Reflexiones para una noche de fiesta

Reflexiones para una noche de fiesta

Por José Claudio Escribano
En la Academia Nacional de Medicina se realizó el 15 de mayo el acto de colación de grado de los nuevos médicos, especialistas en ramas de la medicina y enfermeras egresadas del instituto universitario del Centro de Educación Médica e Investigaciones Clínicas (Cemic). Aquí, las palabras de quien fue invitado a pronunciar el discurso de salutación de los graduados
En esta noche están todas las noches de colación de grados. Motiva a los que lo son y a los que lo fueron antes, estudiantes. Noche de evocación de esfuerzos dilatados y de ensoñaciones que parecieron de nunca acabar. Advienen ahora otras ilusiones para los nuevos médicos .
Algunos celebran esta noche, con no menor alborozo que ellos, el perfeccionamiento en especialidades por estudios de posgrado. Y otras egresan, en el conjunto magnífico a la vista, para servir en responsabilidades de enfermería, que, como decía el profesor Florencio Escardó, “no es disciplina auxiliar de la medicina , sino una modalidad de la medicina distinta de la incumbencia específica del médico”.
La medicina es ciencia y arte de precaver y curar enfermedades. Adviértase que los graduados se han resuelto por el camino más noble, más demandante de sapiencia, de energías e inspirada perspicacia, en las relaciones humanas. Desde esta noche se les dirá “doctor” a los nuevos médicos. Acepten la convención sin olvidarse de que el señorío con el que actúen reflejará mejor que nada la constitución de una naturaleza moral superior.
La profesión pondrá a prueba habilidades científicas y, por igual, el grado de afinación de la conciencia humanista de que dispongan. Se moverán entre el terreno firme de una ciencia precisa, exacta, que conoce unas cuantas verdades, y el de una ciencia infatigable en cuestionarse a sí misma en procura de nuevas fronteras. Penetrarán en un contexto de realidades en que no siempre puede evitarse la medicina distante y cronométrica del “pase el que sigue”; y, sin embargo, se sabrán interpelados sobre si practican o no de verdad la medicina como arte de escrutar con paciencia, y con ojos y oídos receptivos, en la hondura de almas que necesitan calmar dolor e incertidumbres.
A veces, las preguntas correctas permanecerán desprovistas de un eco convincente. Podrá sucederles aún después de haber agotado el arsenal de los recursos ordinarios, como los exámenes clínicos hechos a conciencia o las conclusiones de la más revolucionaria tecnología de los diagnósticos por imagen, o lo que fuere. Apelarán entonces a la intuición entrenada en revisar los pliegues íntimos de la naturaleza humana e identificar razones reticentes a exponerse a la ciencia, pero que impelen al corazón a agitarse y a que la mente se desmadre en gritos de auxilio. Un enfermo -enseñó Viktor von Weizsäcker, neurólogo de la escuela de antropología médica de Heidelberg- es un hombre que pide un médico (Florencio Escardó, El alma de los médicos, editorial Assandri, 1954). “La enfermedad puede no existir, pero el enfermo está ahí.” ¿Quién de ustedes, y cómo, se distraería del caso?
Aquí se hallan, en esta noche de fiesta académica y familiar, muchas más gentes que los protagonistas centrales del acto, los graduados y sus maestros. La fiesta concierne a una sinfonía de sentimientos que han ardido por años en el fuego lento de las grandes ilusiones.
Concierne a padres y madres; a hermanos, abuelos, primos; a novias y novios; a los amigos más cercanos, a compañeros algunos de estudios y otros del deporte y del trabajo, y a compinches de vaya a saber cuántas parrandas. Concierne a todos aquellos para quienes la graduación universitaria de un ser querido no es un hecho fortuito proveniente de la nada, sino el resultado feliz de un largo proceso que se fue acompañando con ansiedad creciente y trastabilló, alguna vez, en la encrucijada alevosa, y a la larga útil, del bochazo.
Concierne a la memoria viva de los que no están y pudieron haber estado, pero que han dejado el testimonio de que pocos acontecimientos habrían hecho vibrar más que éste el orgullo personal.
No perturbaré la noche de los flamantes médicos con la admonición, tan conocida e inoportuna como guerrera, de que llegará la hora de investigar y publicar (en inglés, claro), y si no, de perecer antes de haber nacido como científicos. Prefiero observar, en cambio, que no importará tanto el rango de las actividades a que se apliquen en la carrera como que todo lo hagan con el celo con el que el más modesto trabajador confiere dignidad al oficio al que se entrega.
Aprovechen las ventajas de la juventud. Están ahora en condiciones académicas de aspirar a un lugar en universidades y centros asistenciales de relevancia internacional. En el nuevo aprendizaje se enriquecerán como personas por la virtud de que comparar es conocer más y confirmarán el privilegio, ya advertido por ustedes, de haberse educado en una institución con los más acuciantes cánones de la enseñanza médica impartida en el mundo. Los viajes ensancharán el horizonte de los conocimientos y de las relaciones personales; se afirmarán en la comprensión de los valores del trabajo en equipo y del dominio de más lenguas, necesidad vital en el mundo globalizado de la contemporaneidad.
Los cambios habidos desde el comienzo de la era digital han colocado en una pista de vértigo la transformación dinámica de casi todo lo que dábamos por sabido. En cinco años privados del ejercicio médico, deberían revalidar estudios de “p” a “pa”. El dinamismo es de tal naturaleza en medicina, que la Real Academia Española, en Madrid, ha reservado desde 2003, entre lingüistas notables y escritores como Mario Vargas Llosa, un asiento de número para Margarita Salas Falgueras, bióloga y química eminente, porque la biología molecular, de la esencia de la medicina moderna, constituye la disciplina por la que se incorporan más novedades a la lengua que hablamos los argentinos. Como primera y vigorosa manifestación de una cultura, la lengua se anticipa a objetivar los logros sucesivos de la investigación, la innovación y la creatividad en el progreso inacabable de las ciencias y las artes.
Indaguen con fruición. Háganse espacio para la meditación serena sobre lo que lean y vean. Defiendan la libertad académica: será la manera de proteger para todos el derecho a la libertad de expresión y de burlar las rejas del pensamiento único. Conserven el ardor de la curiosidad, que los salvará del lastre de la jactancia tonta, y recuerden que no hay conocimiento inútil, porque el intelecto se abona por procesos acumulativos, de mayor o menor jerarquía, que paso a paso lo fortalecen.
Especialícense sabiendo que la formación estrictamente segmentada fractura la potencialidad y belleza del universo de visiones múltiples y contrapuestas, y de cuyo dominio se derivan, como en Leonardo o en Shakespeare, las expresiones más elevadas del pensamiento y la sensibilidad. Sean lo que son: universitarios, como la palabra lo dice. Sustráiganse de los excesos de la parcelación cognitiva que llevaron, según parodia mi amigo Santiago Kovadloff, a que un físico tratara a su mujer como el conjunto de átomos y de células que en realidad era. Terminó perdiéndola, en una de esas vidas adulteradas por la fragmentación brutal del pensamiento y la desintegración de la cultura.
Egresan los graduados de esta noche de un ámbito académico probado en la virtud de la prudencia, tan aconsejable en medicina como la humildad, la compasión, la discreción y la adaptación a la consulta interdisciplinaria. Cemic fue una unidad docente hospitalaria, en relación directa con la Universidad de Buenos Aires, y cuando la experiencia acumulada en años le indicó que había llegado el momento para la autonomía legítima, creó el instituto universitario con el que prestigia hoy la educación médica del país.
Disponen como jóvenes ilustrados y sensibles de medios para amenguar miedos y tensiones en los pacientes. Empléense con calidez. Provean algo de ese jarabe de pico que agradecíamos a un viejo maestro de la otorrinolaringología argentina, Juan Carlos Arauz. O prueben, hasta donde alcance el ingenio, con esa otra medicina, tan saludable y jocunda, con la que el doctor Samuel Johnson, el gran pensador y publicista inglés del siglo XVIII, dejó lecciones de vida y de imaginación especulativa en la historia universal de las letras. En su presencia, ha recordado su biógrafo y contemporáneo James Boswell, se denunció a un caballero por haberse casado en segundas nupcias, ya que se consideraba que eso constituía una gran falta de respeto por la difunta esposa. “No, muy por el contrario -contestó Johnson-, pues en caso de que no se casara podría colegirse que la primera esposa le había inculcado una fuerte aversión al matrimonio.” Y, cuando en otra ocasión, el doctor Johnson tomó noticia de que un hombre, que había sido muy desdichado en la vida de casado, contrajo matrimonio en cuanto murió su esposa, comentó que eso era “un buen ejemplo de cómo triunfa la esperanza sobre la experiencia”.
Desde esta casa de la avenida Las Heras, consagrada a las manifestaciones ejemplares de la medicina argentina, les deseo un porvenir con esperanzas que nunca declinen en la adversidad ni como consecuencia de sueños fatigados en alcanzar renovadas metas. Les deseo experiencias felices para los congéneres a los que han de servir, y desde luego, para ustedes mismos.
LA NACION