La dignidad de defender el derecho

La dignidad de defender el derecho

Por Guido Croxatto
Lo esencial de su reivindicación fue el derecho de todos a vivir en una misma sociedad, el derecho de todos a vivir como sujetos libres, sin ser discriminados. Excluidos. Apresados. Explotados. Marginados. Humillados. En ese sentido no alcanza para describir su lucha la palabra –tantas veces ambiguamente utilizada– de “reconciliación nacional”. Mandela luchó con toda su fuerza. Combatió. Combatió la injusticia. Por eso fue condenado a prisión de por vida. Lo esencial de Mandela fue, tras unas condiciones de encierro ignominiosas de casi tres décadas, dos de las cuales fueron en una isla, donde fue esclavizado juntando cal, su ambición no sólo de reconciliar sino sobre todode integrar a los que no estaban integrados. Ampliar los derechos. Volverlos universales. De no cesar en su lucha por la integración. Por la dignidad. Por la calidad de los hombres –de todos los hombres– de ser fines. No medios. No recursos. Sino personas. Mandela luchó por lo que la filosofía llama el derecho a la personalidad de los que no eran considerados personas. Sino algo menos. Menos que humanos. Esos prejuicios aún subsisten. No fueron erradicados. Están aún ahora.
Lo esencial de Mandela no fue su ser un político, porque todos los que se interesan por la vida pública de su país lo son. Lo esencial que definió a Mandela fue, como a muchos grandes hombres, su ser abogado. Su buscar una visión de la justicia. Expandir esa visión. Su brindar consejo y representación legal a personas marginadas, oprimidas y explotadas que conocieron o empezaron a conocer con él lo que era o significaba eso que antes no conocían o sentían que no les pertenecía, porque era algo que sólo les pertenencia a los hombres blancos: la posibilidad de tener un derecho. Eso fue lo que marco el fin del apartheid. La conciencia social y política (porque la conciencia precede siempre al Derecho) que los jóvenes abogados como Mandela (que quemó en público su permiso de circulación) generaron en un mundo injusto donde el derecho era una ilusión alejada.
Donde lo que regía era la desigualdad y la opresión. El no derecho. Bajar la cabeza. Ese es el sueño que Mandela hizo realidad para millones de seres humanos. El sueño de tener derechos. Algo que parece tan simple y que sin embargo para muchos sigue siendo un sueño alejado. No una realidad. Mandela fue un ejemplo de resistencia ante el poder, la injusticia, la opresión, la humillación, la desigualdad. La venta de personas. Su cosificación. Pero su ambición continúa. Fue calificado de “violento” por el sólo hecho de resistir la humillación propia, la de su familia y la de todo su pueblo. Por eso usaba en su testimonio otra palabra, la palabra orgullo. El orgullo es la defensa de la justicia. La defensa de la dignidad. Propia. Aunque la propia es inseparable de la ajena. Todo hombre digno lo sabe. No hay yo sino hay otro. No es posible. Si el otro no es libre, yo tampoco puedo serlo.
La inspiración de Mandela es importante porque el apartheid, en tantos sentidos, no está aún terminado. La segregación y la marginación continúan. El tráfico de personas. La segregación. La jerarquización. La división de ciudadanos de primera y de segunda categoría.
El tratamiento de seres humanos calificados como “ilegales” por las democracias más civilizadas del mundo, que no se inmutan al ver, todos los meses (mientras hablan de los derechos universales del hombre), como cientos de inmigrantes hambrientos pobres cruzan el océano a oscuras. Ahogándose delante de los ojos de la democracia. Mandela es parte del presente. No del pasado.
Su ambición de un mundo libre, donde todos tengan lugar, aún no fue realizada. Muchos mueren en el océano. Muchos son deportados por no tener papeles. El sueño de Mandela era que esa distinción ya no exista. Que en el mundo exista una sola calidad. Una sola distinción. La calidad de persona. De ser humano. Con iguales derechos. Sin peros. Sin divisiones. Las personas que se ahogan en Lampedusa son Mandela. Los hijos que mueren ahogados en los brazos de sus padres ante el silencio ignominioso de la democracia y de occidente, son él. Hay crímenes que no vemos. Crímenes que no se juzgan. Crímenes que aún no han sido juzgarlos por el Derecho Internacional. Porque aún no ha nacido la justicia capaz de juzgarlos. De nombrarlos.
De nombrar la violencia que no quiere ni debe ser nombrada. De decir lo que se debe decir. Y pocos dicen. Mandela era uno.Tenemos un derecho internacional y una justicia penal internacional de rodillas. Que sigue dividiendo. La Corte Penal Internacional (ICC) se ha convertido en un tribunal que sólo condena a países débiles, sin peso político. Mientras los africanos pobres mueren en el océano. Esa es la cara de la justicia. Kai Ambos cree que esta observación que realizo es injusta. Pero sin ecuanimidad, la justicia no tiene sentido. El derecho sigue segregando.
Es incómoda la crítica de que este tribunal (ICC) se ha convertido en una corte para juzgar sólo países sin peso político. La ecuanimidad es la esencia de la justicia y de la evolución del derecho. Sin una justicia más ecuánime no tardará el continente en restar su apoyo al tribunal. La CPI se ha convertido en muchos aspectos en una corte para juzgar a los únicos países del mundo que no tienen real peso político. Países débiles. Pero la justicia no puede ser siempre la justicia de los vencedores sobre los países u hombres vencidos. En Lampedusa hay un crimen que no tiene nombre. Es sólo una opinión, invita a avanzar y no a retroceder. El derecho penal internacional tiene aún un largo camino por recorrer. Una enorme deuda. Pero sin ecuanimidad no puede ni podrá hacerlo. En honor a Mandela, este es el camino que debemos transitar como abogados jóvenes. No hay otro camino. Sólo uno. Sólo ese.
Esto es lo que se debe decir en su velatorio. Que el mundo es injusto y el Derecho y la Justicia no son ecuánimes. No son justos. Siguen discriminando. Juzgando al débil. Mientras las cortes persiguen crímenes sólo en ese continente, las personas que escapan con sus hijos en brazos, se ahogan delante de los ojos de la democracia. Son Mandela. Cada balsa. Cada uno. Son él.
Necesitamos una justicia internacional nueva. Diferente. Con valor. Sin miedo.
TIEMPO ARGENTINO