21 Jul “En Proust, los celos son el sentimiento más importante”
Por Hugo Beccacece
El centenario de la publicación de Du côté de chez Swann, de Marcel Proust, produjo una multiplicación de ensayos, reediciones y debates acerca de En busca del tiempo perdido y su autor. Un lugar muy especial ocupa el Dictionnaire amoureux de Marcel Proust, firmado por Jean-Paul y Raphaël Enthoven (padre e hijo respectivamente), editado por Plon/Grasset. En un libro de más de trescientas entradas, los Enthoven se ocupan de los personajes, las anécdotas y los conceptos que les parecen reveladores en la novela proustiana. Lo hacen desde dos perspectivas opuestas, pero que se complementan. El padre, Jean-Paul, es partidario del método de Charles Sainte-Beuve, que propiciaba el conocimiento de la biografía de un escritor para aclarar las obras de éste. Sin embargo, Proust escribió un largo ensayo, mezcla de memorias y ficción,Contra Sainte-Beuve, donde sostiene que la lectura de un escrito (novela, poema o ensayo) debe prescindir por completo para su interpretación de la vida del autor. Por su parte, Raphaël Enthoven, el hijo, adhiere a la perspectiva de Proust. Por lo tanto, el Dictionnaire es el civilizado y muy ameno campo de batalla de las dos posiciones. Y aunque las entradas no están firmadas, el lector puede darse cuenta, con poco riesgo de error, de quién escribió cada una de ellas.
Padre e hijo han conquistado un lugar muy particular en el mundo intelectual francés. Los dos tienen una sólida formación humanista, escriben con una elegancia, por momentos rococó, en la que las florituras son abundantes como los aforismos o las frases destinadas a ser citadas por su corte clásico. Pero hay algo más: los dos son apuestos y mediáticos, verdaderos maestros en el arte de interesar a un público masivo en temas no masivos. Los lectores no compran el Dictionnaire , que se convirtió en best seller, por el nombre de Proust, sino por el apellido Enthoven, más aún cuando viene multiplicado por dos. Como corresponde a personajes mediáticos, un escándalo aumentó la popularidad de ambos [ver recuadro].
Jean-Paul Enthoven es uno de los periodistas culturales y editores más destacados de Francia; muy amigo de Bernard-Henri Lévy, tuvo mucho que ver con el lanzamiento en 1977 de los “nuevos filósofos”, a los que apoyó desde el semanario Le Nouvel Observateur . Además de ensayista, Jean-Paul ha escrito las novelas Aurore (“Aurora”), Ce que nous avons eu de meilleur (“Lo mejor que tuvimos”) y L’hypothèse des sentiments (“La hipótesis de los sentimientos”). Por su parte, Raphaël Enthoven, filósofo de formación, es un fino divulgador. Su emisión sobre temas filosóficos en el canal Arte lo convirtió en una especie de ícono intelectual, al que siguen desde los jóvenes hasta las amas de casa, seducidas por su discurso, su voz y su aspecto de galán de telenovela. Los juegos del amor y del azar [una vez más, ver recuadro] traen a Jean-Paul Enthoven desde hace ya varios veranos a Punta del Este. Desde allí, con el mismo estilo de elegante cordialidad de su escritura, habla por teléfono del Dictionnaire y de sus otros libros.
-El Dictionnaire está dedicado a Gilberte Enthoven, su madre y abuela de Raphaël, por su “bondad proustiana”, su nombre [N. de R.: la hija de Charles Swann se llama Gilberte] y su amor por las flores. Pero entre los rasgos de los personajes proustianos la bondad no es el más evidente.
-Mi madre era una mujer muy buena y conocía muy bien la obra de Marcel Proust. Podría decir que él era un miembro de nuestra familia. Se lo citaba a diario a propósito de cualquier situación. Proust ponía la bondad por encima de la inteligencia y tras cada lectura de À la recherche? uno se siente mejor persona. Hay en ese libro tanta pasión por el ser humano, de cualquier clase que sea, por las creaciones de la humanidad, la literatura, la música, la arquitectura, las iglesias, que uno se siente lavado y enriquecido por esa frecuentación. Para Proust, el verdadero genio culmina en la bondad. Sin embargo, sus personajes, casi sin excepción, son malos. Su mirada omnisciente y el humor decepcionado con que considera los manejos de sus criaturas están teñidos de compasión por los seres humanos.
-Usted está del lado de Sainte-Beuve y su hijo, al igual que Proust, en contra de él. ¿Por qué seguir adoptando el método de Sainte-Beuve para leer À la recherche cuando el propio autor rechaza ese tipo de interpretación?
-Precisamente por esa clase de preguntas se hace necesario recurrir a la biografía de un escritor. La madre de Proust murió en 1905 y Marcel empezó a escribir su novela en 1908. No lo había hecho antes porque no quería que su madre supiera que era homosexual. De todos modos, el narrador, al que los del côtè de Sainte-Beuve identifican en buena medida con Proust, es el único personaje importante no homosexual en esa gigantesca catedral. Curiosamente tampoco sufre de asma, como sufría el autor. A medida que avanza la narración y la redacción del texto, Proust deja huellas de los personajes en los que se inspiró. Quizá hubiera corregido algunos de esos deslices, pero ya no tenía tiempo de hacerlo. A partir de La prisionera , no pudo corregir sus originales. La enfermedad se lo impidió.
