Stephen King: volver a la escena del crimen

Stephen King: volver a la escena del crimen

Por Armando Capalbo
La gran celebridad de la literatura popular estadounidense, Stephen King (Maine, 1947), considerado el maestro del género del miedo luego de decenas de títulos de enorme repercusión internacional, se atrevió a desplegar, con libertad imaginativa y rigurosidad documental, un atractivo híbrido entre la novela histórica, el thriller , la ciencia ficción, la ucronía y el fantástico. 22/11/63, novela de instantáneo éxito en Estados Unidos, fue rápidamente traducida a varios idiomas y beneficiada con elogiosas reseñas críticas, avalando una vez más el premio que el autor obtuvo en 2003, el galardón de The National Book Foundation for Distinguished Contribution to American Letters.
Profesor de literatura en una escuela secundaria en Maine, en medio de la amargura por el abandono de su esposa, Jake Epping es convocado por su amigo Al Templeton, a punto de morir de cáncer, para que observe los extraños pormenores del sótano de su restaurante: contiene un misterioso portal de tiempo que conecta el presente con un día determinado de 1958, en ese mismo lugar. Casi con su último suspiro, Al transmite al protagonista los secretos de visitar el pasado, viaje que ha efectuado más de una vez con el ambicioso propósito de frustrar el magnicidio del presidente Kennedy. No lo ha logrado porque el pasado es obstinado, aunque está convencido de que la misión no es imposible. Así, Jake cambia su nombre por el de George Amberson y se interna en un mundo pretérito donde encuentra el amor y un peligro desconocido: las extrañas fuerzas con las que la historia impide su propio cambio, de manera tal que no sólo la vida de JFK está en peligro mortal.
Según el propio King, en 1972 ideó un relato en el que el protagonista viajaba en el tiempo para impedir el asesinato de John Fitzgerald Kennedy. Decidió no escribirlo en ese momento porque la controversia estaba aún candente. Hoy es parte del amplio universo conspirativo que llena páginas del mundo virtual, pero también conforma un subgénero literario y ensayístico en el que se destacan nombres como Norman Mailer y Don DeLillo, además de una frondosa bibliografía sobre el asesinato propiamente dicho, sus implicaciones y ramificaciones. Una bibliografía que King recorrió con minuciosidad para ubicarse en forma equidistante entre la paranoia de los complots interminables y la aceptación -no sin ciertos reparos- de la autoría por parte de Lee Harvey Oswald.
En esta novela, King desarrolla sólo tangencialmente la problemática del viaje en el tiempo sin ingresar jamás en la proverbial densidad de las prospecciones tecnológicas ni en disquisiciones éticas sobre la utilización de las ciencias aplicadas; apenas formula un planteo sobre dimensiones paralelas que se cruzan en una inflexión de tiempo, en un pasaje cronológico, y se apoya en el conocido efecto mariposa, por el cual todo cambio artificial en el pasado genera consecuencias en la cadena del tiempo. Bien lejos del relato fundacional de H. G. Wells sobre el transporte temporal, el autor se regodea en la recuperación de un añorado pasado que corresponde a su infancia y adolescencia: el pasaje directo a 1958 desde 2011 abre la brecha a una detallista reconstrucción de la vida cotidiana, la música popular, el miedo a la bomba atómica, la amenidad y la simpatía en la experiencia de vivir en las pequeñas urbes, así como también la violencia racial, la intolerancia, el prejuicio y los férreos mandatos del american way of life .
Está claro que no estamos ante una novela de terror a la manera de las grandes proezas narrativas de King (ni ante variaciones del género, como las recientes La cúpula y Todo oscuro, sin estrellas ) pero sí ante un magnífico thriller fantástico que hasta se permite reflexionar sobre el amor, la identidad, los valores y el tiempo, a partir del acercamiento subjetivista con el que se trabajan los personajes. La música de Elvis Presley, la obsesión por el béisbol y el humo de los cigarrillos Lucky Strike domina el paisaje, a la sombra de Eisenhower y ante la creciente popularidad de un JFK, no obstante repudiado por la mentalidad conservadora de la época y por el fundamentalismo antisoviético. Entre la “crisis de los misiles” y la historia de amor de Jake/George y Sadie, una bibliotecaria divorciada víctima de la violencia machista, se pone en evidencia la nostalgia de una América definitivamente perdida. La ética y el amor refulgen en una trama que a la vez resucita el pasado pero reflexiona sobre la manipulación de los acontecimientos históricos, en una expansión narrativa que supera las ochocientas páginas y se detiene con parsimonia y solidez en el tramo de vida de Oswald cuando es adoctrinado por activistas, al mismo tiempo que se aliena cada vez más en el anonimato y la atmósfera represiva de una Dallas que King pinta con maestría en sus grandezas y miserias.
Las paradojas temporales o las complejas consecuencias del efecto mariposa abarcan una parte importante del relato, todo el período previo que Jake/George recorre hasta prepararse para impedir el magnicidio perpetrado por Oswald. Si cambiar el pasado es transformar el futuro, en este caso, para el protagonista y su amigo Al, también implica asumir la excepcionalidad de la figura de Kennedy, convencidos de que, de haber vivido más tiempo ejerciendo el poder, los errores y horrores de Vietnam y la depreciación de valores humanistas podrían haberse moderado. También se esgrime en la novela una respuesta a la proliferación conspirativa respecto de aquel crimen, en la medida en que no sólo el asesino es definitivamente Oswald sino que también se explicita que la adversidad ideológica atenazó y acorraló la integridad del presidente más popular de la historia estadounidense. En 22/11/63 hay peligro, suspenso, romance y acción, en un equilibrio que en los anteriores relatos de miedo King no había explorado, por no hablar de la precisión de los diálogos en su refulgente coloquialidad y de la deliciosa retrospectiva de un tiempo perdido.
En su mejor momento narrativo, King parece desprenderse de sus antiguas alforjas para aventurarse en un mundo nuevo, aunque conocido, que no debería ser olvidado. “La realidad cambia en un instante”, repite una y otra vez el protagonista. Precisa y paradójicamente, de ese instante trata esta novela de infatigable aliento: el de la conciencia de que el tiempo sigue siendo la gran incógnita, la amenaza de nuestros sueños, la cifra última del tránsito vital, desdibujado entre la memoria y el olvido.
LA NACION