiento donde ellos puedan reflexionar desde su experiencia de ser niños, que encuentren en las vivencias de la niñez una fuente de inspiración para pensar problemas que los inquietan o los angustian.” Como sucede con otras disciplinas, la forma de abordar la cuestión no se basa en las edades sino en los temas y en los métodos. “Es importante elegir con qué recursos trabajar: la charla siempre se dispara a partir de algún tipo de estímulo intelectual. Leemos textos como El misterio del conejo que sabía pensar, de Clarice Lispector, novelas específicas, cuentos de la literatura infantil. A mí me gustan especialmente los libros de Isol (cualquiera de sus títulos, pero elijo Petit, el monstruo, que es maravilloso) y los de Luis María Pescetti: Unidos contra Drácula o los de la serie Natasha. También utilizamos música, películas, obras teatrales y hasta historietas como Macanudo de Liniers. Lo importante es que lo que se presenta sea una suerte de signo a descifrar, un enigma a resolver, que tenga alguna cuestión sobre la cual se pueda discutir y que sirva para activar la charla. La conversación no busca encontrar respuestas sino formular preguntas”. Isol, artista multidisciplinaria, madre reciente y autora de bellísimos libros infantiles, cree que el entusiasmo de los adultos por acercarse a productos culturales se transmite a los chicos. “La curiosidad es contagiosa -dice-. Es ideal que tengan a mano diferentes libros para poder elegir, que escuchen música en casa, desde clásica hasta rock, que vean libros para niños con diferentes estéticas y que asistan a muestras de arte que puedan disfrutar. Artistas como Miró, Rousseau, arte africano, arte precolombino pueden ser muy interesantes para ellos. Les encanta imaginar historias sobre los personajes que conocen. Hay unos videos basados en piezas precolombinas (Tikitiklip precolombino), que son preciosos. También les resulta muy divertido dibujar escuchando música, actividad que se puede hacer, por ejemplo, con Pedro y el Lobo, de Serguéi Prokófiev. Mi papá solía sentarse con nosotros para escuchar música y contarnos un cuento que inventaba en el momento.” La cantante e ilustradora cuenta que de chica adoraba las tiras de Mafalda, Asterix y Obelix y, de más grande, los conciertos de Les Luthiers. No es casual que Daniel Barenboim haya elegido al grupo de López Puccio para compartir un concierto en el Teatro Colón el próximo 9 de agosto. Entre los libros que menciona la autora se destacan La historia interminable, de Michael Ende (“Se puede leer con el papá o la mamá un capítulo por noche”), títulos clásicos como Alicia en el país de las maravillas, Los viajes de Gulliver, Las aventuras de Tom Sawyer y las leyendas de los caballeros de la Mesa Redonda. “Entre los álbumes ilustrados insoslayables recomiendo Donde viven los monstruos de Maurice Sendak . Con las novelas a veces es necesario situar a los chicos en la época, pero eso también le da magia a la lectura. A los 12 años disfruté mucho de Los mitos griegos de Robert Graves y también de Crónicas marcianas, de Ray Bradbury”. Esos libros pueden encontrarse en bibliotecas públicas y en algunas especializadas como La Nube, de Pablo Medina, donde funciona un club de lectura gratuito para niños y adolescentes. A poco de lanzar un nuevo álbum (titulado Novela gráfica), junto con el grupo Sima, Isol menciona algunas películas animadas para compartir con chicos como Mi vecino Totoro, Ponyo y El viaje de Chihiro, del japonés Hayao Miyazaki. Para los padres que quieran iniciar a sus hijos en el gusto por el cine existen opciones extraordinarias como el cineclub La Linterna Mágica, con sede en Ciudad Cultural Konex, y el ciclo Latir el Cine, que programó para las vacaciones de invierno films de animación del francés Michel Ocelot, director de películas como Kiriku y la hechicera y Azur y Asmar. Este fin de semana, en el cierre del ciclo que se lleva a cabo en las salas de Arte Multiplex Belgrano, se podrán ver Kirikú y las bestias salvajes, con la participación del grupo musical Anda Calabaza; Los cuentos de la noche y Azur y Asmar. Todas las proyecciones están acompañadas por juegos y escenas teatrales a cargo de destacados grupos infantiles como Valor Vereda y Anda Calabaza y artistas como Ezequiel Molina, del sello editorial Libros del Zorro Rojo. Este ciclo tiene la particularidad de ofrecer una experiencia participativa para toda la familia. Para los más pequeños (de 3 a 6 años), las productoras Viviana Feldman y Florencia Schapiro incluyeron cortos de animación iraníes como Zapallo que rueda, Luna querida, La luna y el zorro, Lluvia de alegría y El gorrión y el algodonero. La propuesta de La Linterna Mágica es diferente: está pensado como un club de cine, con encuentros mensuales, a los que los chicos (de 6 a 12 años) asisten solos. Una semana antes de cada función, los socios