Paul Morand señaló uno de esos detalles delatores. En cierta escena, el narrador está junto a Albertine y ella busca ocultar una carta que la compromete y la guarda en un bolsillo del salto de cama. Los saltos de cama de las mujeres de esa época no tenían bolsillo. Otro ejemplo, en una escena Albertine dice en La prisionera que preferiría “hacerse romper el culo” por unos apaches antes que gastar dinero para invitar a comer a los Verdurin. Esa expresión es más bien propia de un homosexual masculino que de una lesbiana. Proust, dos meses antes de su muerte, agregó a mano ese párrafo a la copia dactilografiada, como si ya no distinguiera entre el personaje ficticio de Albertine y Alfred Agostinelli, el hombre real del que Proust se había enamorado. Marcel desalentaba a quienes leían su libro como una novela en clave. Decía que, en todo caso, había diez claves para un solo personaje. Lo que no siempre era cierto. Eso le evitaba problemas con la gente que conocía y en la que se había inspirado y, por otra, le permitía distinguir entre el narrador como personaje y él, como autor.
-¿Cómo se repartieron las entradas usted y Raphaël Enthoven?
-No hubo casi ningún problema, porque él, que está contra Sainte-Beuve y es un filósofo, se ocupó más bien de los conceptos y de los pensadores relacionados con Proust, por ejemplo Bergson o Spinoza. En cambio, yo me encargué de los personajes, la biografía, ciertos modelos en la vida real; por ejemplo, Jean Cocteau, además de algunas anécdotas y sentimientos.
-¿Quién escribió la entrada sobre los celos?
-Yo. Los celos son el sentimiento más importante de À la recherche? Según Proust, uno no está celoso porque está enamorado; al revés, uno se enamora porque está celoso. Los celos preceden al amor. Swann se enamora de Odette cuando sospecha que ella tiene como amante a Forcheville. Los celos son los que permiten cristalizar el amor.
-¿Usted es celoso?
-Sí. Soy un gran celoso, de la peor especie, un celoso proustiano, alguien que tiene celos del pasado. Soy suficientemente narcisista como para no tener demasiados celos del presente y del futuro; en cambio, me atormenta el pasado porque no puede cambiarse.
-¿Encontró alguna relación entre Proust y América latina?
-Muy pocas. El compositor y cantante Reynaldo Hahn, el gran amigo de Marcel, había nacido en Venezuela. El secretario del conde Robert de Montesquiou era Gabriel Iturri, un tucumano. A Proust le gustaban los nombres españoles tradicionales. Se interesó mucho por su joven amigo, Illán Álvarez de Toledo, marqués de Casa-Fuerte, nacido en Nápoles y criado en Francia, que descendía de los virreyes españoles de Nápoles. La relativa ruina de Proust se debió en parte a su debilidad por las palabras españolas. Jugaba a la Bolsa y compró acciones de la compañía Río Tinto, a la que le fue muy mal. Marcel compraba acciones por la sonoridad de los nombres. “Río Tinto” le encantó. En cambio, no le gustaba su propio apellido. Cuando entraba a un salón y el ujier debía anunciarlo, le pedía que no lo nombrara muy fuerte. Había una razón para esa actitud. El apellido Proust proviene de una región entre la Beauce y Perche. En esa zona, la “s” de Proust no se pronuncia, por lo tanto, el nombre de familia quedaba reducido a “prout” y “prout” es una expresión infantil que significa “pedo”. Hoy, a nadie se le ocurriría no pronunciar la “s” de Proust.
-En una entrada del Dictionnaire , su hijo reconoce que hay tres momentos de À la recherche , en que el narrador no se distingue de Proust y, por lo tanto, la novela podría convertirse provisoriamente en autobiografía. Sainte-Beuve tendría razón.
-Mi hijo, con gran honestidad, señala esos lugares. Sería largo explicar las tres situaciones, pero crean en la narración una sensación muy extraña. Es como si la realidad hubiera ingresado en la ficción o como si los personajes de ficción se hubieran hecho reales. Es el punto de una tangente en el que dos dimensiones se rozan.
-Usted ha escrito varias novelas y libros de ensayos. Como corresponde a un partidario de Sainte-Beuve, parecería que hay muchos elementos autobiográficos en esos textos.
