Jugar es cosa de grandes: estimula las defensas y aumenta la energía

Jugar es cosa de grandes: estimula las defensas y aumenta la energía

Por Laura Litvin
Cuánto hace que no salta en un pilón de hojas secas o remonta un barrilete? Inmersos en el entramado de obligaciones de la vida cotidiana, los adultos nos olvidamos de jugar. Ese placer de jugar sin otro objetivo que divertirnos, está culturalmente relegado a la más tierna infancia y, en cambio, los adultos solemos aceptar la idea de que jugar es “perder el tiempo”. Cientos de estudios científicos demuestran la importancia del juego en la construcción de la personalidad y en el desarrollo de la capacidad de aprendizaje en la niñez, entre otros beneficios relevantes. Tanto, que jugar es un derecho universal de los niños, tal como dicta el artículo 31 de la Convención sobre los Derechos del Niño. Pero ¿qué pasa con el juego en la adultez? Por supuesto, no se trata aquí de analizar cuestiones patológicas relacionadas al juego, sino de explorar el bienestar que produce en la vida adulta conectarse con las emociones que ofrece el jugar. Porque, tal como veremos a lo largo de la nota, jugar favorece la salud, nos ayuda a ser más creativos, reduce las reacciones ante el estrés, estimula el sistema inmunitario, aumenta la energía y la vitalidad, alimenta las habilidades socio-afectivas y, por si fuera poco, nos permite reencontrarnos con la alegría. Todo eso a cualquier edad. Ahora bien, ¿de qué hablamos cuando hablamos de juego?
El médico psiquiatra y director del Instituto Nacional de Juego en Estados Unidos, Stuart Brown, famoso por estudiar y descubrir la relación entre la ausencia de juego y los actos criminales en algunos presos de su país, afirma en su libro “El juego: cómo moldea el cerebro, abre la imaginación y vigoriza el alma”, que “jugar es una actividad muy primaria, es preconsciente y preverbal y que, al igual que la digestión o el sueño, el juego en su forma más básica funciona sin un marco de referencia intelectual complejo, es una actividad visceral. De ahí que los niños jueguen de la misma manera en que respiran, comen o duermen. Tienen necesidad de ello.” Y en su charla de TEd Talks (www.ted.com/talks/stuart_brown_says_play_is_more_than_fun_it_s_vital), aporta: “¿Qué produce el juego en el cerebro? Mucho. Hay evidencia científica que dice que nada estimula más al cerebro que jugar. Voy a dar un ejemplo con ratas, porque estos animales comparten con los humanos los mismos neurotransmisores y otras características, aunque esto que voy a contar sucede con otros animales también. Si se toman dos grupos de ratas (recordemos que las ratas están programadas para huir y esconderse ante el peligro) y a uno de los grupos se le reprime el juego (chillar, luchar, sujetarse) y al otro no, cuando se les presenta a ambos grupos un collar saturado de olor a gato, todas las ratas se esconden. La diferencia es que las ratas que no jugaron no salen nunca más de su escondite y mueren. En cambio, las jugadoras poco a poco vuelven a explorar el medioambiente. Así comprendí que el juego tiene una gran importancia para sobrevivir. Y descubrí que lo opuesto al juego no es el trabajo, sino la depresión. Imaginen una vida sin juego, sin humor, sin fantasía. Lo que es particular de nuestra especie es que estamos diseñados para jugar durante toda la vida, pero en la adultez empezamos a perder las señales culturales de juego. Yo los invito a que hagan una exploración tan hacia atrás como puedan hasta la imagen más clara, alegre y juguetona que tengan. Ya sea con un juguete, en un cumpleaños o unas vacaciones. Comiencen a construir cómo esa emoción se conecta con su vida actual y serán capaces de enriquecer sus vidas. Todavía no tomamos el juego tan seriamente, pero es básico para la supervivencia, es algo que tiene que ver con la salud pública”.

EL JUEGO NO SIEMPRE ES INOCENTE
Inés Moreno es profesora en Ciencias de la Educación y fundadora y directora desde 1977 del estudio que lleva su nombre (www.inesmoreno.com.ar), centro especializado en la aplicación del juego y técnicas no convencionales para la formación y entrenamiento de personas y en el asesoramiento en empresas e instituciones. Para la experta, es necesario poner en claro qué se involucra cuando se habla de este tema: “En un plano, el juego es sinónimo de aprendizaje; y en la adultez uno juega a veces sin proponérselo. En las relaciones interpersonales hay juegos de poder, juegos perversos, juegos de rumor. Pero jugar no siempre es sinónimo de placer, a veces no se la pasa bien. Pero sí siempre es sinónimo de algún proceso en la conducta que implica desarrollo y crecimiento humano. Es en esa línea ideológica donde yo me encuadro. Porque las ludopatías de adicción también tienen que ver con el juego y eso nada tiene que ver con la idea de la diversión y la alegría. Hablar de juego es hablar de un universo donde aparecen un montón de sutiles y profundos encuadres ideológicos. Entonces, teniendo en cuenta todo esto, el juego no es inocente, está presente en nuestras vidas conscientemente o no. Ahora, si profundizamos en el juego como portador de salud, por supuesto que jugar trae una cantidad de beneficios como la cooperación entre las personas, la posibilidad de conocerse uno mismo, trabajar con el otro y no contra el otro, comprender que las diferencias no son una amenaza sino una posibilidad de enriquecimiento. Esos son juegos que nos ayudan a ser mejores personas y profesionales.”
Lo que sucede en los últimos años es que cada vez más temprano se limitan las posibilidades de jugar, incluso en la niñez. Explica Moreno: “Antes un jardín de infantes era puro juego, pero desde hace una década esta etapa se ha convertido en la enseñanza de la lectoescritura y el cálculo. Uno ve en forma más temprana que los chicos están vinculados con sumar, restar, escribir, que con el juego simbólico que es fundamental. Y aunque digan ‘aprende jugando’, eso no es juego en esencia. Una persona es homo ludens antes que ser homo sapiens y si le podás esa parte de homo ludens, también le coartás ser una persona más plena, creativa y tener todas sus inteligencias, como la emocional, entre otras. En mi experiencia no hay nada más emocionante que descubrir un adulto que se reencuentra con su potencial lúdico y creativo. Es un proceso de re-crearse, de recrear la vida en estos pequeños espacios”.
TIEMPO ARGENTINO