reciben en sus domicilios una revista ilustrada con información sobre la película y el director. Entre los films programados figuran clásicos del cine mudo (de Charles Chaplin y Buster Keaton), de animación y también algunos más recientes como Querida, encogí a los niños. Son nueve proyecciones por año, que coinciden con el período escolar. Antes de comenzar, un presentador comenta algo referido al tema de la película o a su realizador y luego vendrá un espectáculo, que prepara el terreno para la experiencia cinematográfica. El abordaje en los talleres de arte que dicta la Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes es similar al de los clubes de cine infantiles mencionados. En “Permitido mancharse”, una propuesta de creación y experimentación artística para chicos de 5 a 10 años, trabajan teoría y práctica a partir del patrimonio del museo. “Partimos de las obras expuestas y las vinculamos con otras de galerías y museos de todo el mundo -explica Sol Abango, coordinadora del taller-. Así aprenden sobre los artistas, las técnicas, las escuelas o grupos artísticos pero siempre con un abordaje transversal e integral. Utilizamos unas fichas didácticas, con una introducción a la historia del arte, vinculada a la obra o al artista. ” Al inicio de la clase (una por semana), docentes y alumnos se dedican a trabajar sobre la percepción y la apreciación de las obras y, luego, a sacar conclusiones sobre cómo fue realizada. “Nos concentramos especialmente en los procedimientos utilizados en cada caso. En la instancia de creación plástica, por lo general, toman algo del movimiento analizado para reelaborarlo con su propio lenguaje y trabajar experimentando técnicas y materiales. A veces leemos un cuento, otras lo relacionamos con música o con una poesía, y después buscamos los hilos conductores con la obra.” Como en las demás disciplinas, no se trata de formar artistas sino de fomentar el acercamiento al arte. “Adquieren conocimientos sobre plástica y además estimulan la creatividad artística. Nos proponemos formar personas que dentro de su educación integral tendrán el arte como una disciplina importante. En el futuro alguno sentirá la necesidad de profundizar el estudio de las artes pero por ahora el acercamiento se da a través del juego.” Y es también a través del juego y de la experimentación como se vinculan los chicos con la ciencia en el Museo Participativo Prohibido No Tocar, ubicado en el Centro Cultural Recoleta, donde todo lo que está expuesto fue pensado para que los visitantes puedan interactuar. Así, pasan de ser espectadores a exploradores activos. “Aquí entendemos cómo funcionan las cosas, haciéndolas funcionar -dice Germán Noceti, el director-. Como la curiosidad es parte del comportamiento natural de los chicos, proponemos distintas opciones para que puedan experimentar los fenómenos de la ciencia y la naturaleza. La sorpresa después de cada experiencia los lleva a querer saber cómo fue que eso sucedió: cómo vuelan los aviones, cómo se produce el sonido, cómo se forma un huracán o una tormenta eléctrica. El objetivo es incorporar conocimientos desde otra perspectiva.” Un excelente complemento de esta actividad son los libros de la editorial Iamiqué, fundada por Carla Baredes e Ileana Lotersztain, una física y una bióloga egresadas de la UBA que crearon este sello independiente para explicar a los chicos ciertas cuestiones científicas de manera amena y accesible. Con series sobre animales, matemática, biología, filosofía y arte, entre otras disciplinas, los libros de Iamiqué se difundieron de boca en boca y en la actualidad algunos de los títulos integran el plan de lectura del Ministerio de Educación de la Nación. Poco de lo comentado en esta nota está incluido en los programas escolares oficiales. Sería interesante que la institución escolar se propusiera acercar a los alumnos a la cultura, más allá de las materias tradicionales que se dictan. Como opina Lyl Tiempo, “lo más importante sería que cada colegio del mundo tuviera buena música para que los alumnos escuchen cuando llegan en la mañana. Todos reunidos deleitándose cada día con una obra antes de entrar a clase. El estado emocional en el que comenzarían la jornada sería muy distinto […]. Si pudieran organizarse para implementar esta propuesta, verían cómo se potencian las capacidades de cada uno de los niños y también de los profesores para comenzar un día especial. La buena música nos pone en contacto con otra dimensión del ser humano, nos transporta desde la realidad a otro mundo de exquisita sensibilidad, nos estimula en nuestros mejores sentimientos, refina nuestras emociones y agudiza nuestras percepciones. Y todo esto sucede cuando hemos tenido la suerte de que ella esté integrada en nuestras vidas desde que somos niños.”

FUENTE: LA NACIÓN

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