-Sí. No tengo ninguna imaginación. Pongo en mis libros de ficción lo que pasa en mi vida. Y en mis ensayos ocurre algo parecido. Por ejemplo, en Les enfants de Saturne (“Los hijos de Saturno”), me ocupo de personajes y escritores afines a mi sensibilidad, como el príncipe de Ligne, Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald, lord Brummel, Benjamín Constant, Vivant Denon, el creador del Museo del Louvre, Emmanuel Berl, Nicolas Chamfort, Drieu la Rochelle, Stendhal y Hamlet. No escribí sobre ellos por una mera cuestión astrológica, sino espiritual. Creo en la genealogía y esos personajes son mis verdaderos padres del espíritu. Saturno es el signo de la lentitud, de la pesadez que lleva a lo terrestre, de la tristeza. Sin embargo, no soy melancólico, no llego a quedar paralizado por mi costado saturnino. El prototipo del melancólico es Hamlet, que tiene una conciencia aguda de la vanidad del mundo. Es el hombre que se pregunta: ¿por qué, para qué hacer algo? El que tiene la muerte y la tristeza en el horizonte. Un amigo mío que murió, el gran pianista André Tchaikovski, legó su cráneo a la Royal Shakespeare Company para que la emplearan como utilería en la escena en que Hamlet toma entre sus manos la calavera de Yorick y pronuncia su célebre monólogo. Los actores se sentían impresionados por esa calavera y no la usaron, hasta hace muy poco, cuando el actor David Tennant se atrevió a hacerlo. Y mi amigo volvió a ser útil y logró una extraña inmortalidad.
El título de una de mis novelas, Ce que nous avons eu de meilleur (“Lo mejor que tuvimos”), es una cita de La educación sentimental , de Flaubert. En ese libro, el narrador, que se parece mucho a mí, cuenta la historia de una amistad y de la Zahia, una gran casa en Marrakech, que fue el escenario de la juventud de dos amigos. Esa casa existe, perteneció a Paul Getty, Alain Delon, Bernard-Henri Lévy; por ella pasaron desde Churchill hasta Marlon Brando. “Lo mejor que tuvimos” es una frase nostálgica como la mirada del narrador, que comprueba cómo el tiempo cambió la ciudad, la casa y los seres que la habitan.
Con mi libro La dernière femme , (“La última mujer”) quise hacer una obra simétrica de Les enfants de Saturne . Es una serie de retratos de nueve mujeres que contaron en mi vida; por cierto no las conocí a todas: Louise Brooks, Louise de Vilmorin, Nancy Cunard, Marie Bonaparte, Laure (la amante de Georges Bataille), Zelda Fitzgerald, Françoise Dorleac, Françoise Sagan y la última mujer, la última de mi vida?
-¿Y quién es esa mujer?
-No es la mujer en la que usted está pensando. No voy a dar su nombre. [N. de R: Enthoven, sin mencionarla, supone que el entrevistador está pensando en Carla Bruni. No es así.]
-¿Por qué alguien que defiende a Sainte-Beuve y le da importancia a la biografía de un autor se niega a revelar la identidad de su “última mujer”?
-No le corresponde al autor dar las claves de su libro, aunque se trate de un partidario de Sainte-Beuve. Son los otros, los críticos, los lectores, quienes deben emprender la tarea de identificarla. En todo caso, puedo decir que es una mujer a la que amo.C
Amores prohibidos
Todo empezó con una amistad muy temprana y muy estrecha entre Jean-Paul Enthoven y el filósofo Bernard Henri Lévy, al que, hasta quienes no lo conocen, llaman por sus iniciales. Jean-Paul y BHL compartían los mismos intereses y tenían los mismos gustos. La literatura y el pensamiento los unían: los dos eran apuestos, gustaban mucho de las mujeres y las mujeres les correspondían. BHL, un hombre muy rico y generoso, se convirtió en plena juventud en la cabeza de fila de los nuevos filósofos con el apoyo de Enthoven. Con los años, sucedió lo que cualquier par de amigos consideraría un acontecimiento planeado en el cielo. Raphaël, el hijo de Jean-Paul, y Justine, la hija de BHL, se enamoraron y se casaron.
BHL, acompañado por su mujer, la actriz Arielle Dombasle, recibía con frecuencia en su palacio de Marrakech, la Zahia, a la corte habitual de amigos y celebridades. Hasta que un verano, Jean-Paul apareció junto a su nueva compañera, la hermosa cantante y ex modelo italiana Carla Bruni. Justine Lévy percibió la amenaza. Carla y Raphaël se enamoraron. Él dejó a Justine. Carla escribió una canción con el nombre de su amado, Raphaël, pronto quedó embarazada y tuvo un hijo, Aurélien. Jean-Paul y Raphaël se distanciaron durante un tiempo.
Por un período más o menos largo no se habló de otra cosa en el Tout Paris. Justine contó todo en una novela, Rien de grave (“Nada serio”), en la que sólo cambió los nombres de los personajes en los que se había inspirado. El libro vendió doscientos mil ejemplares en pocos meses. Unos años después, Carla Bruni se separó de Raphaël y se casó con Nicolas Sarkozy.
Jean-Paul Enthoven rehízo su vida, siguió escribiendo libros con mucho éxito, volvió a tener un vínculo muy afectuoso con Raphaël y conoció a la princesa d’Arenberg, famosa en la Argentina y en Uruguay como Patricia della Giovampaola, la ex modelo que quedó viuda del príncipe Rodrigo d’Arenberg. Ahora Jean-Paul Enthoven ha cambiado las vacaciones en Marrakech por Punta del Este y Patricia empezó a leer En busca del tiempo perdido.
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