18 Jul Para trabajo o placer, los caballos llaman la atención
Por Mariano Wullich
¿Para qué un Ferrari para andar en el barro o un Unimog para correr por una autopista? No es lo mismo un dóberman que un caniche, ni un galgo que un San Bernardo. Se entiende.
En las razas equinas las comparaciones no existen, aunque muchos criadores, por lógica pasión, defiendan a sus elegidos insistiendo en sus cualidades. ¡Qué manía!, pero todos destacan la mansedumbre de sus caballos: mentira, los hay más fáciles y más difíciles. Todos hablan de la versatilidad: ¿para qué cosa? Y lo de la fuerza, la docilidad, la salud y hasta la inteligencia. ¡Basta!
Vaya en estas líneas todo lo que es posible ver durante estos días en la Exposición Rural de Palermo de un país que sí se hizo a caballo. No se dude: de una Argentina campera y de excelencia en los deportes ecuestres.
Por eso el repaso y el comienzo con el criollo, la raza que se inició con los 72 yeguarizos que trajo don Pedro de Mendoza y que durante 400 años se hicieron a campo, más bien en el desierto, pasando del frío al calor, de la sequía a la inundación, de los depredadores a las enfermedades. Sin duda que es la raza de fierro, la incansable como lo demostraron Mancha y Gato en una travesía insuperable que se inició precisamente aquí en Palermo y terminó en Broadway.
Su rusticidad natural lo llevó a ser el caballo de trabajo por excelencia, con una variedad de pelajes únicos y que sirvieron para mucho más, incluso hasta para la más apasionante escuela de equitación.
Y si de rodeo hablamos, hace 30 años que llegaron al país los Cuarto de Milla norteamericanos, llamados así por ser ejemplares de gran violencia en la corrida de distancias cortas. Su fenotipo se divide en los de carrera (la meca es en Los Alamitos, Estados Unidos) y de trabajo y rodeo. Descendiente del Mustang y mestizado con razas que llevaron los europeos al Norte, el de trabajo es muy musculado, de linda cabeza, buena alzada y fortaleza.
En la Rural se van a ver pocos, pero cerca de allí, en el hipódromo, muchos. Es el gran Sangre Pura de Carrera (SPC), alto, elegante de unos 480 kilos. El que inventaron los ingleses y despertó pasiones. La Argentina cuenta con 8000 nacimientos por año del que más corre de verdad: es imbatible.
Verán otra raza, muy fina, de una cabeza espléndida, liviana y en el pasado muy resistente: lo llaman “el padre de todas las razas”, aunque de alguna no lo sea. Pero está bien, es el elegante y refinado caballo Árabe, un gran animal de paseo y de pruebas de largo aliento.
El polo ha dado los mayores logros en el terreno deportivo mundial en donde la Argentina descuella. Hoy su origen de “petizo” mestizo fue quedando atrás y su estampa es la de un SPC chiquito, ya que todos tienen sangre de carrera, velocidad corta, agilidad única y una boca que como un volante lleva al jinete a donde quiere.
Con “chorros” de sangre SPC, están los voladores Silla Argentino (650 kilogramos), esos que están hechos para saltar y que consagraron a jinetes como Moratorio, D’Elía o Arrambide. Otros, los percherones, tractores del pasado de tiro pesado y que hoy en Francia se han convertido en una raza carnicera.
Los Hackney, de tiro liviano, las razas europeas de equitación y muchos más. No alcanzan las líneas. Eso sí, no los verán en la Exposición Rural, pero el único caballo que se mantiene en su origen natural es el caballo de la Mongolia. Igual, cada uno es cada cual e, insisto, las comparaciones no existen.
LA NACION