Scooters: aliados para llegar a la oficina en tiempo y forma

Scooters: aliados para llegar a la oficina en tiempo y forma

Por Sebastián Ríos
La imagen de una Vespa estacionada en la vereda de un edificio de oficinas se está convirtiendo en una postal habitual en esta margen del Río de la Plata. Rodeada de motos de mayor porte y cilindrada, el scooter de estampa italiana se deja ver ya no como un objeto de culto, recuerdo familiar de quien pretende mantenerse anclado a un modelo perimido de tránsito, sino más bien como vanguardia de una distinta forma de desplazamiento urbano: menos violenta, sustentable y elegante.
“Desde que manejo la moto en la ciudad, el auto me parece un vehículo torpe, arcaico y desmesuradamente grande. Es increíble y ridículo que tengamos que rodear nuestros cuerpos de tanta infraestructura para trasladarnos unos pocos kilómetros”, dice Patricio Eppinger, de 50 años, gerente de la bodega Ojo de Vino, que cuenta que sólo usa su moto -una Vespa ET4 2001- para desplazarse en su jornada laboral dentro la ciudad: “Por lo general, no paso de la General Paz”.
Para Patricio, la motoneta es una elección. “Nunca usé motos hasta decidirme a cambiar auto por moto en mi vida diaria de ciudad, relegando el auto para los fines de semana y las salidas de noche -cuenta-. La decisión fue eminentemente práctica: tránsito, dinámica y comodidad a la hora de estacionar, pero debo reconocer que hoy me doy cuenta de que subirme a la Vespa me resulta un placer. Exactamente lo opuesto a lo que sentía cuando me subía al auto para ir a una reunión o a la oficina.”
El disfrute del viaje es la misma vivencia que dice experimentar Santiago Rossi, de 42 años, director médico del Centro de Diagnóstico Dr. Enrique Rossi, a bordo de su Vespa LX150: “Por mi trabajo, hago múltiples viajes dentro de la Capital a lo largo del día y hacía tiempo que estaba buscando optimizar mi tiempo -detalla-. Pero desde que me regalaron la moto me doy cuenta de que, además de mejorar el tiempo que tardo en viajar, viajo más tranquilo y disfruto más de la ciudad.”
Conducir despacio y atento al tránsito: eso basta, según Santiago, para llegar a destino sin mayores contratiempos. Aunque asegura que el viajar sin la radio, sin más sonido que el del contexto urbano, es un factor que colabora con el disfrute.
Por si no queda claro a estas alturas de la nota, no se trata de un elogio a la marca italiana, sino de señalar al scooter -hasta ahora una suerte de hermano menor de las motos- como amigable opción para surfear en el tránsito porteño, en los casos en que el pedalear no colabora con la necesidad de llegar al trabajo con el traje limpio o, por lo menos, libre de los efectos del esfuerzo físico.
“En los últimos dos años ha habido un gran boom en la venta de los scooters”, afirma Emanuel Paz Duarte, de 32 años, de Motonetas Clásicas. “La gente se está dando cuenta de que al desplazarse al trabajo en moto se ahorra mucho tiempo y que, al mismo tiempo, le permite llegar a la oficina de punta en blanco, ya que la característica de los scooters es que tienen el carenado recubierto. Así, si pisás un charco, no te salpicás, mientras que los parabrisas permiten que llegues a destino tal como te subiste a la moto.”
El crecimiento de la venta de los scooters (los clásicos italianos como la Vespa o Piaggio, pero también Zanella y Kymco, entre otros, y los maxi-scooters, con una mayor cilindrada) ha sido acompañado también por una oferta de vehículos mayor que la de hace unos años. Una tendencia que abarca a scooters nuevos, pero también a los clásicos, que aún circulan en el mercado. “Las Vespa clásicas generan lo mismo que un Escarabajo: cuando uno las ve circulando en la calle, te roban una sonrisa”, dice Emanuel.
Lejos del vínculo de corto aliento que genera cualquier objeto creado con fecha de vencimiento, los clásicos scooters italianos son capaces de construir lazos duraderos. De eso da fe Joan Biosca, de 36 años, que añora la Vespa que dejó en su Barcelona natal cuando puso proa a Buenos Aires. “Cada día, cuando me tomo el 130 para ir a trabajar me acuerdo de ella -asegura-. El trayecto me da tiempo para recordar los viajes que hicimos juntos por Barcelona. A su lado me sentía diferente, especial. Su andar no era el más cómodo por su edad, pero su estética y su belleza la hacían del todo diferente.” ¿Deshacerse de ella? No, no parece estar en sus planes.”Me la quise traer en la mudanza en 2005, pero se complicó. Ahora descansa en una baulera a 10.000 kilómetros -dice-. Pensé en venderla, pero, al instante, esa idea desaparece. Si la vendo, estaré cerrando una etapa de mi vida, cuando mi Vespa y yo recorríamos Barcelona, con la que ahora es mi mujer. No la venderé jamás.”
LA NACION

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