Una huelga que inició el fin de la noche dictatorial

Una huelga que inició el fin de la noche dictatorial

Pocas veces un hecho se instala como un eje que divide los tiempos. En la historia del movimiento obrero argentino, es sencillo hacer memoria y recuperar la importancia de sucesos trascendentes como el Cordobazo, es decir, movilizaciones masivas que sacudieron la realidad. Pero también hay acontecimientos cuya importancia recién fue posible advertirla a partir de sus consecuencias, de lo que ocurrió después. Ese es el caso de la huelga general del 27 de abril de 1979, la primera contra la dictadura cívico militar establecida en marzo de 1976. Una huelga de la que en abril se cumplieron 35 años.
Es evidente que la dictadura había puesto en marcha un plan sistemático destinado a destruir el modelo industrial argentino desarrollado por el peronismo, para reemplazarlo por el protagonismo de la especulación financiera, como propiciaban los grandes grupos económicos concentrados. En ese contexto, era indispensable apuntar el aparato represivo contra los trabajadores, único bastión capaz de poner un freno a ese intento. En ese esquema represivo en un doble sentido (contra los dirigentes, delegados y militantes, por un lado; y a la vez, con el desarrollo de leyes destinadas al cercenamiento de los derechos sindicales y laborales), existía un mínimo margen para las protestas. Sin dudas, el episodio más significativo de esos primeros años del Proceso fue el plan de lucha desarrollado por Luz y Fuerza entre octubre de 1976 y marzo de 1977. Si bien el conflicto devino en la desaparición del dirigente Oscar Smith y en la persecución de muchos trabajadores, el gesto de Luz y Fuerza abrió una puerta: muchos comprendieron que la resistencia, aun en la noche más oscura, era posible.
Por eso, la huelga del 27 de abril de 1979 se convirtió en una bisagra. Por un lado, fue el punto más alto de ese período de intentos sindicales aislados. Pero a la vez, dio inicio a una etapa de creciente organización gremial, marcada por el reagrupamiento de las fuerzas del campo popular. Además, la huelga general de abril de 1979 hizo visible a quien sería el gran referente del sindicalismo argentino en los siguientes diez años: Saúl Ubaldini.
Hijo de una costurera y un trabajador de la carne, a quien inicialmente le copió los pasos, Ubaldini había nacido en Mataderos y era fanático de Huracán. En 1969, a los 33 años, comenzó a trabajar en una fábrica de levadura destinada a la fabricación de cerveza. Peronista “de toda la vida”, Ubaldini fue elegido en 1972 como Secretario General de la Federación Obrera Cervecera Argentina (FOCA). Desplazado de su gremio por la intervención militar en 1976, Ubaldini siguió luchando. A comienzos de 1979, el todavía incierto panorama del sindicalismo argentino estaba dividido en dos organizaciones: por un lado la CNT, que apostaba a conseguir un diálogo institucional con la dictadura, y Los 25, que propiciaban un enfrentamiento más directo.
Ubaldini se había convertido en un referente de este último grupo luego de su decisión para leer un documento en el que cuestionaba la política económica y reclamaba la libertad de los presos políticos. El 21 de abril, los 25 convocaron a una jornada de protesta para el viernes 27 de abril. Por supuesto, se trataba de una convocatoria clandestina, que circulaba por las fábricas de boca en boca. De inmediato, la dictadura reaccionó y citó a los dirigentes a presentarse en la Dirección Nacional de Relaciones Laborales el lunes 23. Interrogados sobre si habían violado la prohibición de hacer huelgas, desconocieron el hecho. El gobierno de Videla decidió, entonces, arrestar a todos los sindicalistas. Uno a uno, en pocos minutos, fueron detenidos Roberto García (taxista), Carlos Cabrera (mineros), Gerónimo Izzeta (municipales), Fernando Donaires (papeleros), Raúl Crespo (SUPE), Roberto Digón (tabaco) Rodolfo Soberano (molineros), Raúl Ravitti (ferroviario), José Rodríguez (Smata), Enrique Micó (vestido), Jorge Luján (vidrio), Demetrio Lorenzo (alimentación), Natividad Serpa (Obras Sanitarias), Delmidio Moret (Luz y Fuerza), Víctor Marchese (calzado), Alberto Campos (UOM) y Benjamín Caetani (aceiteros), y trasladados a la cárcel de Caseros. Al día siguiente, Videla anunciaba un aumento de sueldos del 19 por ciento.
Pero la huelga estaba lanzada y ya no se podía detener. Ubaldini fue entonces el referente de un comité clandestino. La CNT, mientras tanto, rechazaba el paro pero reclamaba la libertad de los sindicalistas detenidos. Los reclamos de los 25 se centraban en la recuperación del poder adquisitivo del salario, la normalización sindical y la recuperación de los convenios colectivos, todos derogados por la dictadura. El paro tuvo un acatamiento dispar. Fue fuerte en muchas fábricas del Gran Buenos Aires y del interior y en el servicio de ferrocarriles, y débil en comercios y bancos. Los medios de comunicación le restaron importancia a la huelga, pero fue evidente que la medida había golpeado al régimen. Los trabajadores, el blanco principal del Proceso, habían comenzado a trabajar para la recuperación de la democracia.
TIEMPO ARGENTINO