Policías asesinados: el dolor y el orgullo de sus familias

Policías asesinados: el dolor y el orgullo de sus familias

Por Gabriel Di Nicola
Tenía 28 años y soñaba mucho, sobre todo colgar muchas medallas y condecoraciones en su uniforme azul. Pensaba capacitarse para ascender y hacer carrera en la Policía Federal. Pero su proyecto profesional y su vida se desvanecieron durante una noche de verano: el agente Miguel Alejandro Verón fue asesinado de un tiro al intentar detener a dos delincuentes que le robaban a un taxista. Murió cumpliendo su deber.
“Él amaba ser policía”, recuerda a la nacion su esposa, Fernanda Taus, de 26 años. Mientras habla sobre los sueños profesionales de su marido, Priscilla, su hija menor, de 2, juega con un celular hasta que encuentra una bolsa con fotos de su padre y empieza a mirarlas con detenimiento.
Verón, de 28 años, es uno de los cinco policías federales asesinados en lo que va del año en todo el país. Mientras cumplió funciones en la comisaría 38», de Flores, siempre trabajó en el turno noche. Entraba a las 20 y salía a las 2. “Le gustaba llegar temprano a la seccional. Siempre decía que prefería llegar una hora antes que 30 minutos tarde. Yo siempre le preguntaba por qué no tenía un horario normal”, cuenta su esposa.
Volver a su hogar, en El Jagüel, partido de Esteban Echeverría, le demandaba unas dos horas. Cuando llegaba a su casa, construida en el fondo de la casa de sus padres, el mundo de la familia Verón se encendía. Su mujer y su hija mayor, Melody, de 7 años, se despertaban y tomaban mate con el hombre de la familia. Querían estar con él.
A diferencia de otros policías, Verón no hacía horas adicionales. Más que ganar un poco más de dinero, prefería estar más tiempo con su esposa y sus dos pequeñas hijas, disfrutar lo máximo posible de las tres.
En las paredes cubiertas de machimbre de la casa familiar hay muchas fotos de Verón. Hay una imagen enmarcada donde se lo ve vestido con un uniforme de gala. Al lado cuelgan dos gorras: una de soldado y otra, la que usaba como agente de la Federal. También está la corbata del uniforme policial.
Antes de ingresar en la fuerza federal de seguridad, Verón fue soldado voluntario del Ejército Argentino. Tuvo como destino el Regimiento I de Patricios, en Palermo. Llegar a las 6 a la unidad militar era una odisea: como a la madrugada no había colectivos caminaba 20 cuadras hasta la estación de Ezeiza; después, el tren Roca hasta Constitución, y luego, un colectivo de la línea 12. Las primeras cuadras que caminaba eran de tierra, y los días de lluvia se hacía difícil llegar a tomar el tren.
Taus y el futuro soldado y policía se enamoraron el día que se conocieron. Él tenía 19 años; ella, 17. “Era compañero de la escuela secundaria de mi hermano. Un día vino a estudiar a mi casa y nos vimos por primera vez. Durante dos meses intentó conquistarme, hasta que lo logró”, rememora la joven, y por primera vez en la entrevista sonríe.
Afirma que es muy difícil ser la mujer de un policía. “Es horrible. Siempre estaba preocupada. Cuando en el noticiero daban una noticia sobre un tiroteo entre delincuentes y policías, esperaba que nunca dijeran su nombre”, recuerda Fernanda.
Su relato se interrumpe y se anuda su garganta. Llora cuando recuerda los últimos minutos del 17 de marzo pasado, con la llegada de un móvil policial. En un primer momento, por la oscuridad en la calle, no advirtió que era un auto de la Federal. Pensó que era un patrullero de la comisaría de la zona, pero cuando uno de los oficiales preguntó por ella, su corazón y su cabeza supieron que algo le había pasado a su marido. Sólo preguntó dónde estaba su esposo y qué había pasado con los delincuentes que le habían disparado. Ahí supo que uno de los ladrones murió en el tiroteo y que el otro logró escapar.
“Él era el mayor orgullo de la familia”, repite, mientras se seca las lágrimas con las manos. Suspira, toma aire y vuelve a contar que su marido quería crecer como policía: este año se había anotado para terminar el secundario y para unos cursos de capacitación en la fuerza.
Después de ingresar en la Policía Federal, en 2011, el primer destino de Verón fue la División Operaciones Urbanas de Contención y Actividades Deportivas (Doucad) y de ahí pasó a la comisaría 38». Estaba de servicio cuando cruzó con los delincuentes que le quitaron la vida.
A pesar de su corta carrera, Verón tuvo un logro importante. “Un día detuvo a una persona que tenía un pedido de captura internacional”, cuenta su esposa, con mucho orgullo.
La tarde está nublada. En el Gran Buenos Aires está por llover. En el living de la casa de los Verón parece que la noche ya llegó. Fernanda Taus completa: “Mi vida se apagó con la muerte de mi marido, lo que sigue vivo es el orgullo por él”.
LA